Una devaluación es definida técnicamente como la pérdida del valor nominal de una moneda frente a otras extranjeras. Puede tener muchas causas, dicen los economistas. Entre otras: inestabilidad política, falta de demanda de la moneda local, especulación monetaria en los mercados internacionales, creciente deuda externa, mayor demanda de la moneda extranjera; o falta de confianza en la economía local y en su estabilidad. En el caso de la devaluación del peso mexicano, lo más probable es que la causa sea múltiple: una suma de todas las mencionadas y de otras más.
Es así como los mexicanos de todas edades tenemos una amplia experiencia práctica y vivencial en materia de devaluaciones, más acusadas desde hace por lo menos 45 años, pero son casi desconocidas en otros países donde los precios de la moneda y de los productos y servicios, son cíclicamente estables.
Pero no siempre fue así. Se dice que a principios del siglo XX, las monedas de plata acuñadas en la Casa de Moneda de México tenía fuerte demanda en el exterior, y era tal aceptación como valor de cambio seguro, que circulaban en lugares tan lejanos como Filipinas, las costas chinas o Japón. Desde luego que también en la región fronteriza del norte de México, donde un peso mexicano valía lo mismo que un dólar estadounidense.
Mucho ha llovido desde entonces a la fecha y algo se habrá hecho mal con la economía del país, porque el dólar rebasa en estos días los veinte pesos por uno, valor nominal al que agregando los tres ceros que los geniales tecnócratas salinistas le quitaron hace años para maquillar las devaluaciones de los sexenios anteriores, serían 20 mil pesos y pico por un dólar. Este dato inequívoco, da testimonio de la pérdida del poder adquisitivo de nuestra moneda.
Así que las malas noticias también se cuentan y cuentan mucho; porque según informaciones recientes, el peso mexicano es una de las monedas más devaluadas del mundo en su paridad con el dólar de los pasados meses. Antes se decía la devaluación se debía al efecto de la bajada internacional de los precios del petróleo. Ahora se dice que es por la creciente popularidad del candidato republicano, y mañana se dirá que por el triunfo de AMLO o de la señora Rodham-Clinton. Seguramente que estos y otros factores tendrán algo que ver, pero mucho más lo tienen las variables que son propias de la economía mexicana y su mal desempeño crónico, dada la aplicación ortodoxa de un modelo neoliberal agotado, que concentra el ingreso, banaliza la función del estado en la rectoría económica y contrae y recorta el gasto público, exceptuando los salarios y prestaciones de la alta burocracia. Así, con gobiernos ricos y poblaciones empobrecidas, la economía mexicana ha crecido poco y muy poco por ya varias décadas, porque es en extremo débil y dependiente de los mercados exteriores y del precio de los llamados commodities, como el petróleo y otros minerales. El alto endeudamiento y la crisis de violencia e inseguridad que padece el país tampoco ayudan, ciertamente. En suma, el valor de cambio del peso es en gran medida el reflejo del desempeño económico y político del país.
Muy atrás quedaron los tiempos del llamado “milagro mexicano” de los 50 y 60 del siglo XX, del llamado “desarrollo estabilizador” o de la nacionalización de la banca. Ahora asistimos sorprendidos al pasmo del secretario transexenal y de los neo tecnócratas de Hacienda y del Banco de México ante la imparable devaluación del peso, que ya roza más del 55% en los cuatro años que lleva el actual sexenio, donde ni siquiera las cuantiosas subastas diarias de dólares del Banco de México, que al parecer solo favorecen a la especulación con divisas, han podido contener la espiral devaluatoria.
Es evidente entonces que los fenómenos económicos asociados a las devaluaciones que parecían cosa de un lejano pasado autoritario, son hoy como ayer altamente perjudiciales para muchas empresas mexicanas (endeudadas en dólares) y también para la mayoría de las familias, que ven encarecidos notoriamente sus gastos como producto del efecto que la paridad del peso con el dólar tiene en la mayoría de los precios de los bienes y servicios de consumo general.
Hay algunos otros sectores, como los exportadores, el sector turístico o las muchas familias que reciben remesas, que parecen ser favorecidos con las devaluaciones, pero dicho efecto es transitorio y marginal para el grueso de la economía mexicana. Así las cosas, las llamadas “cúpulas empresariales”, que tanto confiaron y apostaron por su histriónica selección sexenal, se muestran ahora inconformes y decepcionadas. Bien lo sabía el defenestrado presidente López Portillo, autor de la recordada frase: “Presidente que devalúa, se devalúa.”
Así las cosas, en menos de cuatro años pasamos, del momento mexicano, al lamento mexicano.
Cola. “Las dos perversiones de la élite (es un decir): gobiernan (es otro decir) México y viven en Miami, y cobran impuestos suecos y ellos los pagan en Bahamas -#BahamasLeaks-.” La frase es de Leonardo Curzio, los paréntesis son de autoría personal.
@efpasillas