Anteayer se me amargó el desayuno cuando me enteré de que la visita del candidato a la presidencia de Estados Unidos por el Partido Republicano había sido concertada por invitación de nuestro presidente de la República. Conociendo las lamentables limitaciones de nuestro primer plagiario, la catástrofe estaba anunciada. Inmediatamente pensé en la inutilidad de nuestra Secretaría de Relaciones Exteriores y otras instancias que lo rodean, pero no le vi el caso de perder el tiempo en ello. Por la tarde mi indignación se había multiplicado y en la noche de plano no quise envenenarme el sueño con los detalles de la entrevista.
Varias veces había considerado, durante el día, interrumpir el tema que estaba trabajando para el Tlacuilo de hoy viernes, para cambiarlo por el de la nefasta vista, pero resolví no hacerlo pues no me gusta escribir cuando estoy colérico porque expreso las ideas tal como las pienso, así que finalmente decidí enviar al Director Editorial lo que ya tenía concluido.
El día de ayer, sin embargo, ya con una actitud más mesurada, consideré que callar mi pluma significaba rehuir el problema que como ciudadano tengo la obligación de criticar y resolví sumarme a la indignación nacional; entonces le pedí a nuestro buen amigo Edilberto Aldán que me diera un poco de tiempo para sustituir mi colaboración, que es la que usted tiene a la vista.
El primer título que se me ocurrió fue el de: “Desastre nacional”, pero luego consideré que el tropezón no es para tanto porque México, como Nación y a pesar de la grave crisis política y de valores por la que atraviesa, ha demostrado que es capaz de superar las circunstancias internas y externas más adversas, porque cuando más se necesita, el pueblo adquiere conciencia de su poder.
Finalmente le apliqué el título que usted vio. ¿Por qué?
Empecemos con un poco de historia: al promulgarse nuestra Constitución de 1817 -cuyo centenario luctuoso celebraremos el año próximo- su artículo 27 declaraba que el suelo y el subsuelo de México -con todos sus recursos- es patrimonio exclusivo de la Nación; como ello significaba que las empresas petroleras extranjeras quedaban subordinadas al gobierno mexicano, el inventor del amarillismo periodístico Randolph Hearst lanzó una campaña presionando al gobierno de Estados Unidos para invadirnos e imponer un presidente gringo que gobernara a favor de los intereses del imperio. A ese respecto, el político experimentado que era Robert Lansing, secretario de Estado del presidente Woodrow Wilson (1913-1921) publicó en la prensa, en 1924, un mensaje en el que mostraba su desacuerdo y cuyo párrafo central es el siguiente:
“México es un país extraordinariamente fácil de dominar porque basta con controlar a un solo hombre: El presidente. Tenemos que abandonar la idea de poner en la Presidencia mexicana a un ciudadano americano, ya que eso llevaría, otra vez, a la guerra. La solución necesita más tiempo; debemos abrir a los jóvenes mexicanos ambiciosos las puertas de nuestras universidades y hacer el esfuerzo de educarlos en el modo de vida americano, en nuestros valores y en el respeto del liderazgo de los Estados Unidos. México necesitará administradores competentes. Con el tiempo, esos jóvenes llegarán a ocupar cargos importantes y, eventualmente, se adueñarán de la Presidencia. Sin necesidad de que Estados Unidos gaste un centavo, o dispare un tiro, harán lo que queramos. Y lo harán mejor y más radicalmente que nosotros”.[1]
Cuando ascendió al poder Miguel Alemán en 1946, quien hizo grandes negocios personales y a quien los funcionarios del gobierno estadounidense llamaban mister amigo, nuestra frontera norte se empezó a tornar flácida; entonces la “estrategia Lansing” empezó a caminar, hasta que en 1982 se logró imponer el neoliberalismo para empezar a arrebatarnos el patrimonio acumulado por el pueblo, gracias al ascenso del primer presidente mexicano adoctrinado en la Universidad de Harvard: Miguel de la Madrid. A él lo sucedieron otros igualmente adiestrados: Carlos Salinas de Gortari y Ernesto Zedillo (los tres del PRI), a quienes siguieron Vicente Fox (a quien solo le impartieron un cursillo de “alta gerencia” porque aunque sin contar con grado académico profesional ya estaba graduado en la Coca Cola; además de que se insistió mucho en que sería el primer presidente de México nacido en E.U.) y a Felipe Calderón, quien nos impuso la criminal War on drugs (guerra contra las drogas) de Nixon, que nos hundió en la violencia y el saqueo hasta la fecha. (Con estos dos últimos, del PAN, quedó insertado el sistema electoral bipartidista en México, vieja aspiración imperial ya experimentada en Colombia).
