Then I began to fall so low,
didn’t have a friend, not no place to go.
If I get my hands on a dollar again,
I’m going’ to hold onto it until the eagle grins.
“Nobody wants you when you’re down and out”
Jimmy Cox.
Los próximos dos años serán intensos y cruciales en la definición del México que queremos. Actualmente la posición en la que se encuentran tanto el PRI en el ámbito nacional, como la propia figura del presidente de la República, no es nada halagüeña. Esta posición está cifrada por los propios yerros de los priistas, y por el desatino del presidente. Estos yerros le han abierto la puerta a la posibilidad de un gobierno confesional de facto con un posible encumbramiento electoral de la ultraderecha, como caballo de Troya dentro del PAN por ello, está en los ciudadanos prestar atención, desde ya, en los detalles del vericueto político, para no ser llamados a sorpresa cuando un ejecutivo o las legislaturas comiencen a cristalizar los mandatos teocráticos que se avizoran desde ahora. Podríamos resumir en tres párrafos la descripción del panorama en comento:
El partido en el poder arrastra el desprestigio por no haber manejado con eficiencia varios de los frentes que tiene abiertos, concretamente: los relacionados con la corrupción de varios de los mandatarios emanados de ese organismo político. El dirigente Nacional Enrique Ochoa se ha visto lento y tibio con la respuesta institucional ante los casos documentados que involucran a priistas. En consonancia con lo anterior, en las entidades no se ha visto una efectiva capacidad de respuesta y recomposición en función de la derrota electoral 2016. También el mismo PRI ha sido ineficiente al “acuerpar” y proteger (al menos mediáticamente) a EPN en la debacle que vive; parece que el presidente se va quedando solo, y no hay muchos priistas que levanten la mano para darle apoyo expreso. También, producto de esto, el PRI nacional no ha sabido, o no ha querido, o no ha podido encontrar la valentía para posicionarse en la afrenta contra la laicidad del Estado de parte de la jerarquía religiosa; afrenta que verá una importante escalada al acercarse el proceso electoral 2018, y que -al parecer- en el PRI aún no tienen idea de cómo sortear. ¿El PRI acometerá con entereza republicana la defensa por la laicidad del Estado o se irá por el pragmatismo chabacano de no contrariar a la iglesia, a pesar de que ésta promueve un cisma social? No es afrenta menor, y será definitoria sobre el futuro nacional.
Por el lado del presidente, éste ha vivido semanas de tensión y declive: el caso de su tesis de licenciatura detonó bajo la línea de flotación de su credibilidad, ya de por sí magra. El apoyo público que le ha dado a figuras cuestionables de su gabinete, como Aurelio Nuño o Alfredo Castillo, ha distanciado aún más a su gobierno de sus gobernados. El resultado de la visita de Donald Trump le significó -además de una severa caída en la aprobación popular- la pérdida de uno de sus alfiles, Luis Videgaray Caso, quien se despidió encomendando la entrega de un paquete económico 2017 cuyo signo es el recorte presupuestal en áreas prioritarias para el desarrollo nacional, y con una paridad económica que ha puesto al dólar sobre los veinte pesos y subiendo. Como si no fuese poco, la iglesia católica ha tendido puentes con otras confesiones judeocristianas -y en general con los sectores y las élites conservadoras- para amedrentar al Gobierno Federal y a las legislaturas, y contrariar lo ya validado por la SCJN respecto al matrimonio igualitario, a fin de influir en los códigos civiles, en la política educativa federal y de las entidades, con el ridículo argumento de que son víctimas de represión religiosa a causa de un imaginario Imperio Gay, pero con la intención de chantajear y amenazar electoralmente al presidente y a su partido. Sumado a lo anterior, el pasado 15 de septiembre, en la Ciudad de México, unas cinco mil personas se manifestaron para exigir la renuncia de Peña Nieto, tema que ha sido recurrente en varias de las columnas de opinión en la prensa nacional. Paralelamente, nuestro país aún tiene zonas territoriales en donde se vive prácticamente en condiciones de guerra civil, y la violencia por la recomposición de los cárteles no ha cesado. Como corolario, en medios nacionales revive otra vez el tema de la salud de EPN, enrareciendo aún más el escenario presidencial.
Así el panorama para el PRI y el titular del ejecutivo federal, con dos largos años por delante. Ahora, ante estos escenarios, las piezas de los posibles sucesores del presidente se mueven, y en sus cuartos de guerra se afilan hachas. Por un lado, el PAN se debate entre la carnicería interna del “fuego amigo” y las diplomáticas componendas de facciones intestinas para lograr una candidatura, ya sea con Ricardo Anaya o Margarita Zavala, a sabiendas de que el PRI llegará tan debilitado a la elección de 2018 que no significará competencia seria. En este sentido, las fuerzas panistas se enfrentan al caballo de Troya de la ultraderecha. No es la primera vez que Acción Nacional se vale de la mezquina forma de captación de votos que le representa el otorgar espacios a los emisores del medioevo y la cristiada. Por otro lado, el ambiente en las aspiraciones para 2018 está tan enrarecido, que hasta AMLO puede ser opción. Lamentable. Falta ver qué maniobra ofrece el PRI en la preparación de algún “delfín”; además de ver qué conejo sacan de la chistera, hay que observar si un nombre u otro logra hacer que varíen las crecientes tendencias de desaprobación.
Así las cosas, en un país que no termina de definir su propia identidad democrática, laica, republicana y ciudadana, a dos largos años de distancia para la renovación del poder ejecutivo; claro, si no pasa algo antes.
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