Nací y crecí en el seno de una familia católica, muy atacada por sus intervenciones sociales este año, pero en parte gracias a sus preceptos de estigma divino es que se infundió en mí una guía espiritual y moral que, por ejemplo y más efectivo, siempre ha impedido considerar la posibilidad de matar a alguien, además de que nunca se me ha presentado la oportunidad de decidirlo.
Ser bueno tiene como retribución la más alta gracia, a decir de los clérigos y sus simpatizantes: la Gloria Eterna que, a diferencia del hambre, la desolación y el sufrimiento sin final, es un estadio de abundancia, de gozo y serenidad perpetuos.
Pero, esperen un momento, eso ya sucede justo ahora. Al mismo tiempo vivimos dos realidades alternas y, no, no es parafraseo del inteligentísimo Hawking. Estamos (ya ni tan) en medio de gente que muere de hambre pese a los multitudinariamente aplaudidos programas de Gobierno y los banquetes multimillonarios donde sólo unos cuantos son invitados. Nos encontramos más interesados en nuestros propios intereses porque sólo unas cuantas causas son razonablemente para el bien de toda la comunidad. Y peor todavía, seguimos sin saber cómo vamos a librar la violencia, la inseguridad y el abuso cuando el mismo sistema social, político y macroeconómico lo permite, lo valida y le da continuidad.
Sé que podríamos estar peor cuando echamos un vistazo a quienes mueren a causa de la guerra en Siria, a quienes sufren de hambre en Etiopía, o a quienes no descansan por ser perseguidos a causa de su origen latino en Estados Unidos. Mas también muy dentro de mi mente y mi corazón sé que podríamos estar mejor.
“Mejor” es más que una poderosa palabra de propaganda, tan inalcanzable que requiere en un continuo proceso de trabajo, evaluación, aprovechamiento, corrección, rediseño y de vuelta el ciclo productivo.
Sin embargo, discúlpenme por romper sus ilusiones de que ser buenos de corazón es suficiente. No basta. Porque mientras un campesino se levanta antes del alba para afanoso llevar alimento a su mesa, otro individuo que ni lo conoce firma desde su escritorio un convenio transaccional. Porque a pesar de que en una familia convencional mamá y papá trabajen, no les alcanza con el salario mínimo que otros determinaron que era apto, eso porque éstos lo obtienen por múltiplos de diferencia. Porque nos llegan los discursos de austeridad obligada en tanto vemos en la cumbre política la displicencia.
Ser bueno y desear el bien para los hombres de buena voluntad no basta. Pensemos que en verdad nos disponemos también a hacer buenas obras y corregir lo que está mal en nuestro país. ¿Qué procede? No podemos eliminar de pronto la cantidad masiva de legisladores que no representan los intereses de los representados (si me equivoco que alce la mano quien haya sido escuchado por un diputado o senador antes de votar a favor o en contra de una iniciativa). No podemos dar justicia así no más a los prófugos gobernantes que se han enriquecido ilícitamente (porque no me nieguen que genera sospechosismo que sigan abrigados por el fuero, si el que nada debe, nada teme). O más simple, no podemos dejar de recibir nuestro recibo de nómina sin el proporcional y casi grosero cargo fiscal (eso, hablando de los millones de empleados que difieren ante las condiciones de incentivos que reciben los macroempresarios). No podemos porque he aquí la trampa: el sistema mismo lo impide.
No quiero ser catastrófico, pero nunca votará el Congreso por tener menos curules ni gozar de menos beneficios, jamás podremos aspirar a la justicia en el servicio público si perseguimos a los que ya se fueron y no blindamos antes los procesos como para que no puedan echarse ni un peso a la bolsa, nadie aspirará a evadir impuestos si éstos se destinan en verdad a la obra social, tangible y transparente.
Podrá parecer este escenario una catástrofe desde el primer día del año 2017. Por el contrario, aspiro a que cada quien reflexione que sí se puede ser bueno y que sí tiene sentido hacer el bien; que desde cualquier rincón y en cualquier labor, haciendo lo que a cada quien le corresponde lograremos una gran mejoría; que sí necesitamos comprometernos en las acciones comunitarias más allá de memes, tuits y posts; que confiamos en que políticos y gobernantes se conviertan en honestos transformadores sociales; y que nadie cambiará a nuestro amado México por nosotros.
¿Más simple? Hacer el mal es como escupir para arriba e intentar joder a los demás algún día te alcanzará.