- Yo no sé hablar de la muerte más que en primera persona, el resto es intento de periodismo o ficción.
Falleció Guillermo Samperio, uno de los grandes cuentistas del país, un maestro del género en toda la extensión, alguien que en lo personal merece algo más, mucho más que una simple entrada en Facebook o 140 caracteres en Twitter; porque creo que a esos muertos se les debe tributar desde la generosidad, con un gesto que dibuje en forma precisa el dolor de su ausencia, porque eso es la muerte para quienes nos quedamos, la mano que se extiende y sólo encuentra aire, la mirada que busca y se detiene adivinando siluetas.
En alguna parte escribí que toda memoria es ficción, hoy lo refrendo, mi primera memoria de Guillermo Samperio es en uno de los luminosos salones de la Casa Universitaria del Libro en el DF, en la calle de Orizaba, lo creo así porque en ese lugar asistí a los primeros talleres de cuento que cursé en mi vida, pero debe ser mentira; a diferencia de las múltiples veces que lo encontré en el Centro Cultural Jaime Torres Bodet del Instituto Politécnico Nacional, como nadie le dice, y los que estudiamos en el Poli lo llamamos el Queso. Eran mediados de los 80 y la colección de Lecturas Mexicanas se vendía en los cruceros del Distrito Federal, los primeros tomos a 3.50 pesos, así llegue a Miedo ambiente y otros cuentos, uno de los volúmenes más ajados de mi biblioteca personal. En ese entonces, sin los prejuicios que se adhieren al criterio al ir sumando lecturas, pensaba que el autor de ese puñado de cuentos era un gran escritor porque en sus textos encontraba el eco necesario a mi desaseada lectura de Fragmentos de un discurso amoroso de Roland Barthes:
Como Relato (Romance, Pasión), el amor es una historia que se cumple, en el sentido sagrado: es un programa que debe ser recorrido. Para mí, por el contrario, esta historia ya ha tenido lugar; porque lo que es acontecimiento es el arrebato del que he sido objeto y del que ensayo (y yerro) el después. El enamoramiento es un drama, si devolvemos a esta palabra el sentido arcaico que le dio Nietzsche: “El drama antiguo tenía grandes escenas declamatorias, lo que excluía la acción”. El rapto amoroso (puro momento hipnótico) se produce antes del discurso y tras el proscenio de la conciencia: el “acontecimiento” amoroso es de orden hierático: es mi propia leyenda local, mi pequeña historia sagrada lo que yo me declamo a mí mismo, y esta declamación de un hecho consumado (coagulado, embalsamado, retirado del hacer pleno) es el discurso amoroso.
Y es que en los cuentos de Guillermo Samperio, el placer y la felicidad parecen permearlo todo, (casi) no hay desastres amorosos, además, ejercía en plenitud (o eso creía yo) su “lado femenino” desde el sentido del humor, me ocurría con sus historias lo mismo que con las de Cortázar o Ibargüengoitia, me reía, en más de una ocasión tuve que dejar el libro a un lado para pasar de la sonrisa a la carcajada.
No creo que Samperio estuviera en desacuerdo, en una entrevista le dijo a Marco Antonio Campos que en su primera juventud era un anarquista: “Un anarquismo a fondo. Yo era un anarquista que no sólo estaba contra Dios y el Estado, sino contra toda autoridad. Toda mi primera juventud fue así. El anarquismo hace ver la doble cara de los hechos y las cosas. Es la visión del humor cruel, un tanto perversa. Una suerte de vía paralela a la ética y las formas de las costumbres dominantes”; además, él mismo decía que en su obra era esencial articular un dispositivo que desatara la complicidad de la risa:
En mi escritura he permitido, en la medida en que la temática lo ha hecho posible, la presencia del humor, elemento de vital importancia -como el erótico-; incluso el humor es parte de la fisonomía del punto de vista de mi estilo literaria (…) el elemento que da coherencia al chiste: el develamiento de una realidad oculta y prohibida a los demás, realidad que transita ante los ojos ciegos de todo mundo y todo mundo ansía ver, claro, me ayudo con la intriga, que en el terreno de la literatura se transforma en tensión y malicia para develar el asunto paulatinamente. Esto implica que antes que a mí mismo, me gusta divertir al prójimo; y si para ello es necesario echar una mentira, la echo.
Después de tomar taller con él en el Poli, lo seguí a Erongarícuaro, Michoacán, a unas encerronas literarias que organizaban en el puente del Día de Muertos María Luisa Puga, Isaac Levín, Bertha Hiriart y el propio Samperio, entre otros. Ahí pergeñé algunas historias de mi primer libro, para el cual ya tenía título y a Samperio le pareció muy sin chiste, “cámbialo, mano, en serio, está cursi”; no sé si pude aplicar alguna de sus enseñanzas en esos cuentos, reconozco que cuando cambié el nombre, lo hice pensando en la advertencia del autor de Lenin en el fútbol.
