El próximo martes 8 de noviembre se realizarán las elecciones presidenciales en nuestro país vecino del norte. La importancia de dichas elecciones es clara hasta para los antiyanquis. El importantísimo papel de Estados Unidos en la política y economía mundial es un hecho, nos guste o no, con el que debemos lidiar. Después de algunos debates políticos catastróficos, vimos a una candidata sin carácter ni inteligencia, cuya hipocresía lleva al electorado estadunidense a situarla por debajo del umbral de mínima confianza política; vimos también a un sujeto xenófobo, patológicamente mentiroso e ignorante, masacrar los principios mínimos y simples del debate argumentativo. Por ello es lícito preguntarse: ¿qué les espera a los estadounidenses después del 8 de noviembre? También es lícito preguntarse: ¿qué nos espera a las y los mexicanos?
La mínima posibilidad de que gane Trump ha crecido un poco los últimos días. Un nuevo escándalo rodea a Clinton. A pocos días de la elección, el FBI ha comunicado que se han descubierto nuevos correos electrónicos que podrían incriminarla en el delito de revelar información clasificada o sensible. Esta medida ha sido severamente criticada por miembros del Partido Demócrata. Ciertamente, el FBI violó un acuerdo de neutralidad política con una larga tradición, como lo han señalado el Washington Post y The New Yorker (para más detalles de este escándalo puede consultarse el análisis (https://goo.gl/mzBFRD) de David Brooks publicado el domingo en La Jornada). Cuando escribo esta columna, Trump goza de un nuevo ascenso en las encuestas generales de intención de voto: lo separan dos puntos en promedio de su rival. No obstante, las reales posibilidades de una victoria del candidato republicano son ínfimas. El sistema electoral norteamericano tiene sus particularidades: no es el voto popular el que decide la elección, sino el colegio electoral. Clinton le lleva una enorme ventaja a su rival, a partir de la cual el New York Times otorga un 91 por ciento de posibilidades a Clinton de ganar las elecciones el martes 8 de noviembre.
Con la inminente victoria de Clinton no hay todavía mucho que celebrar. Clinton no es la mejor candidata posible, y su historial de “cambios de opinión” (https://goo.gl/NCdIQz) en distintos temas importantes asusta justificadamente al electorado. Como ha señalado el senador Bernie Sanders -rival de Clinton en las primarias del Partido Demócrata- en una entrevista concedida a NowThis (https://goo.gl/3YlnV6), la verdadera lucha comenzará después de las elecciones. Por un lado, Estados Unidos quedará profundamente escindido. A pesar de la inevitable victoria de Clinton, millones de norteamericanos expresarán mediante su voto a Trump un malestar social arraigado con la clase política imperante. Serán meses importantes en los que Clinton tendrá que sanar muchas heridas y ganar la mermada confianza de un enorme segmento del electorado que no cree en los políticos y mucho menos en ella. También tendrá una dura oposición al interior del Partido Demócrata: los sanderistas -impulsores de una agenda progresista- serán puestos en marcha por el senador de Vermont para implementar los enormes cambios que se han realizado en la Plataforma Nacional del Partido Demócrata. El gran ganador de estos comicios será, sin duda, Bernie Sanders. No sólo los progresistas han tomado el mando dentro del Partido Demócrata, sino que la revolución política que ha echado a andar será el gran rival en las elecciones dentro de ocho años. Es muy temprano para especular, pero Elizabeth Warren, la senadora demócrata del estado de Massachusetts, abiertamente sanderista, será quizá quien tome la bandera liberal, progresista y de izquierda en los comicios futuros.
En este punto la enorme pifia diplomática de Enrique Peña (cristalizada en la visita de Trump a la Ciudad de México) se hace sentir. Peña ha puesto a México en una situación compleja ante la futura presidenta de su principal socio comercial. Ya no hablaremos de un ridículo muro que con toda seguridad no se habría construido, sino que hablaremos de una pronta revisión del TLCAN (Tratado de Libre Comercio de América del Norte), como la ha anunciado Clinton repetidamente en distintos foros. Se ha hablado mucho de una quimera ideada por el candidato que con toda seguridad perdería las elecciones, y se analizado muy poco la sanción que seguramente impondrá la candidata que será electa. Si México piensa celebrar la derrota de Trump, seguramente no se percata que no hay muchos motivos para festejar la victoria de Clinton.
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