Seguramente usted recordará el desafortunado incidente durante la Feria Internacional del Libro de 2011 en Guadalajara, cuando el presidente Peña Nieto no supo mencionar sus tres libros favoritos. Eso contribuyó a crearle la fama de funcionario iletrado. Nos hizo recordar a Vicente Fox cuando llamó José Luis Borgues a Jorge Luis Borges. Pero tal vez se nos olvida que nuestros presidentes no han sido precisamente destacados por su vasta cultura. Hasta el momento solo Ernesto Zedillo y Felipe Calderón han sido invitados por las prestigiosas universidades de Harvard y Yale a impartir cursos como profesores regulares. Durante un corto tiempo, Carlos Salinas impartió un curso sobre economía en la universidad británica de Oxford y pare usted de contar. Si bien es cierto todos los presidentes desde Adolfo López Mateos hasta el actual han sido profesionistas universitarios, no todos han sido destacados. De los revolucionarios que llegaron a la presidencia ninguno estudió una carrera, aunque Francisco I. Madero rico hacendado hizo estudios de agricultura en Maryland y Berkeley en Estados Unidos y de comercio en París. Durante su mandato, el ingeniero Pascual Ortiz Rubio fue duramente criticado por ser un títere de Elías Calles al grado de que su apodo era El Nopalito por baboso, y era motivo de burlas porque inauguraba obras triviales de poca importancia, sin embargo, se olvida que fue embajador en Alemania y Brasil, propietario de una librería en Barcelona, tuvo negocios en Egipto y finalmente fue director de Petromex, la empresa privada antecesora de Pemex. Adolfo de la Huerta fue un connotado tenor que antes de ser presidente había creado una sociedad de cultura en Sonora, al dejar la presidencia fundó con su esposa una escuela de canto en Hollywood que tuvo gran éxito y sus alumnos triunfaron en el cine y el espectáculo norteamericano. José López Portillo, nieto de un académico de la lengua, escribió dos libros Nezahualcóyotl y Mis Tiempos de poca relevancia pero además propició con su hermana Margarita, el cine de ficheras y los espectáculos de burlesque. Luis Echeverría descuidó por completo la cultura porque no era nada experto en el tema y en su sexenio abundaron los chistes sobre su falta de academia. Algunos presidentes como Emilio Portes Gil y Gustavo Díaz Ordaz fueron elegidos por feos, quizás pensando en el viejo refrán que dice que los hombres deben ser “feos, fuertes y formales”. Abelardo L. Rodríguez vivió su infancia en Estados Unidos, hablaba el inglés a la perfección y conocía muy bien el estilo americano. Sin estudios llegó a ser gobernador de Baja California y Sonora, secretario de Comercio, Marina, Guerra y Agricultura y presidente sustituto por invitación de Elías Calles. Bajo su mando la mafia norteamericana construyó casinos en Tijuana y Cuernavaca, cabarets e hipódromos en toda la frontera. Fue amigo de Al Capone y Bugsy Siegel. Se hizo inmensamente rico y su único acto cultural fue la inauguración del Palacio de Bellas Artes, cuya construcción había iniciado Porfirio Díaz. Miguel Alemán Valdés fue abogado, habilísimo empresario y sagaz político que al amparo de sus puestos como gobernador, secretario y presidente realizó grandes negocios inmobiliarios que lo convirtieron en el hombre más rico de México. Inexplicablemente fue miembro de número de la Academia Mexicana de la Lengua de la cual fue tesorero en dos ocasiones. En dos años consecutivos fue candidato al premio Nobel de la Paz, promovido por Washington por las grandes facilidades que dio a las empresas yanquis para invertir en nuestro país. López Mateos lo nombró presidente del recién creado Consejo Nacional de Turismo, lo cual aprovechó para pasear por todo el mundo, hacer negocios internacionales y convertir Acapulco en emporio turístico, desde luego con grandes inversiones a su nombre. Manuel Ávila Camacho no fue universitario, fue militar sin estudios porque se unió a la guerra cristera, pero se ganó el nombre de El Presidente Caballero por su diplomacia. Lázaro Cárdenas lo eligió su sucesor y en su período presidencial fue totalmente proclive a las inversiones estadounidenses en nuestro país. También se enriqueció enormemente. Al finalizar su régimen se adueñó de una vasta extensión de terreno en Huixquilucan, llamada La Herradura, donde construyó una lujosísima residencia con un jardín de cinco mil metros cuadrados, a la cual acudieron como visitantes actores y actrices de Hollywood, políticos norteamericanos y miembros de la nobleza europea. Su biblioteca tenía miles de libros de estrategia militar, que nunca leyó. Además tenemos otros ejemplos en el ámbito mundial, Adolf Hitler tenía una biblioteca con mil libros que sí leyó. Donald Trump no tiene carrera universitaria, no sabe nada de cine, música, teatro ni artes plásticas. Aún así escribió un exitoso libro sobre como levantar una empresa. De manera que ahora ya lo sabemos: todos los hombres que llegan a la presidencia de un país son inteligentes, aunque no necesariamente cultos. Y nosotros los mexicanos hemos elegido a nuestros presidentes por simpáticos, feos, carismáticos, enérgicos, populares, ricos o guapos, pero nunca por ser cultos. Así podemos seguir, aunque también, si lo decidimos, podemos cambiar. Aunque no se ve nada fácil.
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¿Por qué no le dais a la gente libros sobre Díos?…
Por la misma razón por la que no les damos a Otelo; son viejos; tratan sobre Díos de hace cien años, no sobre el Díos de hoy…
Pero Díos no cambia. Los hombres, sin embargo, SI.
(Libro: Un mundo feliz, Aldoux Huxley – 1932)