Y la culminación de todas nuestras exploraciones
será llegar al punto de partida
y conocerlo por primera vez
T.S. Eliot
Cuando tengo la fortuna de sentarme con mis amigas a tomar un café, es inevitable hablar del amor. No importa si somos solteras, lesbianas, monógamas, madres, o todo lo contrario, en algún momento de la conversación sale a relucir. Molestas o ilusionadas hablamos de nuestro amante, lo subordinamos, lo adoramos, lo menospreciamos, queremos darle por el culo o que nos dé. Despierta nuestros mejores y peores sentimientos, sustentados en ese dicho que tenemos tan arraigado de que del odio al amor, y viceversa, hay un paso.
Tan trastocado tenemos el concepto, que a las mujeres nos da por llorar nuestra aplastante soledad en medio de la cocina, de camino al trabajo, o mientras vemos, con bote de helado y cuchara, una película.
No olvido el amor cortés y las diferentes culturas de este vasto universo en que el humano ha demostrado su afecto -occidente, oriente, etc.-, pero siempre el amor bajo el mismo guión: flirteamos, cortejamos, deslumbramos al otro para atraparlo, nos tenemos, nos reproducimos, nos abandonamos. Ad finitum. Las normas religiosas sobre el adulterio, la celotipia ancestral, o la tendencia al poliamor de estos tiempos no han cambiado esta tragicomedia.
Vamos por la vida en busca de un ideal amoroso, alguien que nos acompañe a vencer los estragos de la soledad hasta el final de nuestros días, que nos complete y nos ame en reciprocidad. Por supuesto que hay quien no necesite de esto y sea feliz consigo mismo, lo que resulta genial cuando observamos que muchas veces el amor en lugar de dar soluciones acarrea problemas.
Los sistemas químicos que promueven el enamoramiento aparecieron hace unos tres millones y medio de años, tal vez como una manera de estimular la conservación de la especie; narcóticos naturales que surgieron para conducir a nuestros antepasados a formar y romper vínculos para crear un círculo romántico que nos lleva del éxtasis al mal de amores. Bastó el transcurso de todo este tiempo para crearnos hábitos amorosos: entrega, sumisión, pasión, odio, obediencia, culpa, arrepentimiento, que si lo mezclamos tenemos un estereotipo amoroso.
Que si lo pienso bien, para hablar del amor deberíamos remitirnos única y exclusivamente a nuestra intuición, sin la intervención de la química cerebral, aunque no estoy muy segura si nuestra intuición funciona por sí sola o también está sujeta a la parte primitiva. Como sea, todos lo hemos vivido de una u otra forma.
Para nadie es un secreto que estoy enamorada, que llevo años estándolo y que por mucho tiempo decidí no pensar en eso, y sin embargo terminé por aceptarlo. Cupido no ha quitado la lanza con la que me flechó. Maldito. Mi amor me ha llevado por diferentes caminos, el del gozo y el desamor, ha sido ciego, analítico, estéril, idealizado, perfecto. De hecho, no solo a mí, sino a todas las mujeres que conozco. Ya lo dije, no importan las condiciones, en algún momento sale a la plática el amor y las distintas formas en que cada una de nosotras lo experimenta.
Me lo contaron mujeres que confundieron el amor con hacer todo lo que el amado pidiera para complacerlo, incluso algo ilegal que las llevara a la cárcel, donde ahora están. Las que imaginaron que eran amadas con la misma intensidad que ellas lo hacían, para luego descubrir con dolor que no era así, quedarse con el corazón roto y cantar: él me mintió, él me dijo que me amaba y no era verdad. Están las que no creen en la monogamia y son felices en el ejercicio de su sexualidad compartida. Las que su vida cotidiana giró en torno al amor mismo y a los hombres, y que asociaron esto con volcarse por completo en el otro, olvidarse de ellas y de sus necesidades sentimentales, físicas o sexuales, con eso de que el orgasmo femenino no es igual de fructífero que el masculino, muchos lo conciben como innecesario, si acaso importante como quien, por arte de magia, obtiene un trofeo. Claro que también conozco mujeres que no sufren tanto: las que se han desvinculado de la tradición y gozan con el amor y el no amor, como han decidido llamarlo, las que no quieren ser el objeto del deseo de nadie, las que cantan no quiero un novio, nada de amor, que han descubierto las libertades afectivas y encontrado independencia emocional y personal, que cuestionan todo y por lo mismo se han liberado de una opresión amorosa que lleva milenios en las culturas y épocas. Como los celos, tan antiguos como la agricultura.
En nombre del amor y de los celos han muerto millones de mujeres, Desdémona murió a manos de su amor, Otelo, como Sandra, cuando su esposo, cegado por los celos también, la roció con gasolina y le prendió fuego. O como mi vecina, que decidió ahorcarse en la regadera después de descubrir que su marido la engañaba, tal como le pasó Sylvia Plath, solo que ella decidió asfixiarse con gas. En nombre del amor, mi abuelo se robó a mi abuela cuando todavía era una niña de trece y él un hombre de veinte, para casarse con ella y llenarla de hijos, como la tradición dice. En su nombre también yo más de una vez he muerto.
La ruptura de esta concepción del amor es tan difícil para nosotras, que incluso Simone de Beauvoir luchó contra sus propios celos y sus deseos insatisfechos por Sartre. Luchó contra sentirse enajenada por esa dependencia femenina que cargamos, algo que, desde mi percepción, Sartre aprovechó para beneficiarse la mayoría de las veces. Simone siempre regresó a él mientras se ufanaba de ser libre y al mismo tiempo sufría.
No sé qué es lo que pase con mi amor, solo estoy segura de que ha evolucionado y por ahora no me duele nada, por lo que convoco a mis amigas a tomar un café, nosotras que podemos, como brujas en aquelarre. Habrá mujeres que se platicarán entre rejas y otras que no podrán hacerlo. La próxima vez que nos sentemos a platicar y toquemos el tema del amor, que sea para cuestionar cómo necesitamos que nos amen, cómo evitaremos sentirnos frustradas, desiguales, dimensionar nuestro amor y sexualidad en los linderos de nuestra parcela, no en la del otro. Nadie debe sentir que ama más que el otro. Del amor al odio no debe haber un paso.
En estos tiempos es cuando más necesitamos del amor, de cantar que nadie puede ni nadie debe vivir sin amor. El amor como el objeto de la búsqueda, el amor después del amor, no el otro, que al final, me llevará a hacer una apuesta, insensata, por la libertad, dice Paz, no la mía, sino la ajena.
@negramagallanes