Por muchos años de mi vida he tomado taxis de madrugada. Dice Juan Villoro que los taxis son espacios narrativos donde no se necesita otro estímulo que el silencio para que el conductor comience a hablar. Habría que ver de qué habla cuando se sube una mujer.
Me he encontrado taxistas de todos colores. Pocos, uno de cada diez, tal vez, guarda silencio hasta que llego a mi destino y concluye la travesía con un seco de nada, si acaso. A seis les da por contarme su vida. Hace poco, uno me dijo que siempre le recomienda a su hija que se consiga un hombre bueno, que la quiera de verdad, porque ella es una mujer muy bella y muchos chicos la cortejan. Bella igual que su madre, la esposa del chofer. Ya sabe, el último en enterarse siempre es uno. Mi familia me decía que me ponía el cuerno, pero siempre pensé que hablaban de ella porque le tenían envidia. No la dejé, ella me juró que nunca más lo haría, y ya ve, son casi las 6:00 de la tarde y no sé dónde está. Una vez hasta quise matarme, pero es tan hermosa y la amo tanto que no quiero que cargue con la culpa. La mataría mejor a ella en ese caso, dijo con una breve risita, no se crea, no me atrevo, nomás lo pienso.
A los otros tres les tengo coraje y cautela. Una vez, un anciano conductor me sorprendió en medio de mis cabeceos, cuando oí que decía orgasmos. A las mujeres hay que saber moverlas para que tengan orgasmos. Iba hablando solo porque yo tenía tanto sueño que ni enterada estaba de su diatriba. Otro, descaradamente me hostigó. Súper linda, mamacita, ¿y si te llevo a cenar? Solté la carcajada y dije bah, por favor. Enfureció. Le pisó al acelerador como si quisiera precipitarse a un vacío. Muchos metros adelante frenó con violencia y gritó que me bajara.
Esta medianoche, cuando escribo, me subí al taxi y el chofer me preguntó cuál camino quería que tomara. Dos cuadras a la derecha, tres a la izquierda y todo derecho, por favor. Se enfiló todo derecho, una cuadra a la izquierda y dije entonces, para qué me pregunta si no va a tomar el camino que le estoy diciendo. Es que ustedes las mujeres no saben, va a ver, por acá salimos más rápido. Entonces, para qué me pregunta si va a irse por donde usted quiera. Mire, señorita, le voy a hacer una recomendación, no sea contestona, las mujeres que son así están amargadas, se la pasan enojadas con todo mundo y nomás les gusta incomodar.
Me pregunto cuántas veces a la semana leo la palabra patriarcal. La leo en memes, en chistes, en ensayos, en discursos. Ya no significa nada para nadie a fuerza de repetirse tanto. Lo mismo le pasa a empoderar: “Las mujeres ponemos en crisis el paradigma del mundo patriarcal si nos empoderamos”, una oración que quien esté familiarizado con los términos desvalorizará, y quien no, ni tomará en cuenta.
La participación social de las mujeres en el mundo nos ha reivindicado la condición humana que por siglos no tuvimos y nos visibiliza de una forma moderna. Cada vez son más las que trabajan en todo, como en el taxi, precisamente. Gloria es una taxista que también me contó su historia. Pues es que trabajo de noche porque de día atiendo a mis hijos, y aquí en el taxi me va bien, y duermo cuando ellos se van a la escuela. Una madre luchona con sus bendiciones, como dice la burla. Le trabajaba a un taxiservicio porque sí me daba miedo al inicio andar de madrugada, y ya ve que ahí dicen a dónde ir y por quien. Me tuve que salir porque uno de los clientes me empezó a decir de cosas, a veces ni quería ir a ningún lado y nomás me llevaba a darle la vuelta a todo Segundo Anillo que para verme, hasta que me hartó.
Nuestra cultura es sexista y en muchas ocasiones es sutil e imperceptible, y no por eso menos grave e innegable. La superioridad establecida del hombre les da la idea de que son mejores, más capaces, útiles e inteligentes. Por supuesto, no generalizo. No, señores, no todos piensan, son, se dicen así. Los hombres se vuelven machistas cuando marginan, cosifican, sobreprotegen, acosan, violentan y matan. En ese orden y en desorden, una sola cosa o todas a la vez. Porque también me he encontrado espacios narrativos como los que dice Villoro. Una vez tuve un idilio romántico de cinco minutos con un taxista nomás por la música que escuchaba, otro me narró de una manera tan pulcra una historia fabulosa de su infancia, al más puro estilo de José Emilio Pacheco y sus batallas. Así que no, lo malo tampoco es ser taxista, lo malo es que nos violenten.
Nuestro derecho a una vida libre de violencia se ha visto minado. Por mucho que sigan pronunciándose discursos, escribiéndose libros, dándose conferencias contra la violencia hacia la mujer, en la realidad las cosas no han cambiado. Tal vez ya no usamos cinturones de castidad ni se permite que nos quemen en la hoguera por infieles (a menos que seamos mujeres bajo el yugo del salafismo), pero es sorprendente cómo la violencia se sigue manifestando de formas tan sutiles, tanto, que no nos deja avanzar en sociedad. Si los hombres, sean taxistas o no, siguen pensando en matarnos por celos, siguen haciendo comentarios sexuales que no hemos permitido, o nos violentan de forma sicológica, quiere decir que no conocen todavía o no aceptan lo que significan patriarcado y empoderamiento femenino. No hemos llegado a todos los ámbitos, esferas y géneros con los discursos, los libros y las conferencias, por lo que siguen siendo necesarios.
Ni subordinadas ni invisibles simbólica y físicamente, no queremos seguir siendo víctimas. Las mujeres, todas, queremos sentirnos seguras en las calles, en el día, en la noche, en los taxis, en las conversaciones. Yo seguiré usando taxis de madrugada por un tiempo más. Ojalá sean solo espacios narrativos, porque a mí sí me gusta incomodar y poner en crisis el paradigma del mundo patriarcal cuando me empodero.
@negramagallanes