Yo siempre lo llamé maestro, él siempre confundió mi nombre y apellido, cuando me mudé de la Ciudad de México dejé de encontrarlo constantemente por el Centro Histórico, cruzando veloz Santo Domingo, fumando, siempre, a la sombra de la Torre Latinoamericana. No fui su cercano, sí su seguidor, no puedo presumir que departí con él en su casa en la Narvarte, me satisfizo suficiente su cara de extrañamiento cuando le extendí un ejemplar de El fantasma de la jerga (uh, este casi nadie lo tiene) o la edición de Anteojos para la abstracción (uh, este nadie lo comenta); nunca lo perdí la pista, pero lo dejé de ver mucho tiempo. Cuando publiqué mi primer libro no tuve oportunidad de comentarle el cambio del título, ya habían pasado muchos años de los talleres en Erongarícuaro y no le veía caso a molestarlo con esa anécdota cuando podía disfrutar de la generosidad de su conversación, además, al maestro Samperio (no, tampoco lo llame nunca Guillón) no le hacía falta que nadie se acercara a darle esa connotación, a validarse como escritor a partir de su sombra, él tenía la convicción de que cualquiera podía serlo:
…cualquier persona de cualquier edad es capaz de escribir cuentos, pues en su espíritu están grabadas historias de distintos tipos; lo que necesita es tener a mano herramientas literarias que le permitan descubrirse escritor de esas historias -que a veces desconoce y hace falta atraparlas- para convertirlas en cuentos.
En 2007, durante una de sus tantas visitas a Aguascalientes, le extendí el tomo de Cuando el tacto toma la palabra. Cuentos, 1974-1999, como todas las otras veces, me preguntó mi nombre y, al igual que las otras ocasiones, lo escribió mal; me dedicó el libro mientras terminaba de desayunar, después de una fallida entrevista en la que mi grabadora decidió fallecer y no grabar nada. Samperio no se agüitó, “al fin que nos vamos a ver en Nayarit, ¿no?, ahí le seguimos”, y supongo que me ruboricé porque el maestro recordaba mi nombre y que estaría participando en el Festival Internacional Amado Nervo; pidió una Coca-Cola light sin cafeína, otra, y tras guiñarme el ojo, vació el vaso en una botella de plástico. Yo había estado mirando curioso la bolsa que cargaba, en el portafolios de piel suponía que traería instrumentos de escritura, pero no podía adivinar lo que contenía la bolsa de plástico grande con estampado de los Power Rangers que colocó tan cuidadosamente junto a su maleta, mientras lo entrevistaba sin notar que la grabadora estaba muerta, mientras él prendía un cigarro entre la papaya y los huevos revueltos, observaba la mochila intentando descubrir qué es lo que traía ahí; grande fue mi decepción cuando la abrió para revelar el extraño contenido de botellas de esa coca (es que de estas no encuentras en todos lados), mucho más que los anillos y colguijes con que se adornaba, o el cabello teñido de morado.
Lo volví a ver en Nayarit, lo entrevisté, con una grabadora que sí funcionaba, más que entrevista fue una conversación, pero no conmigo, de ojo ligero, no perdía oportunidad de hacerse acompañar de las muchachas del equipo de la organización del Festival, estábamos en un café de San Blas, la mitad de la conversación fueron lances para la muchacha que estaba con nosotros, el coqueteo siguió mucho tiempo, en el auto en que regresamos siguió intentándolo, hasta que se quedó dormido.
Lo dejé de ver, de nuevo, cada vez que lo recordaba pensaba en su persona y los anillos estrafalarios, los tintes llamativos, por eso cuando venía a Aguascalientes prefería no verlo, mejor reencontrarlo en sus libros, incluso cuando comenzó a escribir poesía y publicó La pantera de Marsella.
La última vez que nos comunicamos, fue a través de un correo electrónico; el Fondo de Cultura Económica publicó en 2011 la antología de cuentos Sueños de escarabajos, su editor, Omegar Martínez me escribió para pedirme que le permitiera usar una de las tantas fotografías que le tomé a Guillermo Samperio. Cuando el libro comenzó a circular recibí su correo agradeciendo la imagen.
Pasó el tiempo, lo dejé de ver, le rindieron un homenaje en el Palacio de Bellas Artes, siguió escribiendo, dando talleres, viviendo; no lo busqué más porque me pesaban las apariencias, no me podía sacar de la cabeza el que cargara una bolsa con cocas y que las rellenara en el restaurante de un hotel.
Falleció Guillermo Samperio, leí hoy, con la ansiedad de la tristeza verifiqué la noticia. No, no recordé su bolsa de los Power Rangers, me vino a la memoria como una sola cosa todo el disfrute de aprender de su escritura, de sus libros, también algo que me dijo: “El escritor debe ser un cazador de maravillas, estar atento con la mirada para descubrir en el mundo las imágenes que le han de regalar un cuento”.
Ahora quiero creer que esas escenas punzantes con que lo recordaba fueron un regalo, una forma de establecer que la vida regala cuentos en las imágenes cotidianas, sólo hay que estar atentos para cazarlas.