Héctor Aguilar Camín publicó en Milenio Diario el texto Las penas del periodismo (17/04/2007). Las reflexiones del académico han corrido la legua pero se mantienen vigentes, desafortunadamente:
El periodismo mexicano es propicio a la calumnia y a la difamación. Documenta poco y personaliza mucho, un camino seguro a la imprecisión que afecta la fama de alguien.
Los periodistas mexicanos quieren ser críticos de su medio, en particular de los personajes públicos. Es así como han hecho un servicio mayor al país durante la transición democrática de los últimos años. Dieron voz a una sociedad inconforme, en muchos sentidos harta, y la ayudaron a cambiar su gobierno.
En el camino los periodistas ganamos libertad, no rigor. La libertad de todos obligó a una competencia por la credibilidad cuya piedra de toque vigente fue, y sigue siendo, el tono crítico más que la objetividad, la denuncia más que la información, la caricatura más que el retrato de la vida pública.
El crítico gana credibilidad y lectores si ataca personalmente a alguien. De ahí se pasa muy pronto a un periodismo que se mete sin parar con la fama de otros, por o general sin rigor, frente al cual los agraviados no tienen defensa.
Los periodistas somos impunes en los hechos. El muy querido director de este diario, Carlos Marín, dice que la reciente supresión de las penas de cárcel por calumniar o difamar, aumentará esa impunidad. Yo no lo creo.
Para el también historiador y escritor, El periodista que acusa debe documentar lo que dice y si no puede documentarlo, a juicio de un juez, debería pagar una pequeña multa, compartida con su medio, y retractarse en el mismo espacio donde ofendió.
Los delitos de opinión son un perfecto material para los juicios orales. Un juez cualquiera podría determinar en media hora si el periodista o el agraviado tienen razón y dictar sentencia inapelable.
Juicios rápidos y penas leves, basadas en la retractación pública, serían una buena defensa para la sociedad, y un buen corrector para los excesos del periodismo.
Por su parte, Edilberto Aldán, el autor de La (im)Purísima… Grilla, reconoce la sabia de su columna política: “Hay una diferencia radical entre especular y mentir, el primer caso es lo que intentamos nosotros(?), un divertimento tomando de acá y de allá, rumores y dichos para elaborar un escenario posible, a veces en el mejor de los casos, le atinamos, otras no y no pasa nada;…”.
Sobre advertencia desaparece el engaño. Gobernantes y políticos pueden estar tranquilos. No tomen en serio las críticas del señor Aldán, que se está divirtiendo a sus costillas; en ese huerto jornalero las legumbres sin desinfectar, nada tienen que ver con la información concisa, precisa y confiable. Apegada a la verdad. A la verificación de los datos. Todo es especulación y chacota. Al fin, “no pasa nada”.
Los lectores debemos darle la justa dimensión a La (im)Purísima. La liviandad es el principal instrumento de ese “divertimento” (“Obra artística o literaria de carácter ligero, cuyo fin es solo divertir”, define el Diccionario de la Real Academia Española), ofrecido durante la semana inglesa, corta, para desdicha de los lectores.
El miércoles reciente escribí que el susodicho, en su calidad de director editorial, era alevoso y ventajista; también mentiroso e indiscreto. Hoy agrego: ordinario. Reitero mi dicho y exhibo los hechos, al tenor de que lo malo en esta casa casi no se cuenta, pero cuenta mucho.
Mientras el señor Aldán me ha dedicado generosamente dos columnas y un texto aderezado con “divertimento”, yo le he correspondido con un Vale al Paraíso; es decir, el marcador registra el ventajoso 3 a 1. Reconozco mi falta de reciprocidad. Prefiero la calidad por encima de la cantidad.
Al laureado cuentista no le creo ni el bendito. Sus contradicciones son notorias. Abraza para clavar el puñal en la espalda. En su texto me invita a dialogar con él, pero un día antes, desde la cuna de su “divertimento”, La (im)Purísima… Grilla, con una sobredosis de clasismo y misoginia escribe: “Post scriptum. Que manda a decir (?) nuestro director editorial que mañana le contesta a Mario Granados Roldán, para que no diga que abusa y se sienta como muchacha de pueblo…”. El comentario sexista me hizo recordar al insoportable Donald Trump, que llama “cerditas” a las mujeres latinas.
En su pared social, el miércoles 21 del mes reciente, el señor Aldán dejó constancia, también, del finísimo nivel que le da al debate con sus enemigos del gremio: “Periodismo chairo_ en cuatro, con el hocico a la izquierda y el culo a la derecha”.
Procede del Distrito Federal. Hace algunos años llegó a Aguascalientes, para hacer la América en este “pueblo”.
En su texto, el cosmopolita Aldán me invita a conversar. Sentarme frente a una humeante taza de té verde me parece un verdadero despropósito, por cuatro razones: a la raza del pueblo no le está permitido compartir con la alcurnia citadina; es un riesgo para la discreción; es una desgracia para las buenas maneras; y es un peligro para la verdad.
Agradezco el conciliador gesto, pero no me expondré, no le daré el gusto de considerarme La flor más fea del ejido, porque me suicidaría, me cortaría las venas con galletas Marías.
Recuerdo al respetable que él inició el embate. Pero ya perdí mucho tiempo. Se acabó el “divertimento” a expensas del autor de La (im)Purísma, A partir de este momento, le aplico al señor Aldán la mágica fórmula de la botellita de Jerez: “Todo lo que diga será al revés”.
Publico conocedor. Usted juzgue.
Porque alguien debe de escribirlo: Hasta la próxima, si no me corren de aquí.