Con los terroristas…
Do the Harlem Shake.
Harlem Shake – Baauer
En 2002, un presunto informante iraquí mintió al decir que Saddam Hussein tenía armas de destrucción masiva, con lo que EU justificó la invasión y la guerra en Irak. En este bulo, fundado en el miedo, cayeron distintos líderes mundiales -como Tony Blair- azuzados por el entonces secretario de Estado Norteamericano, Colin Powell, quien presionó en la ONU para que se aceptara la versión del informe llamado “Programa de armas biológicas de Irak”. Mediante este informe los EU se valieron para derrocar al régimen de Hussein, de por sí tambaleante por el conflicto entre Suníes y Chiítas, que -de suyo- era ya chispas y pólvora. El suceso marcó un hito más en el historial de descaros con los que el EU más conservador y hegemónico ha impuesto su voluntad xenófoba sobre pueblos que no le son afines. Entonces gobernaba el republicano George Walker Bush, quien -gracias al atentado del 11 de septiembre de 2001- hizo todo lo posible (y lo impensable) para resarcir la dura crisis de legitimidad que tuvo a cuestas, luego de lo cerrado de su elección y de la polarización social que hubo por la diferencia entre el voto de los delegados (que le fue favorable) y el voto popular (que le fue adverso), justo como ahora lo vive Donald Trump.
Ahora vayamos al 24 de mayo de 2011. Manssor Arbabsiar, un iraní de 56 años nacionalizado estadunidense, viajó de Texas a Reynosa, Tamaulipas, enviado por un pariente iraní miembro de la Quds (la Unidad de Operaciones Especiales de la Guardia Revolucionaria Islámica) para entrevistarse con un presunto integrante de los Zetas, a fin de contratar por 1.5 millones de dólares a miembros de dicho cartel para que viajaran a Washington y asesinaran -mediante un atentado con explosivos- al embajador de Arabia Saudita en EU.
Manssor Arbabsiar no sabía que el presunto zeta con el que se contactó era en realidad un “agente” de la DEA que trabajaba de encubierto en México -al que el reporte oficial identifica sólo como CS1-, con quien se reunió una decena de veces entre mayo y septiembre de ese año, tras viajar en reiteradas ocasiones de EU al territorio nacional. Cuando el trato estaba hecho (cuatro sicarios mexicanos en Washington, con explosivos C-4 en un restaurante concurrido), y el pago estaba pactado, Arbabsiar vino a México el 28 de septiembre. A petición de la DEA y del FBI, el Instituto Nacional de Migración le negó a Arbabsiar el acceso al país, y lo colocó en un vuelo de regreso al aeropuerto JFK de Nueva York, donde finalmente fue aprehendido por las autoridades estadounidenses, acusado de conspiración y complot para perpetrar un atentado contra un funcionario diplomático extranjero en suelo norteamericano. El presunto complot había sido desmantelado, y -luego de un penoso y turbio juicio en el que Arbabsiar se declaró culpable- en mayo de 2013 fue condenado a 25 años de prisión. Al darse el anuncio oficial, el presidente Obama acusó a Irán de violar las leyes del derecho internacional, y la secretaria de Estado Hillary Clinton exhortó a la comunidad internacional a tomar medidas contra Irán. Respecto a México, de parte de EU, hubo escuetos agradecimientos por la presunta colaboración en el arresto.
