En 2014, los partidos políticos en México se repartieron la suma de 5 mil 356 millones de pesos de financiamiento público (Expansión, 14 de enero de 2015). En contraste, la satisfacción con la democracia en México es de sólo el 19% de los encuestados, que significa el porcentaje más bajo de la región iberoamericana, cuya media oscila en un 37%. Así también, sólo el 26% opina que las elecciones son limpias (Latinobarómetro 2015). Tres de cada cuatro mexicanos desconfían de las elecciones y solo un 17% se siente representado en el Congreso. Aún más: sólo 13% está satisfecho con la marcha de la economía, según la misma fuente.
¿Qué revela esto? entre otras cosas, que el sistema electoral en general y el de partidos políticos en particular, no están cumpliendo su papel como garantes del juego democrático ni sirven al interés general, a pesar de las cantidades crecientes de recursos públicos que consumen.
Ya localmente, Aguascalientes tiene representación política en la legislatura local de la mayoría de los partidos políticos nacionales, así que comparte en proporción a su población y al tamaño de su economía, el grueso problema de un sistema electoral obeso, caro y malo, con un gasto desproporcionado que se justifica poco y mal, así como un malestar creciente de la ciudadanía por el desempeño de los partidos, tal y como lo reflejan sistemáticamente encuestas regionales y anuales.
Bien señala mi compañero Fernando Aguilera en la sección Esfera Pública de La Jornada Aguascalientes algunos de los muchos vicios y limitaciones del sistema de partidos políticos mexicanos: cooptación, simulación, corrupción, obsecuencia e irresponsabilidad de las autoridades electorales que en apariencia están “ciudadanizadas”; o bien la falta de identidad e ideario o plataforma y la nula acción cívica y formación política de los partidos, que no en balde están en el fondo de la confianza pública, incluso por debajo de la policía, que ya es mucho decir. Y las diferentes mediciones de opinión nacionales, locales o internacionales lo confirman puntualmente desde hace años, lo que refleja un evidente déficit.
¿Debe, con este marco tan poco alentador, autorizarse la existencia de partidos políticos locales? De entrada, hay que decir, también con Aguilera, que depende. ¿Existe una especificidad política que amerite expresiones locales con forma de partidos? ¿Cuales son sus ideas y plataformas y como se proponen llevarlas a cabo? ¿Quiénes son los promotores y militantes de estas nuevas propuestas? porque si bien es cierto que no todas las manzanas del barril están podridas ni tienen por qué estarlo, también lo es aquél viejo dicho: “Dime con quién andas y te diré quién eres”.
Así que, de entrada, justificar su precaria existencia y financiación pública con menos del 4-5% del total de empadronados en el estado, parece desatinado. Si el umbral mínimo fuese el señalado, es más que dudoso que hubiese tantos candidatos a partidos locales como ocho o diez, que serían en contraste casi tantos como los nacionales. Y más aún: ¿Deben estas nuevas facciones políticas locales acceder al financiamiento público del estado? También parece dudoso. En cualquier caso, mejor sería que no inmediatamente, sino cuando su presencia y existencia quede consolidada mediante los votos ganados en elecciones, compitiendo con los demás y demostrando su legitimidad. En eso sería conveniente adoptar localmente esa regla que imponía a los nuevos partidos nacionales consolidar su votación mínima legal en por lo menos dos procesos electorales continuos, siempre y cuando vayan a las elecciones solos y no coaligados por mera conveniencia. ¿Pueden ser benéficos los partidos locales para la ampliación de la democracia electoral en Aguascalientes y para la representación de legítimos intereses específicos y regionales? Sin duda, pero habrá que preguntarnos con cuidado quiénes ganan y quiénes pierden con la dispersión de un voto cada vez más caro y menos numeroso, analizando caso por caso y partido por partido.
Por lo demás, la falta de entusiasmo de los dirigentes y representantes de los partidos tradicionales en el ámbito local ante la amenaza de nuevos jugadores en el escenario es normal, pues los viejos han usufructuado un jugoso oligopolio de los votos y la representación política por décadas que poco y nada tiene de democrático. Pero en esto, rige el pragmatismo puro y duro, o dicho al estilo vernáculo: “Entre menos burros, más olotes”.
Lo cierto es que, en un sistema político con rasgos mínimamente democráticos, la existencia de expresiones políticas locales no debería estar prohibida con tal de que sean representativas, pues la genuina pluralidad enriquece la esfera pública y puede contribuir al desarrollo democrático que la sociedad de Aguascalientes tanto necesita.
En suma, hagamos en este tema de los partidos locales como propone el joven diputado local de Jalisco por la vía independiente, Pedro Kumamoto, en su reciente campaña en medios y redes sociales: “Sin voto, no hay dinero”.
@efpasillas