I am he, as you are he, as you are me,
and we are all together.
See how they run like pigs from a gun,
see how they fly.
I’m crying.
“I Am The Walrus”
The Beatles.
En el debate social que se ha suscitado en las últimas semanas sobre algo que ya está dicho y hecho (la validación de la SCJN sobre el matrimonio igualitario), se han dedicado muchos textos para intentar explicar y ampliar los argumentos sobre por qué es necesaria la universalización de derechos humanos y libertades civiles a todas y todos los ciudadanos sin excepción, incluyendo la potestad de contraer matrimonio civil, tal como se lee en la iniciativa de reforma al Artículo 4° de la CPEUM, impulsada por la Presidencia de la República que a la letra dice que: “Toda persona mayor de dieciocho años tiene el derecho de contraer matrimonio, y no podrá ser discriminada por origen étnico o nacional, género, discapacidades, condición social, condiciones de salud, religión, preferencias sexuales, o cualquier otra que atente contra la dignidad humana”. Además de esto, se han publicado no pocos artículos, columnas y reportajes que explican y desmienten la manera engañosa con la que el Frente Nacional por la Familia ha embaucado incautos para su causa. A pesar de que este tema pudiera parecer sobradamente masticado, nunca está de más ensayar sobre el origen del conflicto, a fin de que -en un esfuerzo pedagógico y dialéctico- podamos tener un marco conceptual unívoco del cual partir para el debate y la discusión de lo público.
A fin de intentar empatizar con los opositores de la reforma, valdría intentar entender su postura y, en la medida de lo posible, aportarle argumentos que le orienten. Una hipótesis sobre el origen del conflicto con la reforma al Artículo 4° de la CPEUM es que hay amplios sectores sociales que -como damnificados de nuestro fracaso educativo- aún creen dos cosas sobre la homosexualidad: 1) que es algo negativo en sí mismo, y 2) que la homosexualidad se debe a las siguientes causas: A) un vicio de carácter o una perversión de la conducta; B) una enfermedad; C) una anomalía o una anormalidad estadística que ocurre por “defecto” en un porcentaje poblacional; y por último D) una abominación o aberración que nos aleja de algún ideal “deontológico” sobre el “deber ser” de la persona. Tales “causas” son falaces, muchos textos científicos (de la biología, la psicología, sociología, etcétera) han puesto luz sobre el tema, pero son olímpicamente ignorados por el discurso excluyente y homófobo que ha abarrotado las plazas públicas en algunas localidades. Sin embargo, conviene desmenuzar la semántica de la exclusión a fin de entender la ceguera de un importante sector social. De entrada, hay una capital diferencia entre las “causas” enunciadas arriba, diferencia relacionada con la potestad volitiva de la persona; es decir, sobre la capacidad de elección que tiene alguien para ser o no homosexual. Perdón por esto, ya sé que hace años estamos en el Siglo XXI, pero creo que es necesario para entender por qué tantos han sido impermeables al conocimiento. Las causas del inciso A) atienden a que la homosexualidad es una mala práctica que se ejerce voluntariamente por vicio; o involuntariamente, por imitación o imposición del entorno. El inciso B) intentaría explicar que la homosexualidad es una “enfermedad” (ya sea hormonal, neuronal, psicológica, o incluso “espiritual”) sobre la que el “enfermo” no tiene mucho margen de elección. En consecución con lo anterior, el inciso C) argumentaría que, así como un porcentaje de la población nace con Down, con predisposición al cáncer, con alguna discapacidad congénita, así algunos nacen estadísticamente con el “defecto” de la homosexualidad. El peor de todos es el inciso D) que afirma no sólo que la homosexualidad es algo volitivo, sino que además es una falta capital y abominable al propósito por el que una abstracción o entidad inmaterial nos ha puesto en este mundo.
