En las comunidades de videojuegos es muy importante especificar que eres independiente (y tienes tu propia habitación -sin intervención de mamá-, te compras tus propios cigarrillos y tienes unos pesos para agarrar el camión al Oxxo, ese no, el otro). En realidad, eso quiere decir que eres un “estudio” pequeño (de dos personas en adelante que se juntan para platicar de series de Netflix mientras muerdes un taco) o un astronauta desolado. Otros, quizás, piensan que eres un mocoso tratando de engañar a la comunidad con una palabra de cinco sílabas.
Quizás, hoy en día, la creación de un videojuego se asemeja mucho a formar una banda: cervezas, cigarrillos y una pandilla que se imagina haciendo otra cosa; durante madrugadas y madrugadas, de alguna etapa de su vida, dedican las noches al desarrollo de un sueño. Algunos saldrán de esa cueva, invertirán un poco (o demasiado, dependiendo a cuántos dejen sin comer esa semana) y echarán gasolina al impulso con pequeñas giras, y el cerillo en cualquier tugurio. El mero hecho de plantar su presencia en el escenario confirma el amor a aquello que les hizo la vida menos miserable. Otros juntarán las computadoras para iniciar la tarea de crear un mundo que haga justicia a realidades alternas que los impulsaron o los salvaron de estar donde están. Ya son lo que son, es inevitable, y sin embargo…
Llamarte independiente no sólo justifica la falta de presupuesto sino también les avisa a los otros de dónde vienes y pide, amablemente, a los jugadores (oyentes, lectores) imaginarios que guarden sus comentarios más severos al momento de juzgar el producto. Ingenuos. El creador independiente no sabe que inicia una larga carrera que lo atrapará durante años en una vorágine de críticas, aprendizaje y una fingida ingratitud por parte de la vida, las musas o lxs muchachxs (y a veces, ojalá me perdonen, una que otra mamada).
Ser una banda o un estudio independiente de videojuegos no difiere mucho a ser un escritor independiente, el principio es el mismo, la maldad es que estás solo rumiando tus pensamientos mientras lees tus cuentitos, tus inicios de novelettes, tus poemitas y tus columnas de los lunes por la mañana pensando en todo lo que podría salir mal y si todavía estás a tiempo de dedicarte a los relojes, los rompecabezas o la repostería francesa. Inicia como un pasatiempo agradable para huir pero con algo de necedad y los ojos abiertos, la huída se transforma en el incendio, en un espíritu simbiótico y la meta de los siguientes proyectos ya no es la fuga sino el crecimiento. Cualquier creador, independiente o no, entrega su vida a una bestia que lo sobrepasa y uno de sus propósitos es el dominio.
Anotaba algunas de estas ideas mientras jugaba un RPG fantástico hecho por un pequeño estudio francés. He pasado unas cinco horas matando insectos gigantes y guardias mal diseñados. He navegado por largos calabozos histéricos y peligrosos, y por alguna razón me han parecido enfadosos pero agradables, y sigo recorriéndolos por tenaz y orgulloso. He leído los diálogos más cursis de la historia mientras su escritor encierra los gestos en asteriscos (*risita incómoda*) y lo justifico pensando: “está chavo, seguro nació usando twitter”. He atravesado árboles diseñados para ser muros y ser milenarios sin necesidad de un encantamiento, solamente las ganas de joder, y he caminado sobre las nubes de un mundo de pixeles porque las cajas de coalición no están correctamente especificadas. Y sigo ahí porque me ha mostrado lugares distintos, lugares que no hubiera recorrido si no me hubiera atrevido a echar una mirada. Última nota: el diablo está en los detalles pero el creador está en la inspiración, el arte es una bestia de dos caras.