San-Chi y el árbol de invierno / La escuela de los opiliones - LJA Aguascalientes
21/11/2024

En una vieja historia china, Confucio se aprovechó de un joven emperador; lo hizo prometer que no entraría en guerra con ninguno de los cinco países a cambio de un abanico hecho exclusivamente con plumas del pájaro San-Chi. La belleza de este pájaro es relativa. Quizás podemos decir que es bello por la dificultad para recoger sus plumas, las cuales sólo pueden ser encontradas en las cimas de montañas rocosas y peligrosas. Confucio agitaba este hermoso abanico frente a la cara del joven, dijo que había estado en su familia durante años y era un símbolo de longevidad y sabiduría, así lo convirtió en una necesidad para el joven emperador. El muchacho, quien podía tener todo lo que podía desear, durante un año, cumplió su promesa y contuvo sus ansias de conquista.

Al tratarse de Confucio, supongo que los chinos sabios han discutido durante generaciones el significado de esta historia y gradualmente han llegado al consenso de la moraleja verdadera. La historia no sólo la escriben los vencedores, sino la repetición y el tiempo. Yo, como soy occidental, puedo darme el lujo o cometer el error de pensar en esta pequeña anécdota como un ejemplo de la tentación, la manipulación y de cómo controlar a la persona que está en el poder.

Un hombre experimentado ejerce su poder verbal y narrativo sobre un primerizo. Confucio representa el dominio de la experiencia y la crueldad de la elocuencia. No sólo la historia de un objeto empieza por su hechura y su belleza, pero también adquiere profundidad de acuerdo a la historia que su narrador teja para él. El emperador, sí, tiene los recursos para materializar sus caprichos, pero poco puede hacer contra un hombre que tiene un objeto maravilloso y una historia para potenciar su existencia. Cuando el emperador accede a dominar sus impulsos de conquista durante un año para poseer un abanico, sin advertirlo, también se encuentra contra uno de sus primeros enemigos más complejos: la lengua plateada de los viejos. Es más fácil derramar sangre que dominarse frente a lo que más deseamos, o lo que otro ha sugerido que necesitamos. Según los sabios, la moraleja de aquella historia es el poder de una promesa. Sobran maneras de convertir a nuestros héroes en santos.

Confucio, otra noche, duerme bajo dos árboles de distintos tipos. No recuerdo exactamente cuáles, pero uno es un árbol que es buscado y amado durante la primavera, y otro es un árbol que suele reverdecer en invierno y sólo entonces la gente se fija en él, y aprende a quererlo. Esto, por alguna razón, molesta al árbol primaveral mientras que el árbol de invierno se da cuenta cómo va contra las leyes de la naturaleza y del tiempo. En el sueño de Confucio, escuchamos la discusión de ambos árboles y cuando despierta, el sabio chino cuenta un poco de su propia historia: “Quiero ser como un árbol invernal, quien sigue reverdeciendo y dando esperanza a pesar de tiempos difíciles”. En esa misma fábula suelta por ahí, un poco tímido, un poco modesto, una línea esencial: “Tres emperadores han tratado de matarme pero aquí sigo. Seré un árbol de invierno.”


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