Luis González de Alba y la libertad extrema - LJA Aguascalientes
24/11/2024

 

El 2 de octubre pasado Luis González de Alba, destacado literato, periodista, sicólogo y exlíder estudiantil, se quitó la vida. Eligió ese día porque seguramente quiso cerrar un ciclo con un acontecimiento que lo marcó para toda la vida: la represión estudiantil del 2 de octubre de 1968, un hecho ominoso en la historia contemporánea de México que no queremos olvidar y que él tanto cuestionó.

Al enterarme de este suceso recordé una Tesis que leí hace algunos meses como sinodal en un examen doctoral. La autora es María Eugenia Ávila Urbina y se titula Luis González de Alba y las historias de concepción, escritura, edición y recepción de “Los días y los años”, una tesis que forma parte de la Línea de investigación “Formación de los intelectuales y de las instituciones de la cultura en México, 1870-1970”, que coordina Susana Quintanilla, del Departamento de Investigaciones Educativas del Centro de Investigación y Estudios Avanzados del Instituto Politécnico Nacional. Esperamos su pronta publicación.

Debo confesar que la lectura del texto me atrapó: me desvelé varios días no sólo para hacer una lectura detenida y cuidadosa del texto, sino porque me interesó la historia de Luis González de Alba: su vida, escritos controvertidos y relaciones con los otros, junto al ambiente político y cultural de la época. Me enteré que había sido premiado por su trabajo a favor de la difusión de la ciencia y me pareció extraño que una personalidad tan “informal” y “libertina” se dedicara a la ciencia.

Al inicio de la Tesis la autora hace una reconstrucción literaria de los primeros años de la vida de Luis González a partir de presuntos recuerdos que el líder estudiantil tuvo el primer día en la cárcel de Lecumberri cuando fue apresado. Luego analiza el libro Los días y los años, un texto que escribió sobre el movimiento estudiantil, que marcó época y que sigue mereciendo atención por el re-significado que se le da a partir de los aniversarios del 2 de octubre y de sucesos nuevos: la revuelta zapatista y ahora la desaparición de los estudiantes normalistas. Finalmente, la historia no es otra cosa sino reinterpretaciones de lo que dicen algunos que ocurrió. Y en esta revaloración aparece otro libro: Los otros días y los otros años, que complementa al primero. Éste atendía lo público, lo político y lo racional de la vida de González de Alba en esos años convulsos; el segundo profundiza en lo privado, lo personal y lo afectivo, incluso lo íntimo. Los dos son ampliamente recomendables.

La Tesis se escabulle en la intelectualidad mexicana y sus laberintos en la segunda mitad del siglo XX, y describe el lugar que ocupó Luis González de Alba como persona brillante y valiente, divertido al mismo tiempo que serio, respetuoso a la vez que irreverente… Se pueden hacer generalizaciones sobre varios rasgos socioculturales de la época a través de los escritos de González de Alba, porque fue una persona que se involucró tanto en el mundo de la ciencia, como de los derechos humanos y la política. Hablamos de una personalidad fuera de los común en México en la segunda mitad del siglo XX, porque justamente fue un joven brillante, líder estudiantil preso, homosexual que se vuelve luchador social; además, se autocrítica, hace reinterpretaciones agudas de la realidad y se hace rebelde de los rebeldes, entre ellos, nada más y nada menos, Carlos Monsiváis y Elena Poniatowska, así como de los movimientos sociales: el del 68, el zapatista y el de las escuelas normales, por mencionar algunos.

La autora de la tesis doctoral atiende varios aspectos muy sugerentes: el tema de la intelectualidad y de la libertad individual; la macropolítica, el régimen, los gobiernos, los estudiantes, la cárcel, la persona con una doble opresión: la política y la moral… De lo ocurrido el 2 de octubre y sobre la respuesta del gobierno, recordé el texto de Julio Scherer y Carlos Monsiváis: Parte de Guerra, que recoge información confiable encontrada en el Archivo General de la Nación. La autora entrevistó (afortunada ella) a González de Alba y a varios de sus compañeros, fuente de suma importancia para ofrecer conocimientos nuevos.

El tratamiento del ambiente cultural y del mundo editorial en la ciudad de México es muy bueno. El apartado señala, finalmente, cómo se concibió, elaboró, revisó, editó y recibió (con críticas y aplausos) el libro Los días y los años; y cómo el mismo autor de manera provocativa, autocrítico y burlón reinterpreta y cuestiona su vida y a su propia obra, así como a sus camaradas y a sus maestros, hasta llegar a un proceso de “reparación” y de una búsqueda completa de libertad. De Luis González de Alba, José Woldenberg escribió: “En épocas en las cuales, como en la noche, todos los gatos son pardos, una voz singular y punzante es agradecible e incómoda. Ni modo”.

Desde hace años la vida y obra de González de Alba me gusta por crítico, lúdico e iconoclasta: para él el movimiento del 68 tenía como motivación no la conciencia y el compromiso social, como muchos creen, sino el “desmadre” y, en el fondo, el placer. “El león cree que todos son de su condición”, le reviraron sus críticos. A mí me parece que estas dos realidades no son ni fueron excluyentes: en aquel movimiento hubo despertar político y ciudadano, pero también fiesta e imaginación. En gran media se tiene un símil con la revuelta de Francia en aquel mismo año. Hoy recuerdo los graffitis que entonces se pintaron en paredes y muros callejeros de París: “La poesía está en la calle”, “Decreto el estado de felicidad permanente”, “Prohibido prohibir”, “Las jóvenes rojas cada vez más hermosas”, “La revuelta y solamente la revuelta es creadora de la luz, y esta luz no puede tomar sino tres caminos: la poesía, la libertad y el amor. (Breton)”, “La imaginación toma el poder”, “Cuanto más hago el amor, más ganas tengo de hacer la revolución. Cuanto más hago la revolución, más ganas tengo de hacer el amor”, “Sean realistas: pidan lo imposible”.


