Mi balbuceo ante el triunfo de Trump / Disenso - LJA Aguascalientes
21/11/2024

¿Cómo demonios pasó esto? Ésa, es la pregunta que, por días, seguramente, nos hemos hecho al pensar en la victoria de Donald Trump en los Estados Unidos de América. El martes por la noche vimos cómo fueron cambiando los semblantes de todos a quienes nos aterraba la victoria del candidato republicano: inicialmente confiados y repitiendo como mantra que su victoria era imposible; luego diciendo que podría llegar a ser cerrada, pero Clinton al final ganaría sin duda alguna; luego esperando un milagro, que, como buen milagro, nunca llegó.

Explicar por qué se dio el resultado es complicado y requiere algo de arrojo y una gran dosis de egocentrismo. Primero porque a pesar de lo que hoy se diga, nadie lo vio venir. Los factores con complejos y variopintos. Intentaré, sin embargo y faltando a mi propia advertencia de hacer algunos apuntes al respecto.

El error demócrata: Era absolutamente claro -o tal vez lo quiero creer, como lo quise creer con Clinton- que Sanders podía vencer a Trump. Si podemos reconocerle un mérito a este último fue ver con claridad el público al que debía dirigirse, Sanders también lo sabía, pero no sólo eso: tenía verdaderas propuestas y respuestas a esas necesidades, por las cuales además había luchado toda su vida. Los demócratas erraron contundentemente en dejar a un lado a Bernie. No creo que ninguno tenga dudas hoy. Un peligroso cóctel se conjuntó para ello: la permanente seguridad de que Trump era un globo que terminaría reventándose, una amenaza subestimada y el tardío endorsement de Sanders, perfectamente explicable ante una candidata que él sabía, era inferior como oferta democrática.

El error de la “izquierda”: En una racha reciente hemos visto cómo las posturas que podrían considerarse izquierda o mayormente liberales han ido perdiendo fuerza alrededor del mundo. No estamos haciendo lo suficiente. Y lo suficiente es, de entrada, salir a votar. También mejorar nuestra capacidad de movilización y convencimiento. Somos una generación timorata. Una generación que no se ha ganado el respeto de la anterior. Podemos -acaso- presumir que suscribimos de manera más numerosa a posturas liberales que las generaciones anteriores, pero suscribirlas y no defenderlas cabalmente es mero regodeo egocéntrico. No importa si pensamos “lo correcto”, si creemos que pensarlo es suficiente: compartirlo en memes, saber que le entendemos a John Oliver o que nos reímos con SNL, pero no hacerlo parte de nuestra vida más allá del share automático y el like no sirve para un carajo. Hemos encumbrado la ironía y el sarcasmo, unas de las formas más débiles de argumentación y dejado a un lado la posibilidad de autocrítica y el disenso. Confundimos las batallas, olvidamos las metas. Nos dividimos. Somos una izquierda que olvida sus posibilidades de diálogo. Una izquierda que piensa que el cambio tiene una dirección punto org. Una izquierda que no ha sabido explicar por qué la democracia debe ser para todas y todos: incluidas las que no quieren abortar y las que sí. Incluidos los que se quieren casar con alguien de su mismo sexo y los que no. Incluidos los ricos y los pobres. Incluidos los creyentes y los ateos. Una izquierda que no sabe dialogar, que se ha vuelto dogmática, que acalla, que se burla, que acusa, que humilla a quienes disienten antes que establecer todas las condiciones posibles de diálogo y cuanto éstas se agotan, volver a dialogar, porque sólo eso nos queda. Una izquierda que se burla de las decisiones de los gringos pero que en México no hizo lo suficiente para evitar a Peña.

El panorama optimista: Más allá de que el partido republicano quedó dividido, que las cámaras, a pesar de ser rojas no estarán a disposición incondicional del presidente, las instituciones norteamericanas deberán mostrar su valía y podemos aspirar a que Trump sea maniatado. Que sus locuras sean contenidas por la estructura que lo encumbró. Que Trump mismo entienda que el mal chiste y la necesidad de ser estrambótico ha pasado. Que no duerma algunas noches pensando en que la responsabilidad de ser presidente dista mucho de la bravata de ser el candidato que fue.

El panorama pesimista: y si efectivamente Trump es el loco que anticipábamos, y si las manifestaciones del KKK y las felicitaciones de religiosos particularmente dogmáticos, y el empoderamiento del conservadurismo intolerante, y el destape de los que se sienten legitimados por tener un presidente, aquellos que por vergüenza no dijeron la verdad en las encuestas; los que hoy agitan la bandera y amenazan al latino; los que se sienten legitimados y anticipan ya el retroceso en derechos humanos… entonces estamos jodidos. Pero creo, sinceramente, que será un momento de duro y claro aprendizaje para la humanidad. No hemos aprendido -al parecer- aún de los Stalin, los Mussolini, los Pinochet, los Hitler. No hemos aprendido lo suficiente porque incluso los elegimos en las urnas. Pero nunca había estado amenazada una nación que TODOS los ojos estén viendo al mismo tiempo. Si el panorama es tan aciago como parece, el racismo, el clasismo, el sexismo, el odio que podríamos ver será algo que palpemos todos: no serán los niños raptados para guerra, cuyos cuerpos se esconden en la selva africana. No serán los argelinos ni los refugiados en países que olvidó occidente. No serán sudamericanos ni judíos exterminados en campos de concentración. Seremos todos, porque queramos o no el vínculo que nos une a ese país es inevitable. Será el horror magnificado como nunca antes. Será el horror definitivo. Si no aprendemos de eso no aprendemos de nada.

Ahora, confieso -aunque sea innecesario- que sigo obnubilado por lo que parecía imposible. Que estoy avergonzado por pensar que lo que les faltó allá, nos falta aquí. Que yo debería ser parte de los que logran un cambio y que aún no lo logro. Pero sé que no estoy solo. Tengo a mis amigos y tengo también la convicción de que tarde o temprano aprenderemos. A la buena o a la mala, pero aprenderemos.

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