- Acerca de Los últimos hijos de Antonio Ramos Revillas
- Una brillante novela, que transmite de forma puntual, el dolor de la caída del hombre común
Los últimos hijos de Antonio Ramos Revillas es una novela difícil, incorrecta, violenta, áspera… leerla duele, como duele el deseo no cumplido, como duelen las conversaciones más sinceras que se pueden tener, es decir, con uno mismo, ahí donde la mentira ya no cabe e incapaces de ocultar nuestros deseos nos revelamos tal como somos.
La novela editada por Almadía es un intercambio agridulce (y del que siempre estás pidiendo más) porque es una conversación que te confronta, todo el tiempo, lecciones morales durísimas en que resulta inevitable reconocerse a medida que avanzan los personajes hacia la desolación.
Mientras avanzaba en la lectura, dos frases me perseguían, una cita de Truman Capote a Santa Teresa: Más lágrimas se han derramado por las plegarias atendidas, que por las no escuchadas; y una sentencia de Oscar Wilde en El abanico de Lady Windermere: En este mundo sólo hay dos tragedias: una es no conseguir lo que deseas y la otra conseguirlo.
En la novela de Antonio Ramos, las decisiones, los ¿qué pasaría si? que mueven la historia, son los deseos cumplidos y sus consecuencias, el protagonista, Alberto, es un hombre afortunado a quien todo lo que pide le es concedido, de ahí el tono agridulce, ¿qué puede salir mal si sólo quiere el bien?
Alberto es un hombre común y corriente, promedio, un cualquiera de nosotros que anhela en la justa medida de la realidad, sus sueños no están alterados por la grandilocuencia sino por la practicidad; un poco de buena fortuna y esfuerzo lo colocan en una situación cómoda, donde bien podría decir que ya ha llegado, ya la hizo: enamorado, se hace pareja de Irene y logran una estabilidad económica y profesional, transitan tranquilos por el carril adecuado, esa vía donde la normalidad impuesta por los otros va indicando el progreso en tu vida conforme puedes poner palomita a los logros, dinero suficiente, una casa propia, un hijo… Y los toca la desgracia.
La habilidad como narrador de Antonio Ramos logra que el avance de la trama parezca resultado de las acciones, del movimiento de los personajes de la ciudad al campo, de los encuentros (choques) de unos con otros, los escenarios cambian cuando a Irene y Alberto no les queda más que huir. Destaco la habilidad del autor porque, así como me perseguían las frases sobre el deseo durante la lectura, en algún momento que puse atención a la contra portada comprendí porque la había visto reseñada como una novela sobre la paternidad. Eduardo Antonio Parra indica “La paternidad, o su negación, constituye uno de los temas más dolorosos de la vida contemporánea, pero eso sólo puede comprenderse cabalmente tras leer Los últimos hijos, esta novela desgarradora”… coincidí, la de Antonio Ramos es una reflexión sobre los deseos cumplidos y sus efectos.
Una novela que se desplaza en lo físico a partir de las decisiones de Alberto cuando se pregunta cómo responder ante el cumplimiento de sus deseos y la desolación que genera el que la felicidad prometida no sea la anhelada.
Cuando Irene y Alberto entran a esta vía de la normalidad, cuando lo que naturalmente sigue es que tengan un hijo, lo pierden, a él se le va la oportunidad de ser padre. Mi paternidad era un fantasma que se extendía apenas cerraba los ojos. La imagen del hijo que nunca cargué desfilaba ante mí cuando aguardaba en una fila para pagar las cuentas bancarias, mientras el semáforo se mantenía en rojo. Sentado ante el televisor, mientras Irene jugaba con la gata, me acosaba la imagen del hijo que nunca había visto, pero que era.
La novela inicia con un segundo golpe a esa normalidad no cuestionada. Asaltan la casa de la pareja, los roban, y a la humillación de ver manoseada su intimidad se suma la amenaza de los delincuentes, quienes no satisfechos por el robo, vuelven a dejar un cd con la grabación del asalto y la intimidación simple efectiva: “ja ja ja”.
Sin pensar, Alberto acude al sistema, sigue las reglas y lo único que encuentra es la complicidad de instituciones corruptas, la indiferencia; en Los últimos hijos el protagonista, abandonado a su suerte, sólo le queda pedir que se cumpla su deseo, reitero, le es concedido, pero la venganza nunca nos regresa al mismo lugar seguro de donde fuimos arrebatados.
La desolación a la que me refiero es ese sentimiento que provocan las angustias profundas, la tristeza que te va empujando hacia el vacío; ¿por qué Dios permite que les sucedan cosas terribles a la gente buena, por qué no me contesta, por qué no me consuela?, ¿por qué esta violación, este dolor, el asalto?, ¿por qué? Incluso desde la fe más profunda es difícil alcanzar una respuesta ya no que satisfaga, con la que al menos se consiga un poco de consuelo.
Si la delincuencia irrumpe en nuestra vida, demandamos justicia, sin preguntar, pero mucha veces esa petición lo que esconde es el deseo de venganza, se pueden recuperar los bienes perdidos, de alguna u otra manera resarcir algunos daños, pero… ¿la dignidad, el orgullo, la sensación de seguridad?, ¿qué nos devuelve de esa vulnerabilidad?
No sin cierto dejo sensacionalista, suele destacarse de la novela de Antonio Ramos, que la pareja agredida decide cobrarse por mano propia y de víctimas pasan a victimarios, Alberto se roba la hija recién nacida de uno de los ladrones. La magnitud del hecho, esa Ley del Talión, desata la huida. Sí, sé que suena melodramático, no lo es en la novela, de nuevo destaco la habilidad como narrador, el primer plano de road movie, el continuo desplazamiento de la pareja para no ser alcanzados por la consecuencia de sus actos, mantiene en segundo plano otro movimiento, la caída de Alberto, en la que arrastra a Irene, el descenso del protagonista.
Desolación también se emplea para referirse a la destrucción y ruina completa de un edificio, hasta los cimientos, hasta que no quede nada, a ese páramo desciende Alberto en Los últimos hijos; eficazmente descrito por Antonio Ramos, lleva su vida fuera de la ciudad, lejos del centro, de su centro.
Hay quienes han querido leer Los últimos hijos como una especie de escaleta para película y resaltan de la trama la destreza con que la acción hace avanzar la novela, dejando a un lado la capacidad de Antonio Ramos como escritor para no estructurar esos bloques que permiten la inserción de voces distintas, si bien casi toda está narrada en primera persona, algunos capítulos permiten disertaciones en un “tono bíblico” que dan cuenta del buen oído del autor, de sus lecturas, así como de permitir una pausa ahí donde la violencia persigue a Irene y Alberto.
“La vida atropella, siempre encuentra la forma de chingarte”, con esa frase decidió la editorial abrir una puerta de entrada a Los últimos hijos, no sé si la vida. El gran logro de Antonio Ramos con este texto es confrontar al lector con lo que implica la toma de decisiones, que sin moralismos fáciles y permitiendo que los personajes y sus actos hablen por sí mismos, describe las consecuencias de nuestras elecciones, en especial cuando los deseos se cumplen. Una brillante novela, que transmite de forma puntual, el dolor de la caída del hombre común.