No sabemos si el gobierno de Estados Unidos no consideró necesario adiestrar a Enrique Peña Nieto, porque ha avanzado con bastante éxito en la tarea de las reformas anticonstitucionales, disfrazada con el calificativo de “estructurales”, en la que los ineptos panistas no habían lograron entregarle buenas cuentas al imperio.
El caso es que ahora ya no es necesario que los futuros presidentes de México aprendan inglés para ir a Harvard, porque ya contamos aquí con instituciones tan eficientes como la Universidad Panamericana, las Charter Schools (como el CIDE) y tantas otras en las que se nos educa “en el modo de vida americano… (sus) valores y en el respeto del liderazgo de Estados Unidos”.
Pero volvamos al título: ¿por qué “Puntilla al PRI”? La reconstrucción de la Nación después de la lucha armada fue dominada políticamente por dos partidos: el PNR (Partido Nacional Revolucionario) de 1929 a 1938 y por el PRM (Partido de la Revolución Mexicana) de 1938 a 1945.
Después de esto se puede decir que el proceso revolucionario representado por la soberanía económica en construcción se frustró con la deformación ideológica que sufrió el PRM cuando Miguel Alemán lo convirtió en PRI (Partido Revolucionario Institucional) al extirpar todo rastro de democracia sindical, entrando de lleno a la etapa de corrupción en la que estamos inmersos, también, hasta la fecha; es decir, dio inicio a la contrarrevolución, en cuyo proceso avanzó Miguel de la Madrid en 1982 cuando al imponer el régimen neoliberal le dio la estocada mortal al despuntado PRI, aunque sin cambiarle el nombre, al eliminar de su lenguaje los términos “revolución” y “nacionalismo”.
Finalmente, dentro del accidentado sexenio de Enrique Peña Nieto en el que ha quedado patente su indefinición ideológica, su improvisación política y, en fin, su inmadurez mental demostrada en su torpe manejo de una injustificada entrevista al candidato extranjero Donald Trump, un PRI hidrópico por incoloro, inodoro e insípido recibió la puntilla para salir de la arena a rastras.
¿Pero qué va a pasar ahora, a dos años de la elección presidencial si ese PRI es un verdadero cadáver? ¿Ganará el PAN para demostrar que sigue funcionando la transición impuesta por el imperio? Porque no creo que ese imperio le permita llegar a la presidencia al candidato de Morena; si ya le impusieron dos fraudes bien le pueden imponer un tercero. Este escenario, que solo le puede gustar al PAN y a su padrino político el alto clero católico, es el más apegado a la lógica histórica.
Fuera de ese paisaje lúgubre yo visualizo dos escenarios deseables que no son probables, pero sí posibles:
Primera. Dentro del PRI existe una lucha sorda entre la antigua y por tanto escasa vieja guardia de raíces revolucionarias que se ha mantenido disciplinada hasta ahora, pero que fundiéndose con la parte del sector juvenil inconforme podrían revivir el discurso de Colosio para desconocer a su dirigencia, democratizar el partido y hacer respetar la voluntad de la base. Esto requeriría la purga de la membresía neoliberal que podrían formar otro partido.
Segunda. La coalición de todos los partidos y agrupaciones “de izquierda” que purgando también a los corruptos, oportunistas y vividores que en ellos medran, integraran una oposición aún más poderosa que la de 1988, pero no ingenua. Aquí podría caber el sector que se desprendiera del PRI.
Estas dos opciones son, francamente, un sueño. Sin embargo, de lo que podemos estar seguros es que algo, alguna vez, tendrá que suceder para que los mexicanos nos decidamos a ser nosotros, por nosotros y para nosotros mismos y en términos de igualdad con todos los pueblos del mundo. Ya lo hemos demostrado y lo podemos volver a demostrar.
“Con unidad en la diversidad, forjemos ciudadanía”
Aguascalientes, México, América Latina
2016, año de Jesús Terán y Jesús Contreras
[1] Memoria política de México. http://goo.gl/OUUtQG