Universidad Hofstra, Nueva York, Unión Americana. 26 de septiembre de 2016. Enfundada en un vestido escarlata, la candidata del Partido Demócrata, Hillary Clinton, rebate la andana verbal lanzada por su contrincante, el candidato republicano Donald Trump, afirmando: “Yo tengo vigor… cuando Trump haya viajado a más de 100 países, negociado un acuerdo de paz, un cese al fuego, la liberación de disidentes… y haya pasado más de once horas testificando ante un comité del Senado, entonces hablamos”.
Por su parte, el locuaz multimillonario responde, su cara pareciera un volcán a punto de explotar: “Hillary es todo plática y nada de acción… ella tiene experiencia, pero mala, muy mala experiencia”.
La escena arriba mencionada sirve como prólogo al presente artículo, el cual pretende explicar por qué el lapso de tiempo -90 minutos- dedicados a los debates presidenciales en los Estados Unidos y transmitidos por la televisión, han significado un punto de inflexión en la lucha por ocupar o conservar la Oficina Oval.
En la historia política estadounidense, el primer debate que marcó el derrotero de la nación de las barras y las estrellas fue el sostenido por Abraham Lincoln y Stephen Douglas en 1858. En aquella época, la temática central giraba entre los estados que estaban a favor de la abolición del flagelo de la esclavitud.
Lincoln y Douglas no competían por ser el próximo inquilino de la Casa Blanca: su objetivo era determinar quién de los dos sería el senador representante por Illinois. La lucha entre los dos rivales políticos atrajo la atención de toda la nación, pues ambos personificaban las posturas a favor y en contra de la esclavitud. Asimismo, este debate significó la antesala de la tragedia que significó la Guerra Civil que ocurrió entre 1861 y 1865.
Habrían de pasar poco más de cien años para que, el 26 de septiembre de 1960, ocurriera el primer debate presidencial televisado entre el joven y carismático senador de Massachusetts y abanderado del Partido Demócrata, John F. Kennedy, y el candidato republicano, el vicepresidente Richard Nixon.
Nixon proyectó a los televidentes, la imagen de una persona pálida, enfermiza y cansada –de hecho había estado hospitalizado. Más todavía, el vicepresidente rehusó maquillarse y, como resultado, daba la apariencia de no haberse rasurado. De hecho, su madre le llamó para preguntarle si estaba enfermo.
Por su parte, Kennedy se mostró confiado y relajado. Para fortuna del joven procedente de Boston: 70 millones de personas vieron la primera discusión. Para este público, Kennedy ganó el debate; por el contrario, las personas que escucharon en la radio el debate creyeron que Nixon había triunfado.
Kennedy y Nixon se enfrentaron otras tres ocasiones: Nixon ganó dos. Sin embargo, sus victorias fueron presenciadas por aproximadamente 50 millones de personas. Finalmente, el último debate fue un empate. Los comentaristas políticos e historiadores coinciden en que el primer debate televisado fue el punto