Tenemos a un presidente bully como vecino. Hace política desde Twitter con la desfachatez que ya le conocíamos. Es el prepotente junior que quiere dictaminar cada regla del juego. El que quiere acaparar la atención. El que morirá por su boca de ser necesario. No es un gran empresario, nunca lo fue. No es un gran político, no lo será. No parece un gran negociador. Hablamos estos días sobre la famosa renegociación del Tratado de Libre Comercio de América del Norte. Los ríos de tinta han corrido. Una espectacular reacción, de esas que con mucha suerte durarán 15 días, acaso un mes, ha “hermanado” a mexicanas y mexicanos en un flamante chovinismo. Con la histeria que nos caracteriza pasamos de la vergüenza propia al orgullo patrio. Del odio al amor hay un paso y en nuestro caso unos cuantos tuits. Hay quien, con escandalosa razón, señala que ésta es la oportunidad del presidente Peña Nieto para recuperar algo de lo perdido: revertir unos puntos de su casi unánime desaprobación. No debería ser tan complicado, no se puede estar peor. Lo grave es que ni eso esté logrando.
Somos extraños, no podemos decir que no: discutimos del TLCAN como si lo hubiésemos leído y usamos palabras que no podríamos -quién sí- definir (neoliberal -todo un clásico-). Hablamos de cómo los gringos necesitan nuestros productos. De lo importante que somos para ellos. De lo trascendente que es México para su economía. Nos envalentonamos con recordar la guerra con Francia: pecho fuera, estamos listos. Masiosare, el extraño enemigo. Tenemos la solución: no compres en Starbucks ni tomes Coca -pero en Starbucks trabajan mexicanos y mexicanos pagaron la franquicia -pero mandan dólares -y Femsa es la empresa que más embotella cocas en todo el mundo -pior tantito. Que con comprar mexicano la hacemos. Que ellos van a extrañar el guacamole.
Somos extraños porque, creo, verdaderamente, que Trump es el menor de nuestros problemas. Los vecinos han elegido mal. Los vetos a la ciencia, las terribles imposiciones anti-derechos humanos, la política de no inmigrantes terminará dividiendo aún más a su nación. En este momento me preocuparía más ser gringo. Tenemos un presidente bully de vecino. Y tenemos un cuerpo pésimo para negociar en casa. El secretario llegó diciendo que no sabe. El presidente reacciona con tuits. Se desinvita de una reunión a la que ya no era bienvenido. El caos impera. Sale a dar un mensaje sin credibilidad alguna ni reinvención de forma y fondo. No tenemos, en el horizonte cercano, una figura política que tenga la contundencia para lidiar y negociar con Trump. ¿Cómo nos ven los demás países latinoamericanos? ¿Hemos hecho suficiente históricamente para ser bienvenidos u ofrecernos como líderes de un grupo? Nuestros niveles de productividad son escandalosos. Tenemos salarios mínimos de risa. Seguros de desempleo ridículos. Nos duele que se vayan empresas que pagan salarios de escándalo porque ni siquiera tenemos algo mejor que eso. Tenemos gasolina cara porque no podemos refinarla y tenemos un monopolio. No nos preocupamos por generar condiciones de distribución que garanticen un precio liberado.
Hemos dejado de hablar de nuestros propios problemas. Se rumora un nuevo gasolinazo y no estamos discutiendo cómo proteger a los productores y distribuidores de canasta básica. Por años hemos soslayado la escandalosa distribución que tiene a la clase media agonizante. Podría venir otra crisis como la del 94, dicen algunos, y nosotros, en 23 años, no aprendimos nada.
Por supuesto que da miedo tener un presidente bully, irracional, prepotente, soberbio, y con mucho más carisma mediático que sentido común. El problema es que el que elegimos nosotros no es mucho mejor que eso.
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