Mientras que en México se discutía en múltiples espacios públicos, mediáticos y privados la preocupación por la llegada de Donald Trump a la presidencia de los Estados Unidos debido a los discursos de odio del candidato por el partido Republicano; la comisión de Derechos Humanos de la Cámara de Diputados del Congreso de la Unión decidió recurrir a la ambigüedad para evitar legislar la iniciativa de ley para reformar el artículo 4º constitucional que reconocería el matrimonio civil igualitario, mismo que no sólo beneficiaría a las personas con orientación y/o identidad sexual disidente, sino que también ampliaría su cobertura a personas con enfermedades crónicas, parejas heterosexuales con problemas reproductivos, e incrementaría la posibilidad de adopción de niñas y niños sin hogar, por sólo mencionar algunos ejemplos. Fue así que la amenaza extranjera contra la diferencia, contra la pluralidad, fue más preocupante que la propia. La figura norteamericana de la exclusión se posicionó en la agenda pública, mientras que la nativa se coronó en el poder al cual hay que darle por su lado para evitar su reproche económico, estructural y electoral.
Después de la salida masiva de las mujeres a las calles alrededor del país para denunciar las violencias machistas; la institucionalización de la perspectiva de género en la vida pública del país, con sus claroscuros más turbios que transparentes; y las diferentes movilizaciones del conservadurismo en el país que evidenciaron la ignorancia generalizada respecto a los derechos sexuales y reproductivos; es tiempo y es urgente cuestionar los imaginarios impuestos de manera estructural, cultural e histórica sobre los cuerpos que adolecen, viven y expiran por igual; sobre el erotismo y el amor que subyacen en problemáticas tan alarmantes como la trata de personas, las niña-esposas, niñas, niños y adolescentes sin hogar, el suicidio, la alta incidencia de muertes violentas en adolescentes y en hombres, los feminicidios, los crímenes de odio.
Si las marchas del conservadurismo mexicano tuvieron una gran afluencia se debe en gran medida a la ignorancia, en un sentido no peyorativo sino meramente descriptivo, y a la falta de información sobre los problemas interrelacionados e impulsados por el rechazo a la otredad, a la alteridad, a la convivencia entre seres humanos con las mismas capacidades, pero en diferentes posiciones de desarrollo frente a imposiciones corporales, sexuales, eróticas y afectivas.
Durante las últimas semanas la Red por los Derechos de la Infancia en México (Redim) dio a conocer que en nueve estados de la República aún se permitía el matrimonio infantil -de menores a los 18 años de edad- y que uno de cada 33 adolescentes, mujeres y hombres, entre 12 y 17 años de edad está casado, en unión libre, separado, divorciado o viudo; lo cual no había llamado la atención de la opinión pública desde el año 2014 cuando se dio a conocer el caso de una chica de 14 años que tras separarse de su esposo recibió una demanda de indemnización debido a que su unión fue una de las varias que habían sido pactadas entre familias en el sureste del país.
Además de visibilizar las problemáticas derivadas de las concepciones hegemónicas sobre los cuerpos y la sexualidad, es tiempo de reeducar respecto al amor y derrocar la idea de la reproducción sexual como único centro de desarrollo familiar. Pasando por la indignación religiosa ante el surgimiento de la figura jurídica del matrimonio civil, hasta por la institucionalización de la cama matrimonial, las organizaciones de parentesco no siempre se han sustentado en esta idealización; fue hasta la época moderna cuando el amor romántico se posicionó y ligó estrechamente con la unión familiar, como símbolo de la madurez de los individuos fincada en un hogar perpetuamente entrelazado sin mayores consideraciones.
Las niñas, niños y adolescentes tienen la capacidad de ir tomando responsabilidades poco a poco, pero esto debe estar relacionado con su desarrollo social, cultural y cognitivo, sustentado en la pluralidad y en la posibilidad de acceder a múltiples opciones de desarrollo personal; pero en México aún existe una carencia para ofrecer un escenario óptimo para su autonomía plena debido a la persistente imposición de roles de género, la falta de acceso a servicios de salud integral, además de que la discusión científica y humanista respecto a lo afectivo, lo erótico y lo sexual aún es entre dientes, a escondidas. No hay posibilidad de argumentar que la totalidad de los matrimonios entre menores de edad, o de menores con mayores de edad, sea realmente una decisión libre y consciente; aún más si se consideran uniones impuestas o bajo acuerdos de intereses económicos o sociales entre familias, el embarazo adolescente, la violencia de género -mal llamada doméstica o intrafamiliar-.
El amor apasionado, de cooperación mutua, inter-independiente, libre y sincero es posible, pero requiere de pasar por un proceso de autorreconocimiento para que justamente anteponga el desarrollo de cada una y cada uno de nosotros; que, en caso de empatar con otra persona, impulse proyectos, aspiraciones, procesos de resiliencia. Pero es tiempo de reflexionar que en ocasiones esa idea tan sublime termina por cercenar nuestro crecimiento, nuestra creatividad, movilidad, tranquilidad, seguridad, y en otras tantas nuestra dignidad, nuestra vida. Aún quedan amores que nos hacen sentir vivos y es tiempo de luchar por ellos, con libertad, empatía, consciencia y responsabilidad.
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