El 18 de enero de 2017, recibí la noticia del fallecimiento de Don Salvador Gallardo Topete. Dado el ámbito en que fui educado, creo hasta hoy que la muerte es un acontecimiento natural, inevitable en todo ser vivo. Sin embargo, esa aceptación de un hecho natural irremediable no mitiga el sentimiento de profunda tristeza que nos surge al hacer conciencia de la pérdida de un ser humano por quien se siente un entrañable afecto, gestado en largos años de cordial amistad.
Don Salvador fue de las primeras personas que conocí cuando llegué a Aguascalientes en el año de 1986, con el personal del Inegi que se trasladó en esas fechas a esta ciudad. Si creyera en la predestinación, diría que a una situación de ese tipo se debió nuestro primer encuentro. Nadie nos presentó. Estábamos ambos esperando entrar a un concierto y en un cierto momento, sin mayores ceremonias, comenzamos a conversar espontáneamente, con toda naturalidad, sobre temas musicales. Poco tiempo después, lo reconocí en la mesa de un café, rodeado de otras personas y al verme me invitó a sentarme con ellos. A partir de entonces, me reunía regularmente con él y con algunos de los miembros de la tertulia para ejercer una actividad que nos agradaba (y me sigue agradando) sobremanera: conversar. Ese apego a la reunión periódica para intercambiar ideas, puntos de vista, conocimientos, alegatos duró, con su presencia siempre lúcida, hasta hace unos 15 días. El avance de sus dolencias no lo hizo menguar en sus participaciones e incluso, en esta última tertulia, a la que ya me he referido, llegó conduciendo su propio coche, y se fumó, contra toda recomendación de familiares, médicos y amigos, su consabido par de Delicados sin filtro.
A lo largo de las reuniones que mantuve con él y de las noticias que me llegaban en el curso de la vida cotidiana en esta ciudad, se fue delineando la riqueza de su personalidad. Las facetas de su actividad son tan amplias y variadas que me limitaré a citar unas cuantas nada más: su calidad de maestro de innumerables generaciones de jóvenes preparatorianos, su amor por la literatura, sus conocimientos de preceptiva literaria (tema en el que fui su aprendiz), su probidad y competencia como servidor público, su prestigio como abogado exitoso defensor de causas justas, su obra en poesía, cuento y novela, que deja una muy sugestiva contribución a las letras de Aguascalientes y del país. Su interés y trabajo voluntario por Tierra Baldía, la revista literaria de la Universidad en la que, gracias a su orientación e insistencia, se publicaron algunos de mis escritos.
Desde mi apreciación, junto con su señora esposa, formó una familia ejemplar. Defendió ideas generosas libertarias y progresistas; encarnó, como ciudadano, una virtud que es síntesis de muchas otras y que parece extinguirse en los tiempos presentes: la decencia. Don Salvador Gallardo Topete es la personificación del hombre decente. Confieso que me entristece profundamente su ausencia.
Descance en Paz Don Salvador, figura ejemplar de la sociedad