Los hombres nunca están a la altura de
los grandes acontecimientos.
Siempre les superan los hechos.
Arkadi Filin, liquidador
Las grandes etapas históricas ya no son como antes: últimamente han dejado de ser grandes. A finales de noviembre pasado, sólo estando más sordo que una tapia no habría usted escuchado el cambio de página que experimentamos. La muerte del comandante Fidel Castro marcó el último estertor del Siglo XX, y el ascenso de Trump a la presidencia de Estados Unidos perfiló el inicio de una nueva era: en tanto gran relato hegemónico, el hermoso cuento de hadas de la globalización, sin haber llegado al final feliz de la aldea planetaria, terminó de golpe y porrazo. ¿Qué comenzó…? ¡Vaya usted a saber! La visión histórica requiere distancia, y resulta imposible configurar lo que uno está viviendo. Lo que podemos aventurar desde aquí es que la etapa que acaba de cerrarse había comenzado hacía muy poco tiempo, apenas con el colapso del bloque soviético y la consumación del mundo bipolar, es decir, más o menos hace un cuarto de siglo. A su vez, aquel capítulo, la llamada Guerra Fría, había iniciado medio siglo atrás…
Acabo de leer un espléndido y desgarrador retablo testimonial en torno al evento que bien puede ser la señal del principio de la era que apenas culminó hace unos meses: Voces de Chernóbil, de Svetlana Alexiévich.
En los postes podridos que rodean la zona, como si se tratara de cruces, cuelgan manteles blancos. Es una costumbre nuestra. La gente va ahí como a un cementerio. Un mundo después de la era de la tecnología. El tiempo ha empezado a retroceder. Allí están enterradas no sólo sus casas, sino toda una época. ¡La época de la fe! ¡De la fe en la ciencia! ¡En la idea de justicia social!
Natalia Arsénievna Roslova, presidenta del Comité de Mujeres de Moguiliov ‘Niños de Chernóbil’.
Svetlana Alexiévich, ganó el Premio Nobel de Literatura en 2015. Hija de padre bielorruso y madre ucraniana, Svetlana nació soviética. ¿Cuándo? Justo tres años después del fin de la Gran Guerra Patria: la caída de Berlín -hecho que significó la derrota definitiva de los nazis por parte del Ejército Rojo- sucedió el 3 de mayo de 1945, y ella llegó al mundo el 31 de mayo de 1948.
Antes teníamos una patria, ahora ya no la tenemos. ¿Quién soy yo? Mi madre era ucraniana; mi padre, ruso. Nací y me crié en Kirguistán, me he casado con un tártaro. Entonces, ¿qué son mis hijos? ¿Qué nacionalidad tienen? Nos hemos mezclado todos, llevamos muchas sangres mezcladas. En el pasaporte tengo a los hijos inscritos como rusos; pero nosotros no somos rusos. ¡Somos soviéticos! Aunque en el país en el que yo nací ya no existe.
Lena M.
¿Dónde? Svetlana nació en la pequeña localidad de Stanislav, entonces asentada en la República Socialista Soviética de Ucrania. Al igual que la URSS, Stanislav ya no aparece en ningún mapa; el terruño natal de la escritora, habitado actualmente por poco más de doscientas mil almas, mutó su nomenclatura. Stanislav no cambió de nombre a resultas de la debacle soviética -como Leningrado, que a partir de 1991 se llama otra vez San Petersburgo-; no, en el caso de Stanislav sucedió que justo a partir del día en el cual se conmemoraban trescientos años de existencia de la ciudad, se decidió honrar con su toponimia a un polímata ucraniano, y desde 1962 se llama Ivano-Frankivsk. Ivan Yakovych Franko (1856-1916), quien ni siquiera era oriundo de Stanislav -nació en poblado Nahuievychi- fue un intelectual y activista político; escribía poesía moderna, novela negra y crítica literaria; era doctor en filosofía, etnógrafo y economista, y además incansable traductor -trasladó al ucraniano obras de Calderón de la Barca, Shakespeare, Byron, Dante, Victor Hugo, Goethe y Schiller-.
… el arte es como el suero de un infectado: puede convertirse en la vacuna para otra experiencia. Chernóbil es un tema de Dostoyevski. Un intento de justificación del hombre.
Alexander Revalski, historiador.
Svetlana Alexiévich, aunque oriunda de suelo ucraniano, es ciudadana de Bielorrusia y, lo que es más importante, se asume a sí misma como bielorrusa. Desde pequeña vivió Minsk -hoy una ciudad de unos tres millones de habitantes-, en donde realizó toda su formación académica y comenzó su carrera como reportera. Svetlana no escribe ni en en ucraniano en ni en bielorruso, sino en ruso.
Somos fatalistas. No tomamos ninguna iniciativa porque estamos convencidos de que las cosas irán como han de ir. Creemos en el destino. Y esa es nuestra historia.
Anatoli Shimanski, periodista.
La primera edición de Voces de Chernóbil data de 1997, es decir, once años después del evento al que se refiere, esto es, el accidente nuclear ocurrido el 26 de abril de 1986 en el reactor número 4 de la central nuclear Vladímir Ilich Lenin, de Ucrania. La traducción al inglés aparecería hasta 2005, y no fue sino hasta el 2015 que editorial Debate publica la versión en español.
El acontecimiento todavía se encuentra al margen de la cultura. Es un trauma de la cultura. Y nuestra única respuesta es el silencio. Cerramos los ojos como niños pequeños y creemos habernos escondido y que el horror no nos encontrará.
Yevgueni Alezándrovich Brovkin, profesor de la Universidad Estatal de Gómel.
El libro es un compendio de testimonios -Svetlana Alexiévich entrevistó a más medio millar de personas- de la gente que vivió el desastre. El resultado es una verdadera polifonía, cuya riqueza estriba en la diversidad que permite la contradicción entre posturas, los puntos de vista divergentes, los cruces de perspectivas e intereses…
Y me estoy destruyendo con esta incapacidad de comprender. Porque no reconozco este mundo, un mundo en el que todo ha cambiado. Hasta el mal es distinto. El pasado ya no me protege. No me tranquiliza. Ya no hay respuestas en el pasado. Antes siempre había, pero hoy no las hay. A mí me destruye el futuro, no el pasado.
Un psicólogo de nombre Piotr S.
Voces de Chernóbil retrotrae dos cataclismos y la pérdida de un mundo:
…en la historia quedarán juntos: el desmoronamiento del socialismo y la catástrofe de Chernóbil. Han coincidido. Chernóbil ha acelerado la descomposición de la Unión Soviética. Ha hecho volar por los aires el imperio.
Guenadi Grusgevói, diputado del Parlamento de Bielorrusia.
Un mundo se acaba con cada época…
@gcastroibarra