De niña siempre desconocí el apellido de mi tío Miguel. Las visitas a Durango incluían visitar a la familia de mi papá y a la familia de mi mamá, y también en algunas ocasiones al tío Miguel. Nunca cuestioné a mi madre ni a mi padre el por qué sólo éramos nosotros, es decir, mi familia nuclear, y nadie de mi familia extendida quienes lo visitaban. Su hija, cuyo nombre no recuerdo y menos su apellido, era mi prima, o así la denominaba yo. Debo decir que cuando iba a la ciudad de Durango era la única con la que me gustaba jugar. Prefería pasar más tiempo con ella que con mis primos que pertenecían a mi extendida consanguínea familia, así que grande fue mi sorpresa cuando me dijeron que ella no era mi prima y que su padre no era mi tío bajo el estricto sentido de la genética, ni tampoco de la legalidad.
Este fin de semana dos marchas se realizaron en la ciudad, una organizada por el Frente Nacional por la Familia en Aguascalientes, otra organizada por las asociaciones civiles en pro de la diversidad sexual. Mucho se ha escrito ya sobre ambas manifestaciones y seguro para cuando esto salga publicado usted, lector, habrá sacado sus propias conclusiones y espero sea con base en información real y sin dolo, de lo que ha carecido particularmente lo promovido por el Frente Nacional (véanse las columnas de Alan Santacruz en este diario). Si bien la marcha encabezada por estas asociaciones civiles en pro de la diversidad promueven la conformación de estructuras familiares dentro de un marco legal particularmente para la comunidad homosexual, su lucha no se restringe sólo a la búsqueda de derechos de la libre asociación en familias de padres y madres del mismo sexo (homoparental), sino que promueven la aceptación y la legitimación de los distintos modelos familiares que existen en la sociedad. Si bien existe un modelo ortodoxo tradicional de la familia, la realidad es que en el mundo no es el único modelo y que esta variedad en las estructuras familiares son justo la base de la sociedad (aunque no se les reconozca).
Si entendemos a la familia como un grupo de personas que se aman, que se respetan, que se quieren y dan forma a vínculos de solidaridad, reconocemos que no puede haber sólo un modelo familiar. Si es verdad que ninguna estructura garantiza el buen funcionamiento, todos sabemos que la realidad del mundo es otra, y que en un país como el nuestro donde habitan más de 120 millones de personas, es indudable que no pueden estar ceñidas a un sólo modelo.
La protección de la familia conformada de padre, madre e hijos como promueve el Frente Nacional de la Familia en Aguascalientes es también un intento de invisibilidad de los diferentes modelos de familia, que por si fuera poco, y valga la redundancia, siguen siendo invisibles. La familia monoparental, la familia singularizada, la familia de madre soltera, la familia de padres separados, la familia simultánea, la familia compuesta, la unión de hecho, así como la familia homoparental* y las casi 50 tipologías que afirman algunos especialistas, son invisibles. En la teoría, y gracias a los diferentes estudios sociológicos, estas familias empiezan a visibilizarse; sin embargo, en la práctica se someten al mayor de los escrutinios y de una amplia negación por parte de la sociedad y del Estado. La educación que promueve no distingue a esta variedad en los tipos de familia, y se sigue educando bajo los preceptos de la familia nuclear, mientras que al resto se les discrimina en formas tan sutiles como en el compadecerlas, o tan violentas como las manifestaciones que promueve el Frente Nacional. Y es que si la madre soltera vive con los padres, se le enjuicia, a los hijos adoptados se les señala, a la familia homosexual se le juzga, a la familia reconstruida se le desacredita. Aferrarse a un modelo familiar que es disfuncional por no reconocer la funcionalidad de otras estructuras e incluso olvidar que no es la estructura sino la dinámica basada en el amor, la apertura y la comprensión lo que da forma a la familia, y que éstas se expresan en distintas formas es temer también al amor. Y entonces se desacredita lo que no concuerda con la convención que la sociedad ha impuesto; no sólo eso, incluso hay quienes se oponen al cumplimiento que como ciudadanos tenemos todos de la libre asociación a través de las distintas formas de conformación familiar. Sin duda dar legalidad a la elección es un paso, pero también se requieren de cambios estructurales desde el sistema educativo que permita la construcción de las distintas identidades familiares y que fomente nuevas formas de pensar que atiendan a la realidad del mundo.
Entonces, decir que queremos un mundo donde quepan todas las familias, es reconocer que en pleno 2016 los lazos consanguíneos no son indispensables y que tan poco lo son suficientes, porque si bien hay la familia de sangre, también es familia la que se elige. Los parentescos electivos en donde “la definición y representación de quién pertenece a la familia depende de cada uno de los partícipes de la nueva situación y de sus elecciones personales”** debe respetarse permitiendo que cada quien elija la conformación de su familia, pero además proveyendo los espacios para expresarse, visibilizarse, reconocerse y enorgullecerse en su diversidad, en sus propias formas que pueden distar de la familia ortodoxa.
No existen los “accidentes” en las familias que no comparten en esquema tradicional como lo denominó la vocera del Frente Nacional para la Familia en Aguascalientes; en esta diversidad existen elecciones, algunas de ellas basadas en el amor, en la tolerancia, en la comprensión y en el respeto que atienden a distintas formas de vida. Es entender la realidad del mundo y darle una nueva oportunidad bajo espacios que faciliten la sana convivencia en las distintas formas que nos ofrece.
Sé que quizá a nuestra generación no nos tocará vivir con plenitud esta diversidad, porque si bien buscamos nuevos espacios en la conformación de las leyes que atañen a la realidad de nuestro mundo, la dinámica tradicional y particularmente en los modelos educativos quizá nos lleve a pasos lentos; pero lo que sí podemos estar seguros es que este reconocimiento es urgente para el buen desarrollo de nuestras sociedades, para la sana convivencia y un amplio respeto a la libertad, y eso también es amar al prójimo.
El pequeño pide una hoja y una pluma a su padre para dibujar mientras lo esperan. Ya antes había dibujado a su familia frente a ella, pero aquella vez fue distinto: después de dibujar a su madre, a su padre, a su perro e incluso a sus maestras de la escuela, tal y como otras veces ella lo había visto hacerlo, el pequeño dice el nombre de ella y la dibuja “a ti también –dice su nombre– porque también eres de mi familia“. Ella sorprendida agradece la inclusión que, en el mundo de los adultos sería completamente negada, pero en un acto de cariño espontáneo con la naturalidad con que un ser a su corta edad expresa sus emociones, sin requisitos de consanguineidad o leyes, el pequeño la eligió como parte de su familia en ese momento y para ese dibujo. Pasan las semanas y el pequeño vuelve a dibujar. Ella ya no aparece en sus representaciones y con seguridad no volverá a estar. Quizá también olvidará su nombre o incluso desconocerá su apellido. Sólo quedará en ella el recuerdo de aquella elección familiar.
* Rivas Rivas, Anna Ma. “Las nuevas formas de vivir en familia: el caso de las familias reconstruidas” en Cuaderno de Relaciones Laborales. 2008. Consultado el 08 septiembre de 2016. Disponible en http://goo.gl/mj1ueK.
**García Ruíz, José María y Sánchez Barea, Rafael. “La familia occidental en el siglo XXI: una perspectiva comprada” en Estudios sobre educación. Vol. 25. 2013. 31-47. Consultado el 08 septiembre de 2016 en http://goo.gl/RAoDhq.
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