Dentro del ciclo de cine que promueve la Comisión Estatal de Derechos Humanos en Aguascalientes, un conjunto de organizaciones no gubernamentales, así como jóvenes que se dieron la oportunidad de estar en la proyección, analizamos la gran cinta de Terry George filmada en 2004: Hotel Ruanda. La historia desgarradoramente real se centra en Paul Rusesabagina (una de las mejores interpretaciones de Don Cheadle) administrador del hotel Des Mille Collines en Ruanda durante el año 1994, cuando estalla una guerra civil entre dos grupos étnicos de dicho país, los tutsis y los hutus, el ala radical de éstos últimos comienzan un exterminio étnico en contra de los primeros que termina en genocidio ante los ojos impávidos del mundo.
La trama nos muestra a Rusesabagina antes de la guerra, un hábil empleado que utiliza sus recursos económicos y posición privilegiada para dar regalos, granjear generales y policías, reporteros, diplomáticos; todo, para ir creando a su favor vínculos oficiales, buenas disposiciones, entre ellas las del general al mando de la misión de paz de la ONU. Cuando inicia la matanza, a su hotel comienzan a llegar refugiados, poco a poco se extiende la fama de santuario, el gerente se vale de distintos artilugios (sobornos, amenazas, llamadas a los dueños belgas del hotel) para comprar seguridad, para evitar la intromisión de las fuerzas que quieren aniquilar a los mil 268 tutsis que ahí se aíslan.
El director y también coguionista es muy claro al mostrarnos la diferencia étnica entre hutus y tutsis: un reportero se sienta al lado de dos ruandeses en el restaurante, ambas de etnia distintas, ambas igual de hermosas, el vehículo sirve para que el espectador comprenda lo falaz de la diferenciación, es decir, no hay elementos materiales que permitan hacerla. Esto, que es convencional, es también retratado en una de las frases del alto funcionario de la ONU cuando informa al gerente que lo abandonarán a su suerte: “Para ellos usted es sólo un negro (black), ni siquiera un negro americano (nigger), usted es un africano”.
Las cintas del género son criticadas por la forma suavizada en que presentan sus escenas, si bien, fuertes, no retratan la verdadera magnitud de los hechos; por ejemplo, nos presenta a niños que no están famélicos. Para Carlos Bonfil esto es un acierto ya que “aunque la cinta narra una historia de violencia extrema, jamás cede a la tentación de imágenes sensacionalistas; su interés está en otra parte, en la desolación moral que invade al protagonista al sentirse abandonado por sus antiguos ‘liados’ europeos, en quienes había depositado su confianza y que ahora parecen sólo utilizarlo”.
Tal vez esta adaptación, apta para todo público, es parte de la mediatización posmoderna que provoca una distancia entre los hechos y el espectador, a la vez que nos muestra la existencia de esa otra realidad, una realidad distinta, pero a la vez propia, al tratarse de otros “yo” viviendo esas incomprensibles condiciones de odio y desesperanza. La propia película hace esta crítica, cuando el gerente del hotel pide al reportero que siga difundiendo imágenes del genocidio, para que occidente deje de jugar el papel de espectador, despierte del letargo y haga algo; el camarógrafo desencantado le dice: “Leyendo las noticias, ellos dirán ¡qué horror!, y seguirán desayunando tranquilamente”.
La película afectó a todo el auditorio, entre las preguntas que nos hicimos fue si no éramos parte de la banalización, postura sostenida en su momento por el Nobel, Vargas Llosa en La civilización del espectáculo, ello al ver la injusticia desde nuestra mirilla hidrocálida, para después irnos tranquilamente a nuestras casas; la respuesta fue que “No, porque luchamos en muchas formas, cada asociación tiene su cometido, le da a uno coraje, lo que uno puede aportar en contra de las injusticias es desde su respectivo objeto social”, por ejemplo, una de las ONG apoya a enfermos renales, esta clase de enfermedades en nuestro estado cobró tintes de pandemia, particularmente en Calvillo, se ve concentrada la mayor incidencia de este mal, lo que ha provocado que los hospitales públicos estén saturados, además de que los hospitales privados sólo admiten acceso a aquellos que tienen recursos, de facto una discriminación sin sentido, como la de los hutus y los tutsis.
Una forma de no quedarnos como observadores, fue debatir cuál es la mayor discriminación que enfrentamos en Aguascalientes, llegamos a la conclusión que es de corte económico, no hay acceso a espacios públicos para todos, cuando hay rezago (como en el caso hospitalario planteado) se provocan diferencias, gravísimas, incluso inciden en el más simple y básico de los derechos humanos: el derecho a la vida, al acceso a los servicios de salud.
De igual forma, sostuvo una de las jóvenes que asistió al evento, son los grandes salarios de los políticos contrastados con los de un simple obrero, otra problemática generadora de diferencias. La discriminación económica, afecta también a las personas que viven en municipios; la economía es injusta y crea una cultura también injusta, que marca por clases sociales: si tienes dinero puedes ir al mejor lugar, las categorías del cine por ejemplo; la tecnología: dime qué teléfono traes y te diré quién eres, cómo es tu acceso a redes sociales, si tienes más seguidores o más likes.
Nuestras conclusiones fueron enfocadas a combatir la discriminación: educar en valores; que participemos si vemos a alguien violentado en sus derechos humanos, sobre todo denunciando, porque si no, por omisión te involucras, que es lo que le pasó a Europa y a Estados Unidos en la matanza de Ruanda, fueron omisos. Es necesario que los medios masivos coadyuven, tenemos por ejemplo a los memes que ofenden, como los que discriminan a la “mama luchona” y a “Bryan”, vemos normal lo que no lo es. Tal vez nuestra mayor crisis es justamente esta cuestión social a veces tan imperceptible.