Cuando estoy aburrido, en vez de salir a caminar, repaso videojuegos en Steam. Hay algunos de ellos que son calificados como Walking Simulator o Simulador de caminatas. Sí, el colmo. Pero también es fascinante cómo la gente busca sumergirse cada vez más dentro de estos espacios virtuales e inexistentes para “recuperar algo” (el sentido primigenio del cavernículo guapachoso, supongo). Antes de empezar a correr, como escritor japonés, solía prender el Wii y “trotar” en Wii Fit. Había algo relajante y siniestro en la isla de los Mii, porque era muy fácil sumergirse. Quizás era el sonido de los pasos, el eco de las cuevas o las playas virtuales, pero terminaba perdido adentro de aquella isla, como si hubiera pasado ahí algunos de mis mejores años. Si me concentro, puedo escuchar la voz de aquellas gaviotas.
Hay un sinfín de mundos en Steam que están esperando a ser poblados, mundos simulados similares a los de Minecraft o No Man’s Sky. Algunos juegos se venden como verdaderos templos al ocio: “No tienes ningún objetivo, sólo pasea en este mundo relajante”. Sí, tiene un ligero tufo a librito de autoayuda pero, como siempre he dicho, cada quien tiene un videojuego que lo está esperando y muchas personas se encuentran en este tipo de mundos solitarios y triviales; mundos extraños de árboles púrpuras y cielos rosas o islas inspiradas en islas muertas por la contaminación y el vicio. Ciudades construidas durante decenas de años, parecidas al sueño de algún arquitecto, en alguna película. Mundo abierto sin objetivos, sin monedas que buscar o criminales a quienes aplicar un combo de 50 golpes. Me deslumbra la obsesión de la humanidad por abandonar el planeta: no sólo en el espacio o las profundidades, pero también en terrenos electrónicos, virtuales. Estamos cada vez más cerca de nuestros límites.
La nueva versión de Mario que está por estrenarse se llama Super Mario Odyssey. Hace años que no juego un Mario, pero todavía sigo con algo de interés sus notas. Lo que me llamó la atención de este juego es que Mario, al parecer, por fin cayó en la tentación del “mundo abierto”. Escenarios coloridos y variados donde Mario mata una de estas cosas, recoge otra de estas y parecen interminables, llenos de secretos y tentaciones.
Siempre he pensado que los juegos de mundo abierto (Saints Row, Grand Theft Auto, los nuevos de Batman, Skyrim, Fallout) son un poco huevones porque mucho del tiempo se pierde en que el jugador admire el mundo en los largos trayectos que hace de un lugar a otro. En un juego así, aprendes pronto que las acciones son repetitivas (igual que los días de un mundo burocrático) y que la mayor parte del éxito del juego, además de la historia, depende de cuánto admite el jugador del personaje. El éxito es perder el tiempo en el manto de un personaje de ficción. Un cuento de hadas proustiano sin el deleite del lenguaje y la maestría literaria pero con un estímulo visual y auditivo constante.
He sopesado la idea de regresar al Wii Fit y hacer un par de caminatas, grabarlas y separar el sonido para después copiarlo y escucharlo en mis audífonos mientras corro. Siento que el ritmo sobrenatural de aquellos paseos en Wii Fit podría beneficiar el ritmo de mis pasos en la vida real. Caminar en la cuerda de la locura y la nostalgia binaria. En la pantalla, un globo azul se expande y se desinfla para enseñarte a respirar. Escucha otra vez: aprender a respirar. Somos humanos aumentados, cuyas experiencias tienen ya un porcentaje de irrealidad inexorable. No sabemos cuánto y cada vez nos importa menos.