No se puede tratar, además, la postura política e ideológica del autor sin pensar y abordar su homosexualidad, que no es fácil. Me gusta el tratamiento que María Eugenia hace al respecto: al inicio usa lo sutil, deja indicios, y es responsable. Se retoman ideas interpretaciones interesantes, pero la autora no aventura hipótesis. Quizás ese tema no fue prioridad en la Tesis, pero tampoco puede quedar al margen porque es parte fundamental en su vida cotidiana, en sus textos y en la toma de decisiones en asuntos de derechos humanos y de política pública. El apartado sobre el movimiento gay y todo lo que esto implica (rebeldía, fiesta, SIDA, represión, marchas y actos reivindicatorios, publicaciones) es finalmente una buena aportación que hace la autora, aunque dejó muchas líneas de investigación que otros tendrán que seguir.

En el texto de María Eugenia Urbina hay momentos bien logrados, como cuando narra la convivencia entre Luis González de niño y su primo, o el vecino a quien le da su primer beso, o la convivencia con el preso común que supuestamente inspira la novela del Beso de la mujer Araña, de Manuel Puig, o cuando cuestiona que a Carlos Monsiváis le gustaba ser centro en un panal zumbón de pleitesías. González de Alba recordaba que en la cárcel no sólo había muchos machos, sino que sus propios compañeros lo eran a pesar de que se autodefinían como progresistas y liberales.

Sin duda, González de Alba, como persona y personaje, es extraordinario: en la noche en su antro gay se destrampa y al otro día muy temprano va a impartir clases a la UNAM y después escribe un texto sobre la ciencia; luego, en la noche regresa a su fiesta, a su negocio y espacio de lucha y reivindicación. No es un ñoño o nerd que habla de la ciencia, es todo lo contrario. Se definió como “antrero” y seguramente no le gustaba que le dijeran “profesor” o “intelectual”.

La parte de la homosexualidad y el tema de la sensibilidad se tratan bien en la Tesis, y creo que es porque quien escribe es mujer. Quizás a un hombre le costaría tener esa habilidad y sensibilidad que tuvo María Eugenia. Algunos investigadores hombres seguirán creyendo que eso de hablar de sentimientos no es importante y mejor hay que estudiar la política o la economía del país. González de Alba y su obra, dice la autora, transitan entre lo frívolo y lo formal, entre lo personal y lo político, y entre el descubrimiento y el encubrimiento.

Casi al final de la Tesis, la autora transcribe un famoso poema de Kavafis y lo relaciona con la vida de González de Alba; es excelente, pero se trasluce una postura pesimista que se cuela como parte final del trabajo. Al leerla no estuve de acuerdo que terminara con ese rasgo de muerte fatal aún en vida; según yo era una explicación un tanto apresurada de esa parte “oscura” del escritor. Mi sugerencia era que terminara con el lado luminoso de su vida: la honestidad, la autenticidad, la libertad, la crítica, la lucha en contra del autoritarismo y la injusticia, la reivindicación de los derechos homosexuales, la fiesta y la alegría, aún libertina y desparpajada.

González de Alba, aún con sus contradicciones y excesos, atrapa y nos confronta, porque estira la liga de la libertad de pensamiento y expresión hasta el punto de romperse, y la rompe varias veces. Pero como dice, María Eugenia: él “es libre para criticar a intelectuales de izquierdas y derechas y no está sujeto a los condicionamientos de los amiguismos y los favores que deben pagarse. Quizá por eso (nos guste o no su postura ideológica y política) su crítica casi siempre es aguda y sobre todo independiente, pues no tiene lazos que, como a otros autores, lo comprometan a aprobar o desaprobar hechos o ideas”.

La manera en que murió, ocurrida este 2 de octubre, reflejó su forma de vivir. Esa tensión de luz y obscuridad que vi en la interpretación de María Eugenia se presentó en los últimos años de su vida, y ganó su versión frente a la mía. En su último artículo, publicado ese día en Milenio, “Podemos adivinar el futuro…”, González de Alba recurre a uno de sus muertos amados, parafrasea el poema “Muerte sin fin” de José Gorostiza y, burlón, le pide que ya lo visite para irse juntos muy lejos: “¡Ven por mí! ¡Anda, cabroncito de color canela, anda vámonos al diablo!”.

Hasta el final, Luis González de Alba fue congruente, agudo e irreverente, y llevó la libertad, su libertad, al extremo. Descanse en Paz.


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1 thought on “Luis González de Alba y la libertad extrema

  1. Muy ilustrativo. Nos dejas la tarea a los que queremos abundar en LGA, como personaje extraño, poco común, ético y los etcéteras que apliquen. De buscar a María Eugenia Ávila Urbina, de saber de su tesis, de dónde encontrarla, donde leerla. Caray menuda tarea.

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