A pesar de que el caso fue recibido con escepticismo, sentó un precedente importante: puso como tema de discusión (incluso con probabilidades de que fuese un artificio, como las armas de destrucción masiva en Irak) la posible vinculación de los narco terroristas mexicanos con los detractores ideológicos de EU, concretamente con los asociados al costal de opositores exóticos que en occidente se conoce ahora como Estado Islámico y sus demás filiales. Luego de eso, distintas fuentes han resaltado la sombra del EI en México: una publicación del Instituto Británico de Defensa IHS Jane’s reveló una lista de presuntos reclutas extranjeros en el EI, en la que se destaca que, de unos doce mil extranjeros, había al menos 150 mexicanos o de origen mexicano. Además, en 2014, el Terrorism Research & Analysis Consortium (TRAC), publicó en línea un informe sobre la presencia de un presunto mexicano (de quien se desconoce su verdadera identidad) en el Estado Islámico, conocido por el falso nombre de Abu Hudaifa, o mejor aún, con el apodo Al Meksiki, (El Mexicano), que habría muerto en ese mismo año durante un combate contra los Kurdos. También, Carlos Loret de Mola, en su columna para El Universal (09/09/2015), publicó que “de acuerdo con informantes del más alto nivel” (entre los que se encuentran el Servicio Secreto de Inteligencia Exterior Británico MI6 y el CISEN), ubicaron a un presunto reclutador del Estado Islámico en la ciudad de León, quien operaba en un centro de instrucción en artes marciales y acupuntura; y en la misma columna se asegura la detención de un traficante de personas, mexicano convertido al islam, que operaba en Tamaulipas. No sólo eso, también la organización estadounidense Judicial Watch (de tufo conservador y xenófobo) aseguró en abril de 2015 que el Estado Islámico operaba dos campos de entrenamiento en Chihuahua (uno en Anapra, un suburbio marginal de Ciudad Juárez; y otro en el municipio de Puerto Palomas, a unos 160 kilómetros al oeste de Ciudad Juárez), y afirmó que sus fuentes eran “un oficial del ejército mexicano y un inspector de la Policía Federal del país”, lo que el gobierno mexicano desmintió categóricamente.
Aunque la mayoría de los reportes e informes del párrafo anterior no se han confirmado ni desmentido por las autoridades mexicanas (y algunos tienen toda la catadura de “bulos”), la situación nacional es tan alarmante, que podría justificar holgadamente cualquier argumento de que en México se llevan a cabo cotidianos actos terroristas, aunque sin un planteamiento ideológico visible. 2016 fue un año sangriento para México. Más de 10 mil muertos en circunstancias ligadas al narcotráfico, que se suman a los casi cien mil muertos desde la “guerra contra el narco” de Calderón. 2017 no se ve nada halagüeño: apenas a la mitad de enero sucedió ese atentado brutal en el bar Blue Parrot, de la zona turística de Playa del Carmen, en el que murieron y resultaron heridos ciudadanos mexicanos y extranjeros. El hecho ha sido enmarcado por balaceras en distintas zonas de Cancún, y la autoridad insiste en que son “hechos aislados” o causados por “diferencias entre particulares”, mientras que hay efectivas presiones internacionales para que lo sucedido en Playa del Carmen sea catalogado como Terrorismo. ¿Es correcto evitar la nomenclatura de Terrorismo para calificar los actos atroces con los que el narco se impone, sólo porque no detentan una ideología política clara? No me lo parece. Tampoco me parece que sea hasta que mueren turistas extranjeros que a la violencia delincuencial se le deba llamar violencia terrorista. Eso debió haber sucedido desde antes. Ahora el riesgo es que sea EU quien acuñe el término Terrorismo a nuestra violencia nacional. El país arde como cualquier país en guerra civil, y son muchos los motivos que justifican esta aseveración. Paralelamente, el legislativo negocia sobre las reformas legales para dar marco jurídico a la actuación del ejército en las calles para preservar la seguridad interior, mientras que al ciudadano promedio lo habita el marasmo de la inopia.
Mañana viernes 20 de enero, en Washington, será la ceremonia del juramento de Donald Trump como presidente constitucional de los Estados Unidos de Norteamérica. Ese juramento cifra el inicio de una etapa difícil para su propio país y para el mundo. Según Jeh Johnson, Secretario de Seguridad Nacional de Estados Unidos, en la ceremonia se esperan entre 700 mil y 900 mil personas asistentes, y otras 28 mil integrantes de los cuerpos de seguridad. Con la multitud viene el miedo, y los cuerpos de seguridad no descartan la ocurrencia de actos violentos orquestados, o la aparición de Lobos Solitarios que motu proprio intenten violentar el evento. Las alertas están en rojo y los faros de alarma encendidos. De ese tamaño es el miedo en un país dividido por una elección cerrada, catalizado por una visión conservadora y altanera, y atizado por una crisis de legitimidad en el gobierno entrante. Es comprensible que a muchos mexicanos les preocupe Trump y la economía mexicana, las armadoras de autos, la revisión del TLC, y la construcción de un muro. A mí me preocupa la posibilidad de que -otra vez- EU utilice el miedo y la infamia para justificar el aplastamiento contra sus detractores, más aún si sobre éstos pesa la sombra del terrorismo.
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