En esta semana, justo después del plebiscito en Colombia -donde se pone a votación la justicia o donde se confunde justicia con impunidad (según se lea el acuerdo)-, la misma semana en la que Trump perdió importantes puntos porcentuales y hubo una desbandada de apoyo republicano (por un video que, en mi opinión es horrible, pero también que violenta su privacidad), la semana posterior al suicidio de una de las pocas voces autorizadas y críticas con la llamada izquierda mexicana, Luis González de Alba, un tema acaso más recurrente en las redes sociales fueron, sí, redoble de tambor o trompetas: los payasos.
Pues mal: una y otra vez se habló de la oleada en Estados Unidos, de cómo copiamos modas, de lo que pasaría si sucediera aquí, que ya sucedió, que vieron uno en Aguascalientes, que eran unos Dj, que si los vemos no se la acaban, que les vamos a enseñar cómo se les trata en México; circuló unos días una nota falsa -con sus respectivas ovaciones- de que ya fueron muertos dos en Ecatepec, que detuvieron a uno “diabólico” en Mexicali, y, en esa noticia leo, con verdadero terror, los comentarios: “Que bueno que fue la autoridad quien lo agarro y no los mismos ciudadanos para asesinarlo de a deberas, ahorita los mexicanos no estamos para soportar esas estupideces sabiendo como esta la situacion del país”, “Pártanle su madre a quien ande con sus pendejadas, pinche gente imbécil siempre copiando lo peor, todas las chingaderas extranjeras simpre vienen a dar a nuestro país por la perrada”, “Qe no vengan a sinaloa porqe les daremos plomo” o “mejor que lleguen, para sentar precedente con plomo”, sic, sic, sic.
A la par, circuló la noticia de que en Aguascalientes atraparon a un ladrón, los vecinos acordaron no llamar a la policía, en cambio lo golpearon, lo medio desnudaron y lo aventaron a un contenedor. Muchos de los comentarios relacionados con esta nota se parecían en el tono: “nomás les faltó un cerillo”.
No puedo entender la lógica detrás de esto. Recuerdo cuando, hace unos meses, reconocimos en este diario al héroe que detuvo a un hombre que estaba a punto de abusar de una menor de edad. Lo contuvo y llamó a la policía. No creo que la policía en México tenga una actuación particularmente sobresaliente. Ciertamente nuestro sistema de justicia tiene enormes deficiencias, empezando por la vaguedad en la aplicación -o su ausencia- del “mando único”. Pero la visión ciudadana parece constantemente confundir estas falencias con la legitimación de la “autodefensa” que, pondero, se parece más a la venganza que a la justicia.
No pretendo que sea un tema sencillo, por supuesto, pero sí señalar que estoy cierto que ese es el camino equivocado. Aristóteles nos enseñó -como casi todo- que la justicia debe estar en las manos correctas para poder serlo, y que, lo único peor que una ley mal hecha es su desobediencia. Cuando nuestro sistema judicial no funciona como deseamos y en cambio intervenimos con nuestras pasiones, no asistimos ya a la ausencia de justicia sino también a una injusticia. La importancia de fortalecer un sistema que regule la convivencia ciudadana ajena a los propios afectados es vital, sólo así podemos aspirar verdaderamente a la justicia.
Hace unos meses, Paco Calderón presentó un cartón que me dejó helado. Básicamente decía que la justicia del país estaba hecha para cuidar a los delincuentes. Se refería a los protocolos de Derechos Humanos. No es la primera vez que oigo algo parecido.
No deberíamos querer matar a los asesinos ni violar a los violadores, porque lo que queremos es, justamente, que los asesinatos y las violaciones no se repliquen. Queremos evitar las injusticias. Supongo que no es fácil pensar que un violador tenga una vida relativamente calma en el reclusorio, pero la idea que nos puede apaciguar es saber que estamos intentando ser mejores que él.
A todo ello, ¿cómo podríamos aspirar a hacer justicia como ciudadanos cuando no denunciamos en todas las ocasiones?, lo cual permitiría -en el peor de los casos- tener datos mucho más escandalosos de la impunidad y que nos llevaría a ejercer mayor presión política. ¿Cómo podríamos aspirar a hacer justicia cuando confundimos una broma de mal gusto con el merecimiento de muerte? ¿Podemos presumir de buen juicio cuando pensamos que la noticia que vale la pena difundir es la de los payasos?
Si creemos que alguien que roba una bicicleta merece morir incendiado, o que quien se viste para hacer un muy mal chiste merece ser asesinado, o que somos mejores que los gringos porque no “toleramos” pendejadas, pues, como dicen ellos: the joke’s on us.
/aguascalientesplural