Este lunes en Colombia se firmó un acuerdo de paz entre el Estado y las FARC con el cual se da por terminado uno de los conflictos armados más importantes de la historia de América Latina. Muchos colombianos pensaron que morirían sin ver un armisticio dado lo complejo de la situación.
Al respecto me resulta increíble cómo cambia el panorama de una nación cuando el Estado hace su trabajo. Los colombianos súbitamente están frente a una realidad distinta. La decisión a la que se enfrentan ahora tiene menos que ver con la legalidad o la validez del uso de la fuerza y más con los límites del perdón y la búsqueda de la mejor forma de sanar como país.
En un elegante despliegue de ironía, la vida nos regaló, ese mismo día, una postal de inmensa valía. Mientras el presidente de la República -Don Enrique Peña Nieto- vestido de blanco y muy feliz se encontraba en Colombia celebrando este magnífico acuerdo de paz, en la Ciudad de México, capital del país que gobierna, los padres de los 43 normalistas desaparecidos de la normal rural de Ayotzinapa recordaban, acompañados por miles de manifestantes, el segundo aniversario de una tragedia que desafortunadamente a una cantidad inmensa de mexicanos les resulta familiar. Candil de la calle, oscuridad de su casa, podríamos decir.
Tenemos un Estado que ni para fallar es competente. No termina de caerse a pedazos -más por arte de magia que por sus méritos- pero tampoco parece avanzar en la protección de los derechos ni en garantizar las oportunidades que todos merecemos.
En este contexto, de un Estado pequeñito, pedestre y con un liderazgo tan lejano a la realidad, los huecos de poder son rápidamente ocupados por otros grupos. El hecho de que la Iglesia católica pueda desafiar abiertamente la naturaleza laica del Estado que emana de nuestra constitución, incitar al odio y promover la discriminación me parecen una señal igual de alarmante que el enquistamiento mismo del crimen organizado en muchos gobiernos locales y distintas instituciones.
Ambas situaciones, me parece, son un reflejo de la incapacidad para hacer valer la ley y hacer sentir el peso de las instituciones del Estado. En México da la impresión que donde no se observa la legalidad se hace presente el narcotráfico de la misma forma que dónde ha fallado el sistema educativo ahora gana la ignorancia.
En este sentido podríamos decir que no hay peor gobierno que el que no se hace. Sobre todo cuando la ausencia del Estado termina por costarle la vida o el pleno ejercicio de sus derechos a cualquier mexicano. Si bienintencionadamente erraran la molestia sería otra. La rabia proviene de una ausencia premeditada, consciente.
México necesita atender una infinidad de asuntos. Solventar la crisis de derechos humanos, acelerar el crecimiento económico, asegurar las condiciones de desarrollo en el sur del país, mejorar las oportunidades de los menos favorecidos, recortar la brecha de género, mejorar los niveles educativos, terminar con la corrupción, mejorar las condiciones laborales, aumentar los ingresos de las familias, terminar con las prácticas monopólicas, asegurar el Estado de Derecho, etcétera. Parece que es imposible atender todo al mismo tiempo. La cobija es demasiado pequeña para cubrirnos a todos.
Se preguntará usted entonces, ¿qué podríamos hacer para mejorar las capacidades del Estado y sus instituciones? a lo cual, permítanme adelantar, una respuesta rapida no sería producto de una notable capacidad de síntesis sino reflejo de una profunda ignorancia.
Nuestra incapacidad de construir un aparato gubernamental sólido, instituciones que resistan el paso de las administraciones o en algunos casos que operen de manera ininterrumpida es palpable. La ahora extinta Agencia Federal de Investigación o la Gendarmería son ejemplo de la creencia de que es posible alcanzar resultados cambiandole el nombre a los actores sin cambiar de fondo sus características.
Las soluciones decisivas a problemas colosales pocas veces se encuentran al final de una pluma. Tal parece ser el caso de Colombia y eso es digno de celebrarse. Donde sea que suceda, el fin de la guerra y la consumación de la paz solo abona a la construcción de un mundo mejor.
En México, ninguno de los problemas parece podría terminar con la firma de un acuerdo. Y lo que es peor, parece que no existe la voluntad política necesaria para buscar una solución. Qué lejos está México de dar un paso del tamaño del que ha dado Colombia y qué lejos está Enrique de ser un Estadista.
@JOSE_S1ERRA