Sostiene un buen amigo, politólogo y profesor universitario en su natal país, que los ciudadanos nunca se equivocan y que el exceso en democracia es válido. No estoy del todo de acuerdo y en el fondo tampoco lo está él, aunque sí que podemos convenir en que “el modelo” (si así se le puede llamar) de democracia electoral que hemos conocido es cuestionable e impredecible, tal como nos enseñaron en 2016 fenómenos como el Brexit, el fracaso del referéndum de paz colombiano, el tercer mandato consecutivo de Rajoy en España, o el triunfo en el país vecino del señor del peluquín. Estas decisiones, todas ocurridas en democracia, tienen en común claros visos de rebelión popular contra el establishment local o global, o por lo menos, contra una parte importante de él.
El triunfo de Trump no es sorpresivo ni sorprendente, pese a lo que se diga. Ya nos habían avisado en la tele, desde Los Simpson hasta House of Cards. También por cierto el destituido señor Videgaray (ahora bien se le puede restituir para que le eche una mano a su amigo con la Casa Blanca) y el vapuleado e incomprendido señor Peña. Porque Trump podía ganar…y ganó.
El popular cineasta Michael Moore nos advirtió también con detalle de las posibilidades de triunfo del candidato republicano desde junio pasado en un artículo publicado en su blog y en redes sociales. Y acertó prácticamente en toda su previsión. Aquí van en síntesis sus 5 razones:
El Brexit del medio oeste. Michigan, Ohio, Pensilvania y Wisconsin son conocidos como el Rust belt del medio oeste. Cuatro estados obreros en depresión económica por las políticas de libre comercio y tradicionalmente demócratas, pero que eligen gobernadores republicanos desde 2010. En todos ellos ganó Trump.
El último bastión del hombre blanco enfadado. “Negros por 8 largos años en la Casa Blanca… y ¿ahora mujeres? ¿Que sigue después, mexicanos?, ¡tenemos que parar esto!”, dirían muy enfadados los ya conocidos machistas, nativistas y xenófobos WASP (White Anglo Saxon Protestant). Pero también por cierto, las conservadoras minorías hispanas de derecha dura, como la cubana de Miami o los tradicionales votantes chicanos (esos que hace décadas nacían “guadalupanos y demócratas” según se lamentaban Haig o Nixon, pero que ahora en cambio, votaron casi en un 30 por ciento por Trump). También las mujeres votaron en su mayoría por Trump, a pesar de sus exabruptos misóginos y sexistas. Ciudadanas y ciudadanos en fin, insatisfechos ante las promesas incumplidas del gobierno de Obama.
El problema de Hillary. Es cierto que es una mujer inteligente, preparada y con vasta experiencia. Pero votó a favor de la invasión de Irak cuando fue Senadora (la primera mujer senadora por Nueva York). Todos lo recordamos. También ayudó a destrozar Libia y derrocar y asesinar a su famoso dictador Gadafi; no hizo nada, sino todo lo contrario, para empujar la solución en Palestina y coadyuvó activamente el desastre de Afganistán y Siria, donde hay miles de muertos inocentes a causa de la guerra. La relación con Rusia o China retrocedió casi a los tiempos de la guerra fría, Ucrania fue un grave error, el golpe de estado en Turquía fracasó, y el terrorismo yihadista prevalece por todo el mundo. Además, mintió contumazmente, al grado de que la amenaza de ser procesada penalmente pende sobre ella. Así que arrastraba una historia negra como secretaria de Estado agresiva y belicista y padecía una severa desconfianza popular, pues casi un 70 por ciento de los votantes pensaban que no transmitía honestidad. Lo expresó muy gráficamente la actriz Susan Sarandon, conocida activista de las causas de izquierda: “yo no voto con la vagina”.
El voto deprimido a Bernie Sanders. No es que los simpatizantes de Sanders hayan votado por Trump. Es que no llevaron a su familia y amigos a votar por Hillary. Otros muchos habrán dejado de votar, pues decían que a Sanders la nominación demócrata le fue arrebatada de modo fraudulento.
El efecto Jesse Ventura. Los estadounidenses votaron a Trump simplemente porque podían hacerlo. Así lo demostró el hoy gobernador republicano de Minnesota, Jesse Ventura, quien antes fuera luchador profesional. Y así lo demostró el propio Trump, que en primarias abiertas y sin ninguna experiencia previa, dejó en el camino a 16 contendientes, todos políticos populares y experimentados, algunos gobernadores en funciones y otros legisladores, entre ellos al último de los Bush. Para la anécdota, podemos recordar a Obama hace un par de años, burlándose entre risas de Trump y retándolo para que fuera candidato a presidente.
Así que se entiende bien el humano dilema de los votantes ante el sui generis perfil de sus dos únicas alternativas: optar por la mala o por el peor. Por lo demás falso dilema, pues ya se ve que la política y los políticos allí son muy parecidos a los de otras latitudes y que esa democracia es tan cuestionable como cualquier otra, pues no aparece clara esa famosa “excepcionalidad” o “liderazgo civilizatorio” que a ojos de su todavía presidente convierte a ese país en “primus inter pares.”
El triunfo de Trump es también una derrota y una amarga despedida para Obama y todas las ilusiones despertadas durante sus dos mandatos que no se cumplieron, especialmente para la minoría hispana.
Sin embargo, los votos “directos” obtenidos por la candidata demócrata son más que los del candidato republicano. Trump obtuvo menos votos que Romney hace cuatro años, y aun así es presidente electo en un sistema electoral bastante cuestionable, por decir lo menos. Clinton ganó en las grandes ciudades y en las dos franjas costeras, al este y al oeste. Trump en el interior y en la franja fronteriza con México, a excepción de California. Y esto nos habla de una elección disputada y de un país dividido, donde ya hubo tempranas manifestaciones y protestas en al menos 10 ciudades y también el recuerdo de consignas separatistas en el caso de California, en lo que empieza a llamarse “Calxit”. De cualquier modo, es pronto para saber que viene a partir de la investidura de Trump el 20 de enero de 2017 como cuadragésimo quinto presidente de los Estados Unidos, aunque ciertamente, se avizoran cambios en la geopolítica del mundo.
A final de cuentas, el triunfo del señor del peluquín es la derrota de una parte importante del establishment, en especial del mediático, de las finanzas de Wall Street, de la globalización económica y del libre comercio a los que Trump dice oponerse con vehemencia, así como de otras “excepcionalidades” impuestas al mundo desde los Estados Unidos de América.
Por lo demás, la paradójica elección democrática de personajes en principio antidemocráticos como Trump (quien incluso llegó a decir en campaña que la elección estaba amañada y que se reservaba el reconocimiento de los resultados), representa el fin de una época y el comienzo de otra, tal vez caracterizada no por la política, sino por lo que algunos estudiosos han llamado acertadamente la “impolítica”.
P.S. Dicen que Gandhi decía que si hay un idiota en el poder es porque los que lo eligieron están bien representados, así que nos deben una disculpa a las y los mexicanos si alguna vez se nos acusó de falta de intelecto o madurez política. Nuevamente, ¡los gringos nos superaron!
@efpasillas