Valor de supervivencia / Economía de palabras - LJA Aguascalientes
21/11/2024

No es necesario realizar un esfuerzo exhaustivo para identificar cuáles son los problemas de índole general que más afectan la sociedad en la que vivimos. La mayoría de los mexicanos respondería a esta pregunta mencionando las condiciones socioeconómicas precarias, corrupción, carencias laborales, inseguridad, pésima calidad de los servicios públicos concretamente en educación, salud y transporte, entre tantas otras.

Es entendible que en un país con tan flagrantes precariedades los reclamos mayoritariamente correspondan a aquellas circunstancias que afectan de la manera más inmediata la capacidad de tener una vida digna y próspera.

Sin caer en la absurda condescendencia que suele ir acompañada de los planteamientos de este tipo, no resulta difícil entender por qué el gasolinazo es un tema de mucho mayor sensibilidad política que la Ley de Seguridad Interior.

Los problemas cotidianos a lo largo del país pocas veces se reflejan en las agendas del pequeño grupo de personas que suelen tener la capacidad de decisión y la autoridad para emprender la negociación política para solventarlas. No hemos visto -no en fechas recientes- un esfuerzo de la elite mexicana por impulsar un agresivo plan que permita erradicar la pobreza o que fomente la creación de una sociedad más justa y próspera.

En su lugar hemos visto esfuerzos aislados, agendas inconexas, y ocurrencias francamente estúpidas encaminadas, algunas, a resolver problemas menores y asuntos triviales, generando así una brecha cada vez más grande entre la mayoría de los mexicanos y los muy pocos privilegiados. El impacto del muro fronterizo propuesto por Trump es de menor escala -económica y social- que las grotescas consecuencias que el abismo que se ha creado al interior de nuestro desigual país. Basta ver la reacción de algunos ante la narrativa de Trump, pero que cómodamente pueden ignorar selectivamente otros problemas.

Los fracasos de la política económica y de desarrollo social le han robado -como metáfora idónea- a millones de mexicanos la posibilidad de hacer con su vida lo que les plazca explotando el mayor de sus potenciales. Un paso adelante sería considerar una política de reparaciones para los mexicanos a quienes hemos dejado atrás. El simple reconocimiento de tal situación nos ayudaría comenzar un proceso que permita cerrar la gigantesca herida en nuestra sociedad.

A manera de ejemplo, si los Congresos locales o el Congreso de la Unión deciden enfocarse en resolver si los circos son con o sin animales, o a legislar los marcos legales que doten de personalidad jurídica a las guacamayas es entendible que un amplio sector de la población se indigne.

La percepción que generan todas las acciones que no parecen encaminadas a resolver decididamente los problemas más apremiantes son tomadas con cierto recelo y con justa razón. Sobran grandilocuentes programas públicos destinados a todo y nada. Programas como en su momento fue el fracasado Enciclomedia o aquel donde se repartieron tabletas a niños de primaria sin mayor resultado, hacen que la desconección de la realidad que sufre la clase política se convierta en una burla a la gente.

Más se agrava el asunto cuando algún político de poca estatura moral pretende sacar tajada política de la miseria. Aquí es cuando la pobreza deja de ser una tragedia y se convierte en una injusticia. La omisión de la que se puede ser víctima cuando se es pobre es un crimen que queda impune siempre y que por lo general revictimiza varias veces a quienes la padecen a lo largo de sus vidas. Ser pobre es una condicionante de la pobreza de mañana cuando no se hace nada. Cuando evitamos construir una sociedad más justa o cuando nos parece tedioso el intento por tenerla.


Es así como el cambio climático, los derechos de los animales, o el desaprovechamiento de las becas del Fonca probablemente no son un tema de discusión recurrente en la sobremesa de un amplio sector de la población. Esto no significa que no sean un problema. Una de las condiciones necesarias para tener un mejor país mañana es que en principio el planeta donde se encuentra sea habitable, una sociedad justa es aquella que trata apropiadamente a sus animales y el asunto de las becas del Fonca ciertamente habrá a quien le importe, empezando por quienes las reciben.

Reconociendo y dando una justa medida a las partes surgen algunas preguntas válidas. ¿Es moralmente aceptable que gastemos dinero en digamos, arte, un programa espacial o en construir parques cuando hay al menos alguien que muere de hambre? ¿Deberíamos dejar de hacer todo esfuerzo público que no sea encaminado a mejorar inmediatamente las condiciones socioeconómicas de las personas?

Ambos planteamientos son formas distintas de plantear un debate interesante. Pensar en ello hace que preguntemos cuál es el carácter moral del Estado como institución, y nos brinda la posibilidad de repensar nuestras prioridades.

Esta discusión me pareció relevante después de observar en Facebook cómo algunas personas se manifestaron sobre una parte del trabajo que ha hecho el equipo de Alejandro Vázquez Zúñiga. No pude dejar de notar con cierta molestia, pues no es secreto que Álex es un gran amigo mío, cómo le cuestionaban (aunque fuera indirectamente) sobre la cantidad de recursos destinados o sobre la elección de las instalaciones en la calle de Carranza durante la Feria como si fuese una suerte de cuestión personal o bien una necedad de Álex.

Repito que me parece entendible. Es razonable que los “calzones” que se colgaron en Carranza no fueran del agrado de la gente, o que para algunos las instalaciones han sido innecesarias. Pero a ambos reclamos cabría responderles que si bien hay cosas, como el arte, como la cultura, como son estas instalaciones que en efecto no brindan valor de supervivencia, son de las pocas que le dan valor a la supervivencia.

Para terminar me gustaría externar que no conozco a nadie mejor para intentar darle ese valor a la supervivencia con el dinero de los contribuyentes que Alejandro.

@JOSE_S1ERRA


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