Educación sexual para el desarrollo / Piel curtida - LJA Aguascalientes
23/11/2024

Llegaron de la comunidad de un municipio en Zacatecas en espera de la llegada de su bebé, para poder acudir a un hospital del cual carecían en su lugar de residencia. Durante la cena comentó la mujer que empezaba a sentir algunos dolores, pequeños, en el estómago; fue cuando a mis ocho años me atreví a interrumpir la plática para decir que si las punzadas se hacían más frecuentes tal vez el alumbramiento estaría cerca, por lo que debería poner atención si se reventaba la fuente. Ella y su esposo me preguntaron más sobre las contracciones a las que me refería y qué significaba eso de romper la fuente. En la noche sucedió y al siguiente día comentaron con mi madre cuál sorprendidos estaban de lo que había comentado. Se trataba de educación sexual.

La movilización del Frente Nacional por la Familia (FNF) no sólo evidenció el capital social con el que cuentan ciertos grupos con posiciones clave para organizarse y gestionar recursos, sino que especialmente demostró la necesidad de una educación sexual científica e integral. A través de múltiples transmisiones en vivo por medios sociales, entrevistas, reportajes, fotografías y medios de comunicación era posible identificar entre los conservadores manifestantes al menos dos tipos de personas: quienes en los núcleos de articulación expresaban su miedo a un imposible fomento a la homosexualidad –no se trata de preferencias que sean electas por gusto– y a la “ideología” de Género tan satanizada por ciertos sectores; mientras que en el grueso de los denunciantes se encontraban ciudadanos que habían estado inmersos en la campaña de desinformación promovida con fuerza en iglesias y colegios religiosos, ignorando lo que la educación sexual científica e integral podría ayudar a atender, justamente, los problemas que creía ser responsabilidad de una “inquisición rosa”: la violencia contra las mujeres, las enfermedades de transmisión sexual, el bullying, incluso la pobreza.

La educación sexual no es un proceso de enseñanza-aprendizaje sobre cómo fornicar, se trata de brindar herramientas para la toma de decisiones conscientes y responsables sobre el cuerpo de uno mismo. Más allá de la biología tan enarbolada por algunos conservadores, que incluso evidenciaría la existencia natural de la diversidad sexual, las ciencias sociales brindan un parámetro más amplio sobre los beneficios de la educación sexual para el desarrollo de las naciones y la calidad de vida de las personas. No sólo se busca explicar que la cigüeña es un recurso para evitar la pregunta “¿de dónde vienen los bebés?”, sino que va desde evitar la reproducción de la violencia contra las mujeres y la discriminación, pasando por temas de salud, hasta buscar la maternidad elegida y cuestionar los estereotipos de la masculinidad que en suma abonarían a reducir muertes, pobreza y diferentes actos delictivos. Incluso permitiría reconocer la ansiedad social por el sexo, o mejor dicho, por la sexualización, que durante los últimos años ha sido un tema que se está estudiando por la comunidad científica como un problema de salud pública mental: la angustia por las prácticas sexuales entre personas adultas, conscientes y bajo acuerdo mutuo.

En el octavo Objetivo de Desarrollo del Milenio de las Naciones Unidas se indica como prioritario el combatir la discriminación por la cual las mujeres siguen sin acceder al trabajo, la economía, así como a la participación tanto pública como privada, argumentando que en América Latina y el Caribe existen 117 mujeres en hogares con pobreza por cada 100 hombres, sólo la mitad en edad productiva cuenta con empleo en comparación con las tres cuartas partes de los varones, y aquellas con educación superior presentan una mayor tasa de desempleo en comparación con las personas de sexo masculino. Al reconocer estas cifras, que sólo nos acercan al escenario menos escabroso de la violencia contra las mujeres, podríamos entender lo preocupante de que algunas mujeres durante las marchas del FNF se manifestaran contra la mal llamada “ideología” o las cuotas -políticas- de género, pues esa Perspectiva de Género es la que ha logrado que tomen las calles, que tengan voz sin el permiso de quien social y tradicionalmente se ha asumido como el “dueño” de sus vidas al punto de llevar el apellido hasta después de su muerte.

Por otra parte se ha identificado que el decremento de nuevos casos de VIH/SIDA en generaciones jóvenes se asocia a aquellos quienes viven en Estados donde se han impulsado políticas gubernamentales en favor de la educación sexual laica y científica, lo cual promueve decisiones más autónomas sobre el cuerpo como postergar el embarazo –a diferencia de la tasa de embarazo en adolescentes en México–, la reducción del número de las parejas sexuales y el incremento en el uso del condón.

Aunque el documento que registra estos hallazgos se titula Gente joven lidera la revolución de la prevención del VIH, la edad no es suficiente para lograr esos avances. Se necesita estar en un contexto donde no predomine un discurso ambivalente donde se niega la sexualidad y el placer con autonomía –lo cual incluye ser consciente y responsable– mientras que a la par se enaltece la maternidad como único recurso de autorrealización, como el “gran valor” nacional. No es de sorprender que en naciones con una importante carga de materias sobre derechos humanos, sexuales y reproductivos en todos sus niveles educativos tengan mayor salud, menores índices de discriminación, bajas tasas de feminicidio y menos muertes violentas entre hombres, como Inglaterra, Noruega y Holanda; estos últimos dos entre los cinco con mayor Índice de Desarrollo Humano por el UNDP.

El miedo y los tabúes a la educación sexual sólo nos han generado un escenario de desigualdad, violencia, discriminación y de pobreza. Imagine en un escenario hipotético controlado a dos niñas: una heredera de una familia política y una que procede de una colonia, mal llamada, “popular”; ambas inmersas en un contexto de “valores familiares” tradicionales y religiosos. Ambas crecerán buscando al príncipe azul y muchos, muchos hijos. La primera podría tenerlos con algún otro hijo de “buena” cuna, mientras que la segunda, después de llegar -si acaso- a la preparatoria tal vez conozca a un hombre trabajador, un “buen” partido, que le posibilitará salir de su hacinada casa. Los resultados serán muy distintos, una afianzará mayor capital económico, social y cultural, mientras que la segunda, en el mejor de los escenarios podría mantener una calidad de vida como la que tenía con sus padres. La sexualidad también es un asunto de clase, de pobreza. No se trata de castrar -mentalmente- a las niñas, como algunos panfletos del FNF manifestaba, sino que cada persona logre tomar decisiones sobre su cuerpo, siendo conscientes de sus circunstancias y proyectos personales para elegir la mejor opción que le permita un mayor desarrollo.

En el colegio de monjas, cada grupo que pasaba al cuarto grado de primaria experimentaba la misma situación: se esparcía el rumor de que habría educación sexual, de que habría desnudos en los libros de texto de la SEP, casi, casi que la materia se llamaría “Play Boy I” -por supuesto sólo dirigida al placer de los hombres heterosexuales-. Al inicio del curso era tradición una reunión con padres de familia -que en su mayoría eran madres- con el objetivo de analizar el contenido para tranquilidad de los mismos. Al recibir los libros, la mayoría de los niños se sentían decepcionados al sólo ver esquemas del sistema endocrino y reproductivo, mientras que algunas niñas también se entristecían al no ver contenido sobre cómo tener -cazar- un marido.

Por supuesto que se necesita una educación sexual integral, no sólo bajo los referentes biológicos, sino que también considerando elementos sociales y culturales, pero no para seguir sometiendo a nuestra sociedad en un escenario de violencia, odio, discriminación, pobreza y desigualdad. ¿Será que, aunque la tierra es de quien la trabaja, dios proveerá?


 

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Twitter: @m_acevez


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