Todavía recuerdo las fechas del Buen Fin (en mi cabeza suena como el mantra recitado por un chillón en un episodio histérico). Por si no lo sabían, fueron del 19 al 21 de noviembre. Alguien secuestró mi cerebro porque amigos, familiares, esposa y perros me preguntaban por fechas de otras cosas, otros eventos, incluso íntimos o personales, y yo sólo sabía responder que del 19 al 21 de noviembre. Y luego añadía: habrá grandes descuentos, ventas nocturnas y 12 a 20 meses sin intereses (MSI, en corto, para que parezca moneda en vez de sufrimiento) para toda clase de tarjetas, nalguitas y almas endeudadas.
Aproveché estas dos semanas para anular mi suscripción a cuantos sitios comerciales enviaran correos electrónicos. En vez de recibir 40 correos al día de pura basura, he logrado reducirlo a de unos 2 a 5. Costco aún manda hasta dos o tres correos al día pero qué puedo decir… Costco me agrada, apela a mis sensibilidades aspiracionales. Escaneo sus cuponeras y salivo como perro pavloviano. Acaricio los refrigeradores para vino, las aspiradoras robóticas y los espléndidos atlas de Taschen. Pequeño recuerdo: una vez vi a Iran Eory (UH, ya llovió, me persigno, QEPD) caminando por sus pasillos y me enamoré más, mucho más, del bulk discount.
Mientras ocurría esta dolorosa intervención cerebral para empujar a todos los mexicanos a comprar computadoras Alienware en 600 pesos, abusando del dedazo de un pobre diablo, Banxico anunció el aumento de la tasa de interés. Ya no importa si Trump pone un muro, la verdad, porque ya metió el primer batazo con dolo cual si nosotros fuéramos piñata (una imagen que apelaría al niño interior de cualquier redneck). Diría, en este punto, que un muro podría ser un acto piadoso. Subieron las deudas, pero Profeco decidió proteger el interés de los alegres miserables y hará valer los precios anunciados por la página de Dell. México, siempre ingenioso, ¿verdad? Qué chispa tenemos, me cae. También habría que aprovechar para decirle a Dell que se dice “LEER”.
Después de esto, tendremos un pequeño respiro antes de que anuncien la Navidad y tengamos que rascarle al aguinaldo para tomar una decisión muy consciente acerca de cuánto valen nuestros afectos (ojo: en su Starbucks de confianza YA están las primeras Roscas de Reyes). A mí me gusta diciembre porque puedo abrazar y, si Ramón se puso sabroso antes de atascarse de pastel navideño, manosear a la gente. Siempre seré partidario de aquellas palabras olvidadas en el ruido blanco de las señales analógicas: “Regale afecto. No lo compre”.