Mama, put my guns in the ground,
I can’t shoot them anymore.
That long black cloud is comin’ down,
I feel like I’m knockin’ on heaven’s door.
Knockin’ on heaven’s door – Bob Dylan.
El país arde. Algo se pudre en México. Igual que en Hamlet, al país se le puede retratar -hoy por hoy- en una postal que muestre cómo la sangre amenaza con anegarnos. Para seguir con Shakespeare, en mucha de su obra se ilustra con atroz belleza la cuestión de la sangre, por ejemplo en Macbeth, mediante la figura de El lago de la sangre, cuando el protagonista -en la escena IV, ante su madre y el espectro de Banquo- dice “He ido tan lejos en el lago de la sangre, que si no avanzara más, el retroceder sería tan dañino como el ganar la otra orilla”. Es decir, una vez que uno se adentra en el lago de la sangre, el salvo retorno se aleja de lo posible. El país arde a borbotones, y podemos retratar este incendio en tres viñetas.
- En distintas zonas del país (incluyendo Aguascalientes) se ha acrecentado la tendencia Fuenteovejuna de que las colectividades vecinales y comunitarias, afectadas por la delincuencia común, realicen juicios sumarios con la intención de dar castigos ejemplares de sangre (con algunos que han terminado en muerte) para que los pillos se vean amedrentados, combatidos, apresados, juzgados, y sentenciados. Igualmente, como justicieros anónimos, usuarios del transporte público en zonas del Estado de México y de la CDMX han repelido a bala los comunes asaltos, rematando en la muerte de los asaltantes. La furia social se cataliza y combustiona por un sistema de procuración de justicia que alienta la reincidencia del delito, y un modelo de reinserción social que no funciona, sino que profesionaliza al delincuente en las cárceles. Paralelamente, en días recientes, el senador panista Jorge Luis Preciado propuso reformas a la Constitución y a la Ley de armas de fuego y explosivos para ampliar la permisión de posesión de armas de fuego en autos, casas y negocios, con la finalidad de que los posibles afectados puedan actuar en defensa propia; es decir, para que -ante la incapacidad del Estado- los ciudadanos nos cuidemos por nosotros mismos. Sobre este particular, tres anotaciones: primero, ampliar la posibilidad de armar a los civiles supone el reconocimiento del fracaso del Estado en la procuración de la seguridad pública elemental. Segundo, esta ampliación de la posibilidad de tener colectivos civiles armados -pero, sobre todo, entrenados- abre la puerta a las milicias urbanas, paramilitares, guardias blancas, que -si de pronto se abanderan en una ideología cualquiera- supondrían una grave amenaza a la gobernabilidad y aumentarían la ya de por sí proclive propensión a la guerra de guerrillas en amplias zonas del país. Tercero, como ocurrió con las llamadas “autodefensas” michoacanas, estos colectivos vecinales armados, muy fácilmente podrían ser carne de cañón del narcotráfico, escalando en el espectro del combate a los delitos del orden común hasta el engrosamiento de las filas milicianas del crimen organizado. Todo lo anterior revela otro descalabro al monopolio legítimo de la violencia pública que debiera detentar el Estado, y nos acerca más a esa condición agreste, rústica, y feral, del viejo oeste en la que ¡oh Patria querida! el cielo, un gatillero en cada hijo te dio.
- El gobernador (con licencia) de Veracruz, Javier Duarte, representa al “Nuevo PRI” que tiempo atrás era presumido por nuestro presidente como uno de los baluartes de la renovación generacional de su partido. En ese retrato del Nuevo PRI tenemos que a un mandatario acusado de escandalosos actos de corrupción se le señala mediáticamente (en una entidad en la que ser periodista conlleva riesgo de muerte); pasan los meses y nadie toma cartas en el asunto; la presión social aumenta hasta que el PRI se ve obligado a señalarlo y defenestrarlo; se le finca un juicio, se aportan elementos probatorios de sus peculados, se le dicta una orden de aprehensión, y se le da el tiempo necesario para que simplemente ya no aparezca… y desaparece en medio de razonables suspicacias sobre una fuga consentida y orquestada desde el poder. Ahora, ya tarde, la Interpol tiene el expediente para colaborar con la ubicación de Duarte. Sobre este oscuro personaje, el secretario de Gobernación Federal (responsable, entre varias otras funciones, del control migratorio y de la política interna del país) dice tener la esperanza de que Duarte no haya escapado. Bonita cosa. Carlos Puig, en su columna de ayer en Milenio, decía que “Si Duarte se fue, apaguemos la luz y vámonos”. Pues al parecer sí, ya se fue, y al caraxo con todo. Ese es el retrato de la procuración de justicia sobre los miembros de la clase política.
- En consecución de la viñeta anterior, la mañana del pasado 17 de octubre, Vicente Antonio Bermúdez, de 37 años, vecino del exclusivo fraccionamiento La Asunción, en Metepec, Estado de México, y a la sazón juez quinto de Distrito de Amparo y Juicios Civiles Federales en el Estado de México, hizo su rutina como casi a diario: se puso su pants oscuro y salió a correr. Eran casi las 7:30 de la mañana cuando otro hombre, también vestido con ropa deportiva oscura, y en aparente rutina de ejercicio, le dio alcance para sacar una pistola y pegarle un tiro en la nuca. El juez falleció al instante. Luego de esto, el gatillero regresó trotando tranquilamente y abordó una camioneta que les seguía de cerca. Un crimen conspirado y planificado al detalle, para acabar con la vida de un juez que llevaba casos que involucraban el seguimiento judicial a las carreras criminales de delincuentes como el Chapo Guzmán, de Abigael González Valencia El Cuini, de Miguel Ángel Treviño Morales El Z-40, además de casos relacionados con el Cártel Jalisco Nueva Generación. Ahora en México matan jueces, como en la Colombia de las FARC y de Escobar; como en la España de la Euzkadi Ta Askatasuna. Ahora el Estado tiene ese frente abierto, con el Poder Judicial en riesgo, como si la corrupción en los distintos órdenes de gobierno de los Ejecutivos y la parsimonia y acomodaticia labor de los legislativos no fuera ya bastante combustible en este incendio nacional.
Shakespeare remodeló el género de la tragedia. Distinto al modo griego, en el que el hombre padece el sino impuesto por los dioses, los oráculos, o el cruel e inexorable destino; en Shakespeare, el hombre es presa de sí mismo. Como en la locución latina popularizada por Thomas Hobbes en El Leviatán, Homo homini lupus, nosotros mismos somos nuestro propio destino trágico. En esta nación shakespeariana, somos nuestro propio bosque en llamas, nuestro propio Lago de la sangre y -a la vez- somos lo único que tenemos para salvarnos de la devastación. Y el tiempo corre en contra.
[email protected] | @_alan_santacruz | /alan.santacruz.9