Es 1996 y en Aguascalientes se lleva a cabo la Muestra Estatal de Rock. Cuatro días de amplio despliegue de bandas locales en donde los subgéneros del rock se mezclan por horas a lo largo de todo el fin de semana. Jóvenes de toda la ciudad confluyen en la explanada del Palenque de la Feria y es fácil identificar la mezcla de gustos musicales, de vestimentas e incluso distinguir ciertos estratos socioeconómicos de los asistentes, quienes en su gran mayoría son hombres. De las más de 20 bandas que participan, sólo una de ellas está conformada por mujeres. Llama mi atención verlas a todas en el escenario, empoderadas en su instrumento, pero cuya presencia es ignorada por los asistentes, quienes no prestan el mayor interés y se percibe que el turno de la agrupación femenina es más bien un intermedio musical.
Los conciertos de rock son también un vehículo de socialización, y en ellos es común cierto nivel de expresión por parte de la audiencia. Derivado de los movimientos musicales del punk y ampliado a otros subgéneros, como en muchas partes del mundo, a mediados de los años 90 en Aguascalientes los conciertos de rock incitaban a “bailar” Slam como la forma más evidente de ser parte del éxtasis musical e incluso de socialización. Lo que a simple vista era aventarse de manera agresiva unos a otros mostraba también un sentido de pertenencia, y en donde las mujeres que asistían a estos conciertos eran excluidas. No sólo por la agresividad de algunos, sino porque para ellos era una baile evidentemente masculino. Cuando alguna mujer intentaba ser parte del momentum no faltaba quien le dijera que ahí no era salón de aerobics.
La representación y la participación de la mujeres en las artes y la cultura ha sido un asunto pendiente a lo largo de la historia. Si bien en años más recientes se ha reconocido su importancia y su derecho, los espacios artísticos y culturales carecen de una perspectiva de género y donde sigue preponderando el discurso masculino. La Unesco ha promovido la urgente necesidad de que las esferas de las artes y la cultura establezcan políticas incluyentes y equitativas que fortalezcan el derecho de las mujeres a “acceder, participar y contribuir a la vida cultural” como protagonistas de los procesos culturales y con plenos derechos en la toma de decisiones.
Los datos que hacen evidente falta de representación de las mujeres en las artes y en la cultural hablan de que los cambios han sido menores a los largos de décadas de historia. De acuerdo al documento titulado “Las mujeres como creadoras: igualdad de género”, las mujeres siguen encontrando obstáculos en la participación y en la evolución en las iniciativas culturales y donde se “disminuye fundamentalmente la diversidad cultural y privan a todos del libre acceso al potencial creativo de la mitad femenina de la comunidad artística”. La información que presenta Ammun Joseph en dicha publicación es significativamente reveladora. La representación de las mujeres en la industria musical, editorial y cinematográfica por sólo nombrar algunas es considerablemente menor, mostrando una desigualdad en la creación, producción, distribución y participación en las artes. De los 150 directores de orquesta de todo el mundo sólo el 3% son mujeres. La industria editorial en los cinco conglomerados en Europa es mayoritariamente masculina. En la cinematografía las mujeres conforman la mayor parte de la fuerza laboral en maquillaje, vestuario y casting, pero no así en efectos visuales, en la producción, en la edición o la dirección. Si ello sucede en el ámbito mundial, analizar lo que sucede en el ámbito nacional y local sin duda también dará datos reveladores. Pero además la preponderancia masculina de las cargos gerenciales en las industrias culturales se replica también en el sector público, en donde la participación de las mujeres es 30 por ciento menor en todos los niveles de la administración pública, misma que va disminuyendo conforme se avanza a los altos niveles, y en donde se muestra un evidente desbalance, con sólo alrededor del nueve por ciento de la participación de las mujeres en el sector público en México. Si bien recientemente se nombró la primer mujer a cargo de la Secretaría de Cultura del Gobierno Federal, la conformación del equipo de trabajo muestra una preponderancia evidentemente masculina pues el equipo más cercano de María Cristina García Cepeda está conformado hombres. Y no se trata de atender una cuota de género, sino que la responsabilidad pública se refleje en promover la inclusión y la pluralidad en la práctica. Y es que los datos en el ámbito mundial de la participación de las mujeres en la vida cultural no es para menos. “Las incómodas realidades puestas de manifiesto por dicha información recopilada sistemáticamente de diferentes partes del mundo desafían la suposición general y optimista de que las profesiones creativas y culturales son más abiertas y menos rígidas que otros sectores de la sociedad. Estas confirman la persistente presencia de prejuicios y barreras de género en muchas, si no todas, las industrias culturales y creativas del mundo… La diversidad de las expresiones culturales está sujeta a seguir siendo un objetivo lejano a menos que la desigualdad de género sea reconocida como un importante problema que continúa limitando el acceso y la participación en la vida cultural y dificultando las expresiones culturales y creativas”.
