Fue un interesante ejercicio el realizado por los integrantes de la Orquesta Sinfónica de Aguascalientes en este segundo programa de la primera temporada del año 2017, un concierto, creo que inédito. Salvo que tú, amable lector y melómano, me corrijas, pero creo que nunca antes se había hecho algo con estas características, un concierto integrado por obras de música de cámara en donde se presenta, en cada una de las obras programadas, una sección específica de la orquesta, de hecho no estoy seguro de que este mismo ejercicio se haya efectuado en alguna orquesta de nuestro país, tengo entendido que la Sinfónica Nacional en algún momento lo intentó, pero quedó en intento, la idea se abortó por la complejidad que esto representa, y créemelo, amable y paciente lector, créemelo, no es sencillo programar un concierto así, nuestra Sinfónica tuvo, por un lado el valor, y por otro la solvencia, no sólo en tratar a la música con el respeto que se merece, sino en términos de calidad y puntualidad logística. Sí, en efecto, es muy complicado, pero se tuvo la sapiencia para poder hacerlo, no dudo, y lo digo con certeza, no dudo que se presentaran cualquier cantidad de eventualidades en un concierto de este nivel de exigencia, pero esas mismas, con toda seguridad fueron sorteadas satisfactoriamente, y lo menciono porque lo que vimos quienes íbamos con la única intención de disfrutar una buena audición musical fue una buena y digna presentación.
Un programa como el que se nos propuso en este segundo concierto no exige la presencia de una batuta, la música de cámara puede prescindir de un director, incluso en la sinfonía de Haydn en donde el concertino tiene la responsabilidad demarcar los tiempos, las entradas y otras particularidades que le corresponderían al director, pero este es parte del encanto del repertorio que escuchamos la noche del viernes 17 de febrero en el Teatro Aguascalientes.
El concierto inició con la célebre Fanfarria para el hombre común del compositor estadounidense Aaron Copland, una obra para metales y percusión. El inicio fue incierto con las trompetas mostrando evidentes problemas de afinación que demeritaron mucho una sana ejecución de la obra, pero después, ya con la presencia de los cornos, y más aún con los impresionantes trombones de nuestra Orquesta, las cosas mejoraron notablemente, la percusión ya sabemos, siempre puntual y respondiendo a las exigencias.
La segunda obra programada fue la Marcha Fúnebre de Edvard Grieg, lo cierto es que disfrutamos de una versión muy digna, de calidad incuestionable y de una profundidad que de repente llega a estremecernos, creo que los intérpretes entendieron perfectamente cuál fue la intención del compositor al escribir tan intensa partitura.
La tercera obra fue la serenata para alientos, Op. 7 en mi bemol de Richard Strauss, interesante obra sobre todo si consideramos que a Strauss lo entendemos más y posiblemente mejor, desde la perspectiva de la ópera y del poema sinfónico, sin embargo, en estas deliciosas intimidades que nos ofrece la música de cámara, resulta muy igualmente impresionante el espíritu creativo de Richard Strauss y los integrantes de la Sinfónica mantuvieron su característico estándar de calidad, y la verdad es que el repertorio seleccionado para este concierto exige un nivel de calidad muy alto de parte de los intérpretes.
La primera parte del concierto terminó con la ejecución de la bellísima obra de Edward Elgar, probablemente el más grande compositor del Reino Unido, llamada Sospiri, desde el nombre, que el mismo compositor le puso, suspiro, pero en italiano que suena más profundo y tal vez melancólico, nos queda claro cuál es el espíritu de esta belleza musical. Es una obra para orquesta de cuerdas, arpa y órgano, aunque parece ser que Elgar la había pensado originalmente para violín y piano, pero sin duda la orquestación es fascinante, con la presencia de la maestra Yuko Groves en el arpa y la maestra Gabriela Martínez en el órgano , que por cierto, nunca he entendido por qué es suplente cuando es ella la pianista de la Sinfónica y de verdad que hace muy bien su trabajo, no sólo en la ejecución del instrumento cuando la partitura así lo exige, sino en la preparación de los cantantes en funciones de ópera, de oratorio o de cualquier forma de canto, con o sin la Sinfónica, pero en fin, son cuestiones, probablemente de carácter administrativo que yo desconozco.
Una belleza incuestionable la de esta obra, pero con alto riesgo de no entender las pretensiones del compositor, en este caso la sección de cuerdas de la sinfónica mostró muy buenas formas y un acercamiento muy convincente a la idea original de Elgar, sin la menor duda, creo, a reserva de que tú me corrijas, amigo melómano, que este fue el mejor momento del concierto.
Después del intermedio disfrutamos de una delicia, la Sinfonía No. 59 en La mayor, con una orquesta mozartiana o de formación clásica con no más de 30 músicos en el escenario, un clavecín, una vez más interpretado por Gaby Martínez y trabajando, como lo marcan los cánones, sin director. Muy afortunada la versión que nos ofreció una versión camerística de nuestra Orquesta Sinfónica.
Al final salimos satisfechos del buen trabajo realizado de nuestra máxima entidad musical, a pesar de las dificultades, sobre todo en cuestión de logística, que este programa representaba. Entiendo que debe quedarnos perfectamente claro que nuestra Sinfónica está para abordar sin inhibiciones los repertorios más exigentes, como evidentemente ya lo ha hecho.
Para la próxima semana, en el tercer concierto, tenemos las dos suites de Carmen de Bizet y la Sinfonía No. 8 de Antonin Dvorak, el director para este concierto será el maestro Luis Manuel García Peña. La cita con su majestad la música será el viernes 24 de febrero de 2017 a las 21:00 hrs en el Teatro Aguascalientes, todavía la casa de nuestra Orquesta Sinfónica. Por ahí nos veremos, si Dios no dispone lo contrario.