Hasta pasados mis veinte tenía una fuerte oposición hacia la adopción homoparental. Esta es sólo una de las múltiples cosas que he cambiado en mi vida. Algunas personas que me conocen suelen tacharme de necio, porque soy apasionado defensor de las mejores razones. Lo escribo así, sin mácula de pudor. Lo escribo así porque cuando descubro que no tengo las mejores razones inmediatamente cambio de parecer. Lo he vivido en mi vida artística, profesional y también en hechos profundamente personales. Creo, en un signo claramente aristotélico, que cuando la verdad se revela es imposible negarla.
Me sucedió con la teoría de la evolución. Había aspectos de ella que critiqué por años hasta que me di tiempo de hacer lo que nunca había hecho: conocerla a fondo y entender que -no sólo en esos aspectos sino algunos que jamás habría sospechado- era clara, contundentes y afectaba cuestiones sumamente variopintas. Después de concebir a Darwin como un científico más, le tengo en la admiración y el aprecio como el autor de la más grande idea jamás concebida por un ser humano. Esto sucedió a partir de conocerlo y entender lo que realmente decía.
Escribo esto acaso como una forma de convencerme de que hay esperanza de que sigamos generando cambios en nuestra manera de pensar que nos lleven a entender que a veces discutimos por razones equivocadas: por la sencilla razón de que ni siquiera entendemos por qué estamos discutiendo. Mis mejores amigos son agentes de cambio para mí que por razones diversas y con metodologías distintas me han enseñado a pensar con mayor claridad y entender cosas que mi limitada mente no me permite. Me rodeo de personas que comúnmente me corrigen y enseñan.
Vivimos, vivo, un momento profundamente complicado. Estas últimas semanas he leído líneas y líneas de argumentación explicando las alevosas mentiras del Frente Nacional en Defensa de la Familia. He leído textos profundamente emotivos, otros más flemáticos, algunos extremadamente conciliadores, otros completamente burlones o sarcásticos. Creo que yo mismo, en mis charlas diarias, en mis publicaciones en redes sociales, en el programa de radio, en esta columna (en que suman casi una decena sobre el tema), he viajado de uno a otro estilo y aún creo que en general logramos que quienes ya estaban convencidos de una cosa se convenzan más de ella. No sé si estamos generando cambios.
Me pregunto por qué. Qué poder tienen mis amigos sobre mí para lograrlo, qué facultad tengo yo cuando lo consigo (aunque de manera modesta, creo que también he contribuido en el pensamiento de todos ellos). No encuentro otra razón más que compartir con ellos una serie de reglas para generar el diálogo. Son reglas que a nosotros nos parecen evidentes, pero que en sentido general o no son conocidas o no son aceptadas por diversos prejuicios. Hoy, en vez de escribir una vez más sobre lo que pienso del tema, sobre por qué creo que ha sido terrible que mientan con una agenda política que contraria profundamente las libertades civiles, quiero hacer una defensa del método y las reglas del juego. Esto es incluso un llamado ya no a que alguien me explique por qué creen que nociones como Familia Natural o la exclusividad de un contrato puede ser dado sólo para un tipo de ciudadanos. Hoy llamo a quien está en oposición a mi pensamiento a que me explique qué otras formas de diálogo, qué otras reglas hay y por qué son mejores a las que he propuesto.
- Para iniciar un diálogo las dos partes tienen que estar en disposición de reconocer honestamente que pueden estar equivocadas en parte o en todo y tener la dignidad de decirlo. De no ser así, se pierde el tiempo y más valdría decir que se cambian ideas sin que eso signifique nada.
- Encuentro conveniente para el diálogo que quien alega algo, sobre todo si ese algo afecta directamente a terceros, debe estar en disposición de dar razones y pruebas para ello.
- Estas razones deben ser transparentes: no puede alegarse que una entidad suprema, intangible, en la que sólo una parte de la humanidad cree, dicta cómo deben ser las leyes. A pesar de que a alguien esto le parezca imposición, es justamente una forma de garantizar que no haya imposiciones metafísicas. Si creen que estoy equivocado, podemos analizar ejemplos sobre si es más común que un país en que una religión o creencias metafísicas rijan la forma de comportamiento ha dado buenos o malos resultados para el avance y el bienestar común.
- Las razones también deben ser revisables: tenemos que poner la evidencia de manera pública. No basta decir que hay estudios que prueban tal o cual cosa, o que una corte europea dijo que tal otra, sin mostrar evidencia contundente (y no cuentan para ello blogs de poca monta). Debemos esforzarnos por mostrar dicha evidencia, de preferencia de fuentes originales. Es mejor también siempre conocer las referencias que invocamos a repetirlas solamente porque alguien en quien creemos las dijo.
- Además de revisables, deben ser corregibles: tenemos derecho a decirle a alguien que esa fuente es incorrecta o imprecisa por tal o cual cosa. No podemos decir que esta autor o fuente o libro no pueden criticarse o no pueden estar equivocados, porque como dijimos en el punto 1, eso clausura el diálogo.
- Es conveniente que los principios generales de alegato sean consistentes entre sí: por ejemplo, citar a un tribunal europeo como autoridad infalible y en otras ocasiones citar al viejo continente como ejemplo de la decadencia humana. Hablar de lo “natural” como algo deseable y en otras ocasiones poner lo “natural” como sinónimo de una animalidad supuestamente superada o deseable de superarse.
- Cuando hacemos declaraciones que rompen con la continuidad o la armonía de un sistema: por ejemplo, que sólo unos ciudadanos pueden hacer tal o cual cosa, debemos dar razones contundentes para ello.
- Cuando hablamos de algo necesitamos conocer bien ese algo. Por ejemplo, de tal reforma del presidente. No se trata de exigir erudición, sino de clamar honestidad.
Si seguimos estas pautas, pienso yo, podemos dialogar, si no, lo que queda son meras opiniones o balbuceos. Y pedir que la sociedad funcione, sobre todo si se busca limitar la libertad de algunos de sus miembros, con base en nuestras opiniones es tremendamente egoísta y totalitario.
No pido ya que discutamos el tópico, sino la forma en que lo estamos haciendo. Si alguien considera que los puntos que he dado son incorrectos, ofrezco mi siguiente columna para que lo explique. Con suma pasión quiero dialogar y consiento que podría estar equivocado. Si así es, me encantará cambiar de parecer. Podrían ahorrarme valioso tiempo malgastado en estar equivocado.
/Aguascalientesplural