Y es que, si en las luchas culturales el Estado ha cedido a las industrias y la privatización del sector es controlado por sólo un puñado de empresas, el control de los canales de comunicación de la cultura sigue siendo limitado en la participación de las mujeres. Es entonces responsabilidad del Estado generar y motivar los mecanismos de participación que contribuyan a una representación plural e incluyente. Si en los países denominados “desarrollados” existen aún grandes vacíos en la participación de las mujeres en la producción y disfrute de los bienes culturales, las diferencias se hacen aún más evidentes en Latinoamérica en donde la representación de la mujer sigue sujeta a los mensajes e intereses políticos o de grupo. Incluso la identificación de las mujeres como productoras de bienes culturales desde el trabajo manual, artesanal, y en contraparte con la asignación de los hombres en los roles “creativos” fomenta la marginalización de géneros y restringe incluso a una dicotomía simple una pluralidad tan necesaria pero oculta de los enfoques de inclusión social.
Por ello, “en este contexto, es esencial reconocer la existencia de intermediarios y controladores de acceso en el ámbito cultural y la medida en que influyen en la participación y el avance de las mujeres en las profesiones culturales, para bien o para mal. Los intermediarios/controladores de acceso normalmente son personas dentro de las estructuras organizativas de las instituciones culturales -en los sectores público, privado y no lucrativo- que mantienen puestos clave en la toma de decisiones y tienen el estatus y la facultad para determinar los destinos de los creadores y productores de expresiones culturales”. De esta forma, la participación de las mujeres en espacios claves en la toma de decisiones y el seguimiento de su participación, conlleva a promover la pluralidad de espacios y formas de representación. Pero todo derecho se acompaña una obligación, y tal manera que la perspectiva de género en el sector cultural y artístico implica el uso y el disfrute, la contribución y el fortalecimiento de este derecho en desde la práctica y más allá del discurso.
Y es que la práctica se generan los mecanismos que garanticen el reconocimiento de las mujeres en una nueva representación, fuera de los estereotipos que han identificado ciertas disciplinas artísticas como masculinas o incluso aquellas como femeninas. Me viene a la mente mi único año en danza clásica, en un salón lleno de niñas. El siguiente año cambié a danza folklórica, y sólo había un niño en clase, con quien propio de la edad y también de los constructos sociales ninguna de las niñas quería bailar. Y es que la estigmatización no es particular de un solo género, pero en todos se desarrolla y se oculta en la práctica pero nunca desaparece. Así, la banda de rock femenina como tal ni siquiera debiera ser nombrada bajo esos términos. La banda de rock es y será una banda de rock, pero ello ni en el discurso aún se reconoce.
Hoy el reto sigue siendo la práctica, la realidad, el espacio, el territorio, los procesos culturales, la inclusión, la equidad, la pluralidad, la diversidad y el respecto en la cotidianidad. El cambio de perspectiva es importante, el reconocimiento del otro bajo una nueva óptica es una urgencia. Y es que la discriminación se da en todos los contextos. Hoy seguramente habrá un amplio despliegue de actividades artísticas que enfaticen la importancia de las mujeres en la creación, en la producción, en la distribución y la participación de las artes y la cultura. Imperante es la visibilización pero urgente es la participación constructiva y equitativa. No nosotras con nosotras y lanzando mensajes al mundo, sino mecanismos plurales en donde todas y todos contribuyan en la misma correspondencia. Imposible ocultar la desproporción la balanza, y la persistencia que se debe tener en ganar más espacios y más imaginarios.
Feminizar al mariachi, la banda, el ensamble, la compañía de teatro o el ballet es visto por algunos como mecanismos para visibilización. La dominación del discurso masculino es evidente, pero la encomienda debe ser el acceso y la participación sin distinción hasta que la práctica se haga costumbre y hasta que el discurso deje de ser sólo una retórica.