Una lección rápida de economía sobre el funcionamiento de los precios tiene que pasar por una explicación de la oferta y la demanda. Se suele comenzar por describir a los oferentes, a los demandantes y posteriormente se detalla cómo es que la interacción de ambas partes determina el precio. Esta relación es indispensable para entender por qué suben o bajan los precios de algunos productos en una situación que los economistas llamamos “de mercado”.
Suponemos -los economistas- que hay varios oferentes, varios demandantes y que ambas partes son libres para aceptar o rechazar un precio si este no le conviene a ambos. Cabría mencionar que suponemos una infinidad de escenarios que la mayoría de las veces no solo resultan inverosímiles, sino que francamente risibles.
Discusión aparte, es relativamente sencillo entender que en caso de no ser temporada de aguacate -es decir, cuando naturalmente hay pocos- estos sean más caros. De la misma forma es sencillo entender porque entre más exclusivo es un evento más caros resultan los boletos o viceversa.
Otros mecanismos para asignar un precio son más difíciles de explicar. Un ejemplo polémico es el precio -no confundir con valor- de una obra de arte. ¿Cuánto cuesta la Mona Lisa? La verdad es que su respuesta es tan válida como la de cualquier economista. Un objeto de tan inconmensurable valor histórico, artístico, afectivo o de cualquier otro hace que los mecanismos tradicionales para asignar un precio se vuelvan insuficientes. No obstante, esto no sucede así con el arte de “menor” envergadura (véase el Oxxo de Gabriel Orozco). Ese arte para el cual aplican aún las reglas del mercado encuentra con relativa facilidad un precio. Cuestionable o no, debatible sin duda, como muchas otras es una discusión aparte.
Algunas discusiones sobre los precios implican un salto argumentativo más interesante y que suelen merecer una explicación más cuidadosa. Por ejemplo, si le llegasen a preguntar ¿Cúal sería el precio por el cual usted dejaría a su pareja? de entrada habría que aclarar que parece que nadie -eso esperaría al menos- va por la vida con claridad en cuanto a una cifra definitiva, pero es entendible que para una buena cantidad de gente el razonamiento con el cual podrían encontrar una respuesta es bastante simple.
¿Cuánto dinero vale para usted el amor y el afecto o bien, cuánto dinero sería necesario para que usted se sienta recompensado adecuadamente por dejar a alguien con quien tiene una relación amorosa?
Esta pregunta es tramposa pues no da lugar para la respuesta que a todos nos gustaría escuchar de nuestras parejas. Se implica de cierta forma que tal cantidad existe. Que usted puede encontrar irrechazable una cierta cantidad de dinero a cambio de no volver a ver a su pareja.
Si se detiene un segundo para hacer la consideración y comienza a ponerle cifras al asunto, se encontrará usted que unos pocos pasos argumentativos son suficientes para que alguien le pregunte por cuánto dinero dejaría usted morir a su perro.
Peor aún, casi inmediatamente, después de encontrar una cifra para la vida de su perro, el utilitarismo -en caso de que se pregunte si tal cosa tiene nombre- que va implícito le puede hacer pensar que todo está a la venta. Qué no hay un límite moral para aquello que el dinero debería poder comprar. Si hay una cifra de dinero que compense todo, que lo justifique todo, entonces todo está a la venta. Tristemente si tal es el caso no le resultará difícil la siguiente analogía.
Suponga usted que va caminando por la calle y de pronto se encuentra con un anuncio en el cual se ofrece una recompensa de diez mil pesos por el paradero -con vida- de un perro. El pobre animal se encuentra perdido desde hace unos días y dado el poder adquisitivo de sus dueños estos han decidido que para ellos diez mil pesos bien valen el recuperar a su mascota.
Imaginemos que estas personas pudiesen pagar mucho más. Pensemos que tal vez pueden pagar cien o doscientos mil pesos por su perro. ¿Los hace mejores dueños? ¿Hay una estatura moral por sobre aquellos que no pueden ofrecer nada en caso de perder ellos a su perro?
Piense usted entonces qué implica lo que valen los diez mil pesos que se ofrecen como recompensa. No faltan las interpretaciones. Hay quienes piensen que se trata de un incentivo para que los demás lo busquen, que podría ser el costo que los dueños han decidido pagar por el servicio de búsqueda, que se trata del precio que han asignado a la vida de su mascota, o que es el valor monetario de su amor por el pobre animal entre tantas otras.
No me parece que sea importante encontrar un acuerdo sobre las razones que motivan al dueño de un perro a fijar el precio de una recompensa. El punto que me interesa es hacer notar que diez mil pesos por encontrar un perro es a fin de cuentas el reflejo de una infinidad de motivaciones, afectos, entre otras tantas y que la cifra, el precio, es solo un reflejo de estas.
Si hace gala de aquel utilitarismo del que intento hacer una caricatura puede observar que cuando alguien vende/compra un voto, cuando da/acepta una mordida o cuando es sujeto de cualquier comportamiento alejado de la legalidad, donde está explícita una cantidad de dinero, una de las explicaciones más fáciles es que el otro encontró el precio que logra que se comportase en desapego a la Ley.
Triste resulta pensar que en nuestro país hay quienes están dispuestos a cualquier cosa por esos mismos hipotéticos diez mil pesos. Escalofriante saber que para algunos sicarios terminar con la vida de otra persona vale lo mismo que para otros recuperar un perro.
Tenemos algunas tareas titánicas. Erradicar la pobreza, la violencia y el implícito desprecio por la vida que conlleva la naturalización de los homicidios que impera hoy en nuestro país, las carencias laborales, entre muchas otras. Cuando a la realidad se le da una dimensión económica. Cuando se puede entender la precariedad y la pobreza de quienes están dispuestos a todo por tan poco es cuando surgen las más inverosímiles narrativas. En México, la vida vale lo que vale un perro.
@JOSE_S1ERRA