“Era como si Dios hubiera resuelto poner a prueba toda capacidad de asombro, y mantuviera a los habitantes de Macondo en un permanente vaivén entre el alborozo y el desencanto, la duda y la revelación, hasta el extremo de que ya nadie podía saber a ciencia cierta dónde estaban los límites de la realidad”.
El párrafo en cita proviene de la magistral novela Cien Años de Soledad, del Nobel García Márquez. Así que tal parece que además de sus conocidas dotes literarias, el querido “Gabo” poseía dones proféticos al igual que su amigo Carlos Fuentes (léase su estupenda novela póstuma: Aquiles, El Guerrillero y el asesino, FCE, 2016); visto que Cien Años de Soledad fue escrita en 1965-66. En la Ciudad de México, por cierto. Ambas novelas reflejan de manera certera las realidades y preocupaciones vitales más importantes para Colombia y para nuestra región entera.
Así que no sorprende, aunque sea de lamentarse, el resultado de la consulta plebiscitaria en Colombia del domingo pasado, que arrojó un No a los Acuerdos de Paz alcanzados entre el gobierno y las FARC. Por escaso margen, pero No al fin. Tal decisión se inscribe en un panorama global de creciente polarización social en el mundo. Dicha polarización es especialmente notoria en todas las sociedades iberoamericanas, más acusado si cabe en países como Venezuela o Brasil, pero presente sin duda con sus diversas variantes locales desde México hasta Argentina. Y en ello tiene mucho que ver el desencanto con la deficitaria democracia representativa de matriz occidental, bien reflejado por ejercicios de opinión pública multinacionales como el Latinobarómetro. Pero dicho desencanto tiene mucho que ver también con la violencia y la inseguridad, como también con el hecho de que Iberoamérica es una de las regiones más desiguales del mundo, donde el grueso de la renta nacional se concentra en unas cuantas familias y empresas (baste decir que en el caso de México, según el Coneval, hay 53.3 millones de pobres, que se dice pronto, pero la cifra sobrepasa a la población total de Colombia. En el caso colombiano son más de 20 millones de pobres, según cifras conservadoras); como también pesa siempre la intervención interesada de un vecino del norte con pretensiones de imperio.
Sorprende en el caso del plebiscito colombiano que al sagaz presidente Santos y a su equipo se les haya ido de las manos la cereza del pastel negociado, al ser por lo visto incapaces de asegurar un triunfo holgado para el Sí, o al menos haberse dotado de vías alternas para administrar un resultado imprevisible en una consulta que se antojaba innecesaria una vez alcanzados unos acuerdos de paz históricos y tantas veces fracasados antes. Por más que se diga que dicha consulta proviene de una impecable voluntad democrática, pues también en esa misma lógica se insertaban otros ejercicios democráticos pero muy contraproducentes: guardando toda distancia y proporción, la desastrosa consulta británica para salir de la Unión Europea, con los resultados de todos conocidos. Luego, el resultado en el caso colombiano es polémico porque según ha trascendido en estos días, hubo una fuerte campaña bien dirigida y financiada por las derechas más recalcitrantes para la manipulación de la intención de voto por parte de los sectores más radicales, que no deseaban, ni desean, consumar con un Sí plebiscitario la negociación de paz, habida cuenta de que se verían seriamente afectados sus propios intereses. Tal es el notorio caso del ex presidente y senador Uribe, fuerte opositor al Sí, por la sencilla razón de que podría ser llevado a juicio por crímenes de lesa humanidad en el marco de los acuerdos firmados por el gobierno con las FARC.
También porque muchos sectores de la sociedad colombiana, sobre todo los más favorecidos y urbanos, que han visto la violencia de lejos y por televisión, sostienen que los acuerdos de paz procuran impunidad a los guerrilleros. Y así expresan, por ejemplo que: “Ese plan es nefasto para el país y por eso Colombia lo rechazó en el plebiscito del 2 de octubre de 2016. Y lo seguirá rechazando en todos los escenarios posibles. Pues ese plan, de ser aplicado, destruirá las instituciones democráticas del país, prolongará los sufrimientos del pueblo colombiano y no aportará ni la paz ni la concordia nacional. Colombia resistirá hasta derrotar definitivamente las ambiciones criminales de las Farc”. (Eduardo Mackenzie, Periodismo sin Fronteras, octubre 7 de 2016).
Además, el resultado de la consulta arrojó un alto índice de abstención en ciertas regiones apartadas del país, lo cual parece por lo menos paradójico; dados los negativos efectos generales de la guerra civil por 52 años ininterrumpidos. Laura Restrepo proponía certeramente otra explicación plausible al No colombiano: “Un amigo me dio una opinión interesante acerca de los actuales referendos que en diversas partes del mundo -Gran Bretaña, Hungría, Colombia- someten asuntos decisivos, complejísimos y llenos de aristas, al carisellazo de un sí o no. Entre quienes votaron no en Colombia debe haber no sólo iracundos y cavernarios, sino también gente honestamente preocupada por los términos del acuerdo. Era, realmente, un paquete demasiado gordo el que pendía de un simple sí, como si se tratara de un like en Facebook.” (La Jornada, 6 de octubre de 2016).
Todo esto mientras en contraste, sabemos que en otras realidades políticas se evita preguntar a los ciudadanos cualquier cosa. Importante o no. En México lo sabemos muy bien, pues nadie nos preguntó si estábamos de acuerdo o no con la privatización burdamente disfrazada de los teléfonos, la banca o ahora la paraestatal Pemex, por ejemplo; o con las magnánimas concesiones y dádivas del patrimonio nacional a privados locales y foráneos que ponen siempre el lucro por delante del interés público.
Volviendo a Colombia, queda para la paz, aunque no sea perfecta, el gran ejemplo que destaca Restrepo en su artículo: “En la población de Bojayá, departamento negro del Chocó, donde en las peores épocas de la guerra las FARC mataron a 119 civiles en un ataque indiscriminado con morteros y cilindros de gas, los habitantes dieron, durante el pasado plebiscito, la más conmovedora demostración de lo que puede llegar a ser el perdón, como gesto de grandeza y como acto moral: 96 por ciento votó por el sí a la paz”.
Post scriptum. Colombia tiene ya otro Nobel, pues tal como se decía dentro y fuera de del país con insistencia, el de la Paz le fue otorgado al presidente Santos. El premio es en sí mismo un espaldarazo de la comunidad internacional a un proceso de paz que se antoja ya irreversible. El premio, para ser más legítimo, debió ser extensivo también a todas las víctimas de la violencia, a las FARC y desde luego que a los 47 países auspiciadores de las negociaciones, pero señaladamente a Noruega y Cuba.
Agradezco la generosidad de los amigos y compañeros de La Patria Grande en Cuba, Colombia y Venezuela para compartir sus conocimientos, experiencias e impresiones a favor y en contra del proceso de paz colombiano en tiempo real. El presente texto refleja pálidamente algunas de sus valiosas ideas. Va por todas ellas y ellos.
@efpasillas