Todos y cada uno de los designios que el paradigma neoliberal nos ha vendido por décadas, como las supuestas virtudes que nos traerían la globalización y el libre comercio a las que nuestras denominadas “élites” económicas y políticas se adhirieron prestas y gustosas; fueron cumplidos escrupulosamente por los sucesivos gobiernos mexicanos hasta ahora. Desde el Consenso de Washington hasta el TLCAN o Nafta pasando por la iniciativa Mérida, hasta llegar a la sangrienta guerra contra las drogas del sexenio pasado. Y ahora resulta que nada de eso es válido en 2017, porque en palabras de Trump, “México se ha estado aprovechando y sacando ventaja de los Estados Unidos.” Si ha sido así, poco se nota la trumpiana afirmación (por demagógica y falsa) en la realidad de un país con el ingreso más polarizado del continente, con más del 50% de su población en pobreza oficial; o con cientos de miles de sus ciudadanos muertos, desplazados y desaparecidos en los últimos años, para no hablar de los conflictos sociales o el daño ambiental que provocan las compañías multinacionales (muchas de origen norteamericano) al extraer y apropiarse de los recursos naturales de México.
Sin embargo, la idea de usar paredes para dividir fronteras no es nueva. Todos hemos oído hablar de la colosal muralla china, que separaba al refinado Reino Medio de los bárbaros mongoles, o de la Muralla de Adriano, edificada para contener las invasiones autóctonas a la Britania romana en el 122 de nuestra era.
Luego, en el Siglo XX, vimos también muros divisorios en Berlín, entre las dos Coreas, entre India y Pakistán o entre el Chipre griego y el turco. También en los enclaves españoles de Marruecos, o de manera por demás ominosa, entre Israel y Palestina. Así que está claro que los sucesivos gobiernos de Estados Unidos (porque la idea no fue de Trump) tienen derecho a construir uno o diez muros en su propia frontera, por más inútil que sea y por mal que nos parezca a los mexicanos. Y también está claro que los muros tienen poco que ver con la amistad, la cooperación, la empatía o los Derechos Humanos, cosa de la que los sucesivos gobiernos mexicanos no parecen haber tomado nota hasta ahora. Pero lo lógico sería entonces que los gringos paguen, aunque tal parece que al endeble y vacilante gobierno en turno se le atragantó más de un año el decirlo fuerte y claro.
Así las cosas, fue cuestión de días para que los lazos económicos entre México y su vecino del norte comenzaran a desenredarse vertiginosamente. El martes 24 de enero, el gobierno de Peña dijo a la prensa mexicana que estaba preparado para que México dejara el TLCAN si no le gustaban las propuestas de Trump. El miércoles, los secretarios de un gobierno débil y deslegitimado por su propia y evidente torpeza, viajaron a Washington y se reunieron con el personal recién designado por Trump. Esa tarde, Trump, fiel a sí mismo, firmó una orden ejecutiva para comenzar a construir un muro en su frontera sur, insistiendo en que México pagaría. Esa misma noche, Peña dijo que no pagaría. El jueves, todo parecía desmoronarse en Twitter. Trump twitteó que Peña Nieto “no debería venir a Washington si México no paga por el muro”. Peña envió su propio tweet diciendo que todavía estaba dispuesto a trabajar con Estados Unidos “para llegar a un acuerdo que sea favorable a ambos países”. Al final del día, el secretario de prensa de Trump dijo que un arancel sobre las importaciones mexicanas pagaría el muro, aunque más tarde aclaró a NBC News que esto no era una propuesta específica sino una posibilidad entre otras para financiar la muralla.
Con muro o sin él, México es el tercer mayor socio comercial de los Estados Unidos. Y éste agresivo adelante y atrás indica bien cómo Trump planea ser presidente y como quiere renegociar el TLCAN: en la esfera pública. Y pone a Peña y a su gobierno en una situación especialmente difícil e indigesta. Entre otras cosas, porque en México se reconoce la intensa presión de enfrentarse a los exabruptos de Trump sabiendo también que millones de empleos en México dependen del comercio con Estados Unidos. Sin embargo, poco se dice que a la vez, casi 5 millones de empleos en Estados Unidos dependen también del comercio con México, que envía el 80 por ciento de sus exportaciones a los Estados Unidos; por lo que el comercio es una de las principales prioridades de interés nacional para México, que está dispuesto a hacer lo posible para asegurarse de que tienen acceso al mercado de los Estados Unidos. Es cierto también que la relación comercial ha ayudado a la economía mexicana a dinamizarse, aun a un alto costo para ciertos sectores estratégicos, y que también es una cuestión de migración, porque México, haciendo el trabajo sucio, ha contenido el flujo de migrantes centroamericanos desde su frontera sur, al grado que deporta hoy más centroamericanos que Estados Unidos. Así que los supuestos beneficios de la relación van en ambas direcciones. Y no solo eso. México, dócilmente desde el 11-S ha cooperado estrechamente con las agencias y autoridades de Estados Unidos para asegurarles que ningún terrorista entra en los Estados Unidos a través de su territorio.
Por su parte, durante meses Trump ha tratado de apostar por una fuerte posición de negociación con un arancel del 35% sobre las importaciones y hacer también que México pague por el muro, por lo que México en los últimos días ha comenzado a sugerir que está dispuesto a alejarse del TLCAN. Pro al final del día, seguimos siendo vecinos asimétricos y no hay manera de cambiar eso, por más altas que sean las paredes de por medio. Así que es muy probable que las negociaciones sigan y que las relaciones empeoren antes de que empiecen a mejorar, dados los exabruptos cotidianos del hombre del peluquín.
Así que desde luego que el TLCAN puede deshacerse, pero como todo negocio, tendrá un costo para ambas partes. Incluso sin el TLCAN, habría una enorme cantidad de comercio. Las empresas estadounidenses han invertido miles de millones y miles de millones de dólares y no van a alejarse de esas inversiones sólo porque el TLCAN ya no exista. Sobre la base del compromiso de los Estados Unidos con la Organización Mundial del Comercio, habrá aranceles más altos, por lo que ralentizará los negocios, pero no va a detenerlos.
Como se apuntaba, Peña tiene un espacio político muy limitado dentro del cual puede maniobrar, con una bajísima aprobación pública que no llega al 10% y una elección presidencial en 2018. Además, los mexicanos nos sentimos indignados por las declaraciones de la campaña de Trump, que sigue haciendo como presidente. Haber apostado, primero a no darle importancia a sus declaraciones como candidato y luego a que ya siendo presidente electo se moderaría, se ha revelado como otro garrafal error de una larga cadena de despropósitos, así que esto también es ahora un tema de política interna para México.
Post Scriptum. Palabra de Carlos Slim: “Trump es negotiator, no terminator”. Paradójicamente, la buena noticia es que la irrupción trumpiana, el inicio abrupto de la desglobalización y el fin anticipado del TLC, traerán muchas oportunidades para los mexicanos, empezando por el desmoronamiento acelerado de lo que queda de un régimen autoritario, colapsado y corrupto que hace mucho que no sirve al interés general.
@efpasillas