Doscientos mil / De imágenes y textos - LJA Aguascalientes
15/11/2024

Era domingo 2 de octubre de 2016 cuando regresábamos de la insípida Feria del Libro de la tierra de la gente buena, si no fuera por las aparentes ofertas que las editoriales brindan y sobre todo pocas horas antes de declarar clausurado tan nutrido y bien organizado evento, no valdría la pena la visita y mire que las personas responden al llamado de los textos y las novelas; en fin, con la dotación de libros en las bolsas amarillas con mensajes curiosos, caminábamos por el primer cuadro cuando de pronto nos percatamos que las banderas estaban a media asta, se conmemoraba un aniversario más, 48 para ser exacto, de la noche de Tlatelolco.

Ya no entendí cómo estuvo la cosa, el mismo gobierno que aquella noche dio la orden de terminar la concentración de estudiantes sin miramientos y con los resultados que todo mundo (literal) conoce, el partido de Díaz Ordaz y Echeverría Álvarez es el mismo que ahora iza las banderas en señal de luto, el de Quique y Ernesto, el de Carlos y Miguel y por supuesto el de don Pepe, o la memoria nos falla o de plano somos presa fácil de la manipulación. Pero de pronto un sector de la sociedad se vuelve a indignar, los jóvenes de aquellos tiempos, ahora personas de entre 65 y 70 años nuevamente llenan sus ojos de lágrimas auténticas sin duda y con el mismo coraje y miedo por la impotencia de aquella noche, los testimonios, las anécdotas, las cicatrices y las vivencias flotan en el aire contagiando a las nuevas generaciones que sin referencia de primera mano entienden la dimensión de los hechos y la conciencia colectiva reclama no una bandera a media asta sino el fin de una dictadura disfrazada que a lo largo de la historia ha sido constante aun cuando las manos son distintas.

Y mientras nos deteníamos a tomar la foto de tan emblemático símbolo de arrepentimiento, o de burla, la reflexión se perdía como consecuencia de los acordes de una obra magistral de Pink Floyd a manera de colofón o remembranza de la noche del primero de octubre en otro primer cuadro, en efecto estimado lector, aquel donde los habitantes de Aztlán encontraron la señal divina que Huitzilopochtli había dado, ahí mero. Qué cosas no cree, según fuentes “confiables” había como 200 mil personas presenciado uno de los espectáculos más completos que se montan en la actualidad. Más que un concierto de música progresiva, la puesta en escena de una sociedad oprimida por la misma sociedad, la división de clases, los abusos de la cúpula de poder, la fuerza del proletariado y poder divino de la burguesía, la constante lucha entre el bien y el mal matizado desde la igualdad social. Así Roger Waters se gana la preferencia y confianza del respetable, apostando a eso, igualdad, justicia, libertad, al más puro estilo del líder social que quiere liberar al pueblo oprimido por el mal gobierno local. Aderezado con impresionantes efectos multimedia audiovisuales el concierto de Waters pierde su esencia para convertirse en una ceremonia casi celestial donde los participantes encuentran un foro libre para hacer catarsis y dejar patente su descontento hacia el gobierno en turno, mi pregunta es ¿Tenía que venir Roger Waters para que la protesta masiva se diera? No fueron acarreados como en la ceremonia del grito, asistieron por su propia cuenta, sabían a lo que iban, tenían conocimiento que Waters arremetía contra el gobierno de Quique y de pasada criticaba a Trump, habíamos visto las imágenes recientes del concierto en el Foro Sol, el británico se atrevería nuevamente, lo diría en un lugar casi sagrado para los mexicanos, frente al emblemático Palacio Nacional, donde año con año los presidentes de México gritan vivas por la independencia. ¿Tenía que venir Roger Waters para que la protesta masiva se diera?

El jefe Miguel Ángel se apoderó de las redes en el mismo momento en que se llevaba a cabo el espectáculo, minutos antes de iniciar tuvo el privilegio de cruzar palabras con el veterano “rockero”, y de paso dejó en claro que a nadie le costó el concierto, si bien fue gratuito para la “prole” también lo fue para la CDMX pues todo salió (según él) de patrocinadores y de la misma buena fe de Waters, para que vean, las cosas buenas también cuentan, ah caray, esa es de Quique, pero le queda a Miguelito.

La reflexión obligada se perfiló hacia el discurso final del ahora nuevo guía social de nosotros los mexicanos, agréguelo a la lista de personajes queridos donde está don Jorge, sí el que llena la basílica de Guadalupe sin acarreados, que te digan que los ojos del mundo te están observando es como si George Orwell lo hubiera escrito y aunque la autoridad se la conferimos todos nosotros para exigir la renuncia del pobre Quique, la euforia del momento se quedó ahí en la historia de aquel primero de octubre de 2016, que recordaremos como la noche donde un británico se atrevió a decir frente a Palacio Nacional que renunciara el presidente de la República Mexicana; se imagina esa escena 48 años y un día atrás, Díaz Ordaz no lo hubiera dudado, 200 mil de un jalón y de paso los comunistas del escenario, ya ve que para don Gustavo todo lo malo era comunismo.
[email protected] @ericazocar


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