Cualquier ocurrencia / Economía de palabras - LJA Aguascalientes
23/11/2024

Con frecuencia sucede que ante un evento que conmociona a nuestra sociedad exista una etapa en la cual las opiniones pueden ser confundidas con una oportunista necesidad de atención. También con frecuencia, esas opiniones -algunas profundamente brillantes- suelen, por ignorancia, pasar por elaboraciones argumentativas de mal gusto o simplemente ofensivas. No leer con propiedad, o simplemente no hacerlo es usualmente el detonante principal de la confusión.

Lo sucedido con la brillante -pero a mi parecer inoportuna- columna de Nicolás Alvarado (No me gusta “juanga” (lo que le viene guango), Milenio, 30/08/16) es un botón de lo que puede suceder cuando se atenta contra el sentir popular. Poco hay de sensato en la opinión pública cuando es el caso. Se difuminan los argumentos, los hechos y las palabras claras entre la viralización de una molestia que ante la ausencia de un contrapeso se envalentona tomando las formas de una policía de lo correcto.

Si a usted como a mí la columna de Alvarado sobre “juanga” no le pareció de interés o bien no le pareció adecuado el timming está usted autorizado, tiene permiso pues, a decirlo. Tiene derecho de no compartir, de estar en desacuerdo. El problema -gigantesco- es que en un mal día la viralización irracional de la molestia termina por elevar el costo (social) de ejercer nuestra libertad de expresión. Lo sucedido en consecuencia a la columna de Nicolás es un claro ejemplo de aquel tono valentón que raya en la censura.

Los límites de la libertad de expresión siempre ha sido un tema de suyo controversial. Delimitar aquello de lo que se puede conversar es una tarea indeseable -por lo monumental y escabrosa- que cuando no es atendida con propiedad puede terminar por caer en el franco ridículo.

Los espacios seguros sin duda son importantes. El hecho de que algunos individuos crean que no deberíamos siquiera discutir su pertinencia -junto con los problemas conceptuales que crean- y que esta discusión no se tenga al interior las instituciones campeonas de la libertad de expresión, las universidades, es sin duda una ironía bastante desalentadora.

Cuando decimos que en la mesa no se habla ni de toros ni de política lo que hacemos es fomentar análogamente uno de los problemas centrales de la democracia. La incapacidad de lograr desacuerdos acordados, exhibir nuestras diferencias de manera cordial, hace que las más insalvables de nuestras desavenencias se conviertan aceleradamente en un conflicto violento. El no reconocer nuestras diferencias como un catalizador del debate es una práctica simplista, por no decir simplona, que nos encamina decididamente a una confrontación indeseable.

Para los demagogos, para los idiotas funcionales y los cortos de capacidad el resultado de este conflicto es ideal. En el terreno está dividido en dos y encontrar bando así resulta más sencillo. El descontento, la molestia y el hartazgo cuando son mal dirigidos terminan en una guerra contra el status quo del conocimiento experto. Corre peligro el progreso científico y se fomenta el descrédito de la autoridad (la cual por cierto no siempre es parte de un planteamiento falaz) a la menor provocación. El Fake news como forma de hacer política.

La pinche costumbre de crear ambientes non-plus-ultra-amigables a toda costa termina por condecorar idiotas. No poder señalar con todo el peso de la evidencia -y con todos las letras- a quien estafa a otro al someterlo a la estupidez de la homeopatía es vivido reflejo de una sociedad donde todos pueden ver el nuevo amable traje del emperador. Es un reinado irrestricto de las sensibilidades resultado casi exclusivamente de nuestra incapacidad para acordar que puede uno no tener razón. La democratización de la verdad y el consenso sobre la ignorancia como una postura válida para la vida podría costarle toda la vitalidad a la democracia que se construyó en el siglo XX.

El acuerdo tácito de que cualquier ocurrencia -véase cienciología, acupuntura, árboles mágicos, los dichos de cualquier palestino carpintero que camine sobre el agua, niños índigo, homeopatía, etc., es tan válida como cualquier forma de conocimiento experto es lamentable. El que alguien pueda pensar que su opinión es tan útil para un debate como aquellos resultados obtenidos gracias a las herramientas, tanto tecnológicas como argumentativas, más poderosas con las que contamos es una verdadera tragedia.


Si usted tiene amigos con los que pueda discutir con la fiereza necesaria para dilucidar con claridad cuando es que a uno no le asiste la razón, no los pierda. El único servicio útil a la verdad es aceptar que -con más frecuencia que la que reconocemos- por economía no es necesario ser su guardián exclusivo. Anímese a equivocarse, le aseguro, no se vuelve vicio.

 

@JOSE_S1ERRA


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