Los detractores de la diversidad sexual se dividen, pues, en tres bandos: por un lado, los que creen que uno no elige ser homosexual, pero pues ya le tocó y ni modo, hay que ser condescendientes con ellos desde nuestra superioridad moral, pero siempre manteniéndolos en ciertos límites del recato y la decencia. Por otro lado, los que creen que la homosexualidad es una condición que se elige por voluntad propia, así que quien la elige ha escogido voluntariamente el mal, pero se le puede reconvertir a la rectitud. Una curiosa mezcla es esa especie que afirma que la homosexualidad es un padecimiento ajeno a la voluntad humana, pero por fortuna puede ser “curable”. El común denominador es que todos ven a la homosexualidad con el escándalo y la fascinación con el que se mira un incendio.
Si usted, amable lectora, lector, o Lecter (Gil Gamés dixit) ha guardado la risa ante tales despropósitos, o si de pronto se ha encontrado con que alguna de sus creencias se ubica en el espectro del párrafo anterior, déjeme agradecerle que haya llegado hasta aquí su lectura. A continuación, me permitiré citar algunos contenidos de la página de internet de la American Psychological Association (sí, la famosa APA, que rige -además- una de las maneras más válidas para presentar la divulgación científica en buena parte del mundo) que hablan justamente sobre la naturaleza de conceptos tales como Homosexualidad y Orientación Sexual, a saber:
¿Qué es la orientación sexual? una atracción emocional, romántica, sexual o afectiva duradera hacia otros… La orientación sexual existe a lo largo del continuo que va desde la heterosexualidad exclusiva hasta la homosexualidad exclusiva e incluye diversas formas de bisexualidad… La orientación sexual es diferente de la conducta sexual porque se refiere a los sentimientos y al concepto de uno mismo. Las personas pueden o no expresar su orientación sexual en sus conductas.
¿Qué hace que una persona tenga una orientación sexual determinada? La mayoría de los científicos en la actualidad acuerdan que la orientación sexual es más probablemente el resultado de una interacción compleja de factores biológicos, cognitivos y del entorno.
¿Es la orientación sexual una elección? No, los seres humanos no pueden elegir ser gay o heterosexuales. Para la mayoría de las personas, la orientación sexual surge a principios de la adolescencia sin ninguna experiencia sexual previa. Si bien podemos elegir actuar de acuerdo con nuestros sentimientos, los psicólogos no consideran la orientación sexual una elección consciente que pueda cambiarse voluntariamente.
¿Es la homosexualidad una enfermedad mental o un problema emocional? No. Los psicólogos, psiquiatras y otros profesionales de la salud mental concuerdan en que la homosexualidad no es una enfermedad, un trastorno mental ni un problema emocional. Más de 35 años de investigación científica objetiva y bien diseñada han demostrado que la homosexualidad, en sí misma, no se asocia con trastornos mentales ni problemas emocionales o sociales”.
Hasta aquí lo contenido en la página de la American Psychological Association. Puestos en esto, podemos desmontar la falacia de que la homosexualidad sea algo que ocurre volitivamente; también, la falacia de que se puede equiparar a algún tipo de enfermedad o trastorno, por lo que no hay necesidad de buscarle “cura”. Y no sólo porque lo diga la APA; no. Esto es sólo un ejemplo explicativo, pero cualquier tarde con San Google uno puede acceder a más contenidos que disipen dudas; claro, contenidos serios, no los provenientes de Aciprensa, del Semanario Desde la fe, o de los memes que la tía Eduviges remata con un “amén” en su Facebook. Vamos, que todos tenemos derecho a la ignorancia, pero no podemos pedir impunidad por no saber, cuando sabemos que no sabemos, pero podemos informarnos y no lo hacemos.
Sin embargo, aún queda por desmontar la falacia de que la homosexualidad sea algo negativo en sí mismo, por la perversión o la lejanía con el “deber ser” de la persona. Pero para desmontar el “argumento”, habría que entenderlo primero. La noción de “perversión” tiene que ver intrínsecamente con un andamiaje cultural y un entramado de preceptos bajo los cuales muchas personas se amparan en la desolación del existir. Es por eso que les significa tanto, porque les atenta contra el costal de creencias con el que mitigan su desamparo existencial. Por eso, podemos entender que -para ellos- la “torcedura” de ciertos valores ideales, así como la anomia deontológica que sugiere el alejarnos del propósito del humano en la tierra, nos ponga en riesgo de la condena metafísica o de la extinción terrena. Lidiamos, pues, con gente que no sabe manejar su desesperanza ante la finitud de la vida y del periplo de vivir en una colectividad diversa. Y cuando la gente tiene desesperanza, ira, o miedo, se le manipula muy fácilmente, con fines evidentemente de sujeción política y control de conciencias.
Sobre lo anterior, varias cosas:
- Quien acusa, prueba; y los detractores de la homosexualidad han sido incapaces de probar su dicho sobre que esta condición sea perniciosa por sí misma en algún sentido serio.
- Ni los poderes del Estado, ni la función del gobierno, ni las leyes, ni los juzgados, deben obedecer a ninguna creencia metafísica de carácter confesional, ya que no estamos en ninguna teocracia.
- La gente que se ha tomado el tiempo de salir voluntariamente a manifestarse en contra de los derechos de la comunidad homosexual mantiene una necesidad de apego a ciertos ideales o valores metafísicos que les empuja a intentar el control y el dominio sobre uno de los aspectos torales del ser humano: la sexualidad y la expresión del género; pero, como sabemos, el Tribunal del Santo Oficio dejó de tener injerencia sobre cuerpos y conciencias desde hace ya algunos siglos, así que si hombre y hombre quieren ayuntar de manera perdurable y estable, o mujer y mujer quieren compartir techo y familia, con los garantes de ley que eso le otorga a cualquier otra pareja, pues ya hay posibilidad jurídica de que esto suceda, independientemente de que brinque el escapulario y llame a la gente a gritar en la calle “pecado” y “anatema”.
- Cada cual es libre de sostener la escala de valores que le sea útil en la vida, siempre y cuando ésta no haga apología del delito o constriña la libertad y el derecho de terceros; si un sector organizado de la sociedad quiere afirmar que el sagrado matrimonio no puede darse entre personas del mismo sexo, está perfecto que en sus protocolos litúrgicos constriñan el sacramento matrimonial a solo hombre con mujer; eso está respaldado, garantizado, y velamos porque nadie les impida creer en eso, si tal cosa les satisface; pero el matrimonio civil obedece a las leyes del Estado, y éste opera sobre todas las personas que viven bajo su tutela, crean en el Pentateuco o en La Fuerza de Star Wars.
- Estas expresiones sociales de exclusión de derechos obedecen también a la falla del Estado: la ignorancia en un grueso sector de la población es producto del fracaso del sector educativo y de la carencia en el fomento y la divulgación científica en el país; así como la falta de acción del Estado para acotar al margen de la ley el peso político que tienen los líderes religiosos y las asociaciones civiles de carácter confesional.
Todo esto es, en suma, una llamada de atención a que estas omisiones del Ejecutivo (por la vía de la Segob, de la SEP, del Conacyt) y del Legislativo (por la pereza en aprobar la armonización jurídica en todo el país, y por la magra dotación de presupuestos a ciencia, educación y cultura) se subsanen con urgencia, para evitar una escalada en la radicalidad de un movimiento mentiroso, pobre de ideas, excluyente y, a todas luces, ilegal. Respecto a la gente que -de buena fe- apoya los embustes que les han hecho creer gracias a su ignorancia en temas de sexualidad y de derecho, sólo nos queda ofrecerle apertura al diálogo responsable, pedagogía, y paciencia. Estoy seguro que muchos de ellos ni siquiera se asumen como peones en un ajedrez ajeno.
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