La semana pasada una ama de casa amenazó con una pistola de postas a un vecino porque se estacionó frente a su cochera. El delito de mal estacionamiento no es grave, pero la amenaza con arma sí lo es, de manera que la señora fue a dar a la delegación de policía. Y esto nos hace recordar que hace no muchos años un ciudadano asesinó a su vecino por el mismo hecho, por dejar su auto frente a su garaje ¿Quién es la víctima y quién el victimario? Como suele suceder en estos casos, es difícil establecer el grado de responsabilidad y culpabilidad. Finalmente, el hombre que mató a otro es culpable sin posibilidades de defensa. Sin embargo, entre los atenuantes encontramos que el fallecido ya tenía historia de haber estado molestando a su colindante y en repetidas ocasiones había dejado su vehículo frente al domicilio del afectado, sin atender a sus quejas. Finalmente, el dueño del espacio se molestó, tomó el arma y lo liquidó. Estuvo mal, así no se hacen las cosas, dicho para los dos. En el caso de la dama, la situación es la misma, estuvo mal que ella tomara un arma y amenazara a quien ocupó su espacio, porque nadie sabe si el arma es letal o de gran calibre. Tal vez no sea un arma mortal, pero el agredido no lo sabe, de manera que pasa como un atentado grave. En este caso, también se trata de una persona que acostumbraba ocupar el espacio no permitido. Estuvo mal, así no se hacen las cosas, dicho para los dos. Pero analicemos la situación ¿Ante qué nos encontramos? Ante una pelea territorial de áreas mínimas. Entonces viene la gran reflexión, las más grandes guerras en la historia de la humanidad han sido precisamente cuando una nación ve invadido su terreno. “Mas si osare un extraño enemigo, profanar con su planta tu suelo…” lo dice nuestro honroso Himno Nacional, cualquier cosa menos invadir mi espacio. Y lo dice la letra de todos los himnos nacionales de cualquier nación, no hay afrenta más grande que invadir el territorio ajeno. Entonces no hay mucho que buscar, los crímenes espaciales que están sucediendo en nuestra ciudad y estado, se deben a que los ciudadanos se ven amenazados por sus propios vecinos por la invasión de su espacio personal. No importa que el lugarcito sea pequeño, no importa que sea solo por un ratito, se vive como invasión y ante el invasor la oposición es heroísmo. Pero y entonces ¿qué pasó con la política del buen vecino que inició F.D. Roosevelt en 1946 y México ha postulado durante años? Todos sabemos en lo que ha quedado. Nuestro país no tiene problemas con sus vecinos. Los del sur son tan pequeños y tan pobres, que no ocasionan ningún malestar. Los del norte son tan grandes y tan ricos que nosotros no les ocasionamos ningún problema.
El conflicto lo tenemos nosotros con nuestros vecinos del barrio. La ciudad crece desproporcionadamente en habitantes y en automóviles, pero no en urbanismo. No está legislado el espacio que debe tener una casa para cochera, no existen suficientes estacionamientos públicos, que en realidad son privados. Y desde luego los fraccionamientos de vivienda popular no cuentan con estacionamientos para sus habitantes. En las ciudades europeas, casi nadie puede tener cochera ni estacionarse frente a su casa. ¿Dónde lo hacen? En los estacionamientos público construidos al mismo tiempo que las unidades habitacionales y que por lo general quedan lejos de la puerta del domicilio. Son suficientes, bien dispuestos y accesibles, de manera que nadie se estorba. Los crímenes por los espacios antes las cocheras son un aviso de alto riesgo. La violencia intervecinal puede desatarse si no se corrige a tiempo el problema del espacio vital. Y estamos hablando de un grave problema de salud mental pública. No es cuestión de cocheras, ni de hermosas campañas de “Vive feliz con tu vecino, es tu amigo”. Lo que urge es la remodelación urbana con reglas claras y medidas estrictas. Y por encima de toda una inteligente campaña permanente de salud mental poblacional.
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