En caso de que no haya escuchado usted aún la última de las novedades sobre los escandalosos actos de corrupción imputados a la administración de Duarte, el exgobernador de Veracruz, le presentó en pocas líneas una de las “chingaderas” más ruines y uno de los actos de corrupción más inhumanos de los que he escuchado recientemente al menos, porque parece que este país no toca fondo.
Miguel Ángel Yunes, actual gobernador de la entidad, en conferencia de prensa detalló lo siguiente refiriéndose a una investigación en curso sobre el medicamento que se administraba a niños con cáncer. “[La] quimioterapia que se administraba a niños, no era realmente un medicamento, sino que era un compuesto inerte, era agua prácticamente destilada”.
Hace falta leer dos veces las líneas anteriores para atestiguar el alcance de la corrupción y la falta absoluta de humanidad. “[La] quimioterapia que se administraba a niños, no era realmente un medicamento, sino que era un compuesto inerte, era agua prácticamente destilada”.
Si aún no le hierve la sangre, si no le hace pensar en la necesidad de reformar la vida pública de este país tal vez una tercera lectura será de utilidad: “[La] quimioterapia que se administraba a niños, no era realmente un medicamento, sino que era un compuesto inerte, era agua prácticamente destilada”.
Absoluta chingadera. No me cabe en la cabeza, no puedo pensar siquiera, en la discusión previa a las acciones que, en caso de comprobarse, habrían llevado a los servidores públicos responsables a decidirse por tan inhumana forma de robar del erario. Le pido, perdone lo inapropiado de mis palabras, pero me he quedado sin calificativos más adecuados para describir el hecho. Sé muy bien que “chingadera” se queda corto.
En este mismo medio, en La Purísima… grilla de ayer (17/1/16) se nos exhorta a hacer un esfuerzo lingüístico interesante en consecuencia a los actos de corrupción donde destaca particularmente el antes mencionado. Se nos incita (con absoluta razón) cuando dice “…deberemos hacer un esfuerzo mayúsculo para encontrar una descripción más denostativa que ‘hijo de puta’”
Le soy franco, no puedo. No sé cómo calificar a alguien capaz de mentirle, aunque fuese indirectamente, a los padres de esos niños asegurándoles que el proceso al que serían sujetos sus hijos mejoraría las posibilidades de sobreponerse a una enfermedad tan desgastante como el cáncer. Tampoco sé qué clase de injuria sería la adecuada para la basura de ser humano que puede pensar en jugar con la vida de estos niños a fin de enriquecerse si tal es el caso. ¿Qué nombre tiene la clase de enfermedad que le permite a alguien siquiera entretenerse con la idea de jugar con la vida de niños en tal estado de vulnerabilidad a fin de enriquecerse?
El coraje, la ira y la molestia que me genera tal abuso no me permite pensar con claridad. En su lugar, tal clase de chingadera me genera una necesidad de reaccionar con las tripas. La molestia se convierte en un impulso que exige acciones a tal grado que consideraría por más tiempo del que es saludable que se instaurase un comité de salud pública a lo Robespierre.
Si se detiene usted a pensar por un segundo llegará a la conclusión que estos niños, estas familias, posiblemente no son capaces de costear el tratamiento. Entenderá por qué deben recurrir al Estado para hacerlo y será evidente que, en este caso gracias a la falta absoluta de humanidad de un puñado, de lo que a mi parecer son personas enfermas, este se ha burlado de ellos.
Cuando una desgracia, como es tener cáncer y no poder costear el tratamiento, se perpetúa por omisión se convierte en una injusticia. Cuando una desgracia se perpetúa por un acto descarado de rapaz corrupción como es en este caso, la palabra injusticia no reúne la carga emocional, ni transmite la molestia adecuada para describir la situación. No obstante, las cosas por su nombre. Estos niños son víctimas de un acto de injusticia. Sus familias con ellos.
Si pretendemos vivir en un país donde la injusticia algún día termine deberíamos comenzar por pensar que puede hacerse. Tal es una pregunta abrumadora y que con cierta regularidad encuentra falsas respuestas en la demagogia ramplona y rentista de la peor, y más común, clase de políticos mexicanos.
Es evidente que un grupo notable de esta colección de zánganos, cretinos, criminales y repudiables analfabetas funcionales parece poder vivir en perfecta armonía con la injusticia. Es lamentable que, ante la inopia, la ignorancia y la desorganización que nos caracteriza como sociedad pueda esta canasta de miserables cleptómanos salirse con la suya.
Un sin número de eventos nos han dejado en claro que para la clase política de nuestro país importa un bledo que mueran en un incendio los niños de una guardería, las ejecuciones extrajudiciales del ejército o que más de 55 millones de mexicanos vivan en la pobreza. Es muy evidente que la reputación de la que gozan está más que justificada.
Siendo tal el caso, aún creo que hay buenas razones para pensar que algo puede hacerse y que en caso de que no las hubiese no sería muy difícil encontrarlas. Es falso que la gente merece el gobierno que tiene. La mayoría de nosotros hacemos como podemos por la vida, intentado, con nuestras limitaciones, vivir de la mejor forma posible de manera honrada.
Estoy convencido que la mejor forma de terminar con nuestro suplicio es hacer algo al respecto. Escriba una columna y despotrique en las redes sociales si eso le ayuda a sobrellevar la situación. Suscríbase a un periódico a fin de dotar al cuarto poder de la capacidad de indagar soberanamente las malas prácticas de nuestros gobernantes. Infórmese sobre la comunidad en la que vive. Asista a las reuniones vecinales. Confronte las mentiras y los engaños de nuestros servidores públicos. Escriba a sus legisladores, regidores y cuanto funcionario se encuentre. Si sabe algo, denuncie. No haga chingaderas ni sea cómplice de ellas.
La vida pública de nuestro país está colgada de alfileres y se hace necesaria la prudencia. Como dice el refrán “está el agua como para chocolate” y no hace falta provocación alguna para que el enojo sea palpable. En este momento, y en cualquier otro, es irresponsable asumir una postura que incite cualquier forma de violencia, así como también sería irresponsable no entender la infinita molestia de los millones de mexicanos que no más no ven la suya.
En este contexto hay voces que llaman a la calma y piden paciencia. Están en lo correcto y a esas voces tenemos que sumarnos los que, además de coincidir en la vía institucional, pacífica y democrática para cambiar el país, estamos hartos de las infinitas chingaderas y de hacer un esfuerzo constante, casi cotidiano, para encontrar una descripción más denostativa que “hijo de puta”.
@JOSE_S1ERRA
Congratulaciones.
Bueno pues cambiemos “hijo de puta” por bastardo inhumano mal nacido, como aportación no se me ocurre algo menor que eso.
Cierto, no se toca fondo. ¿Y ahora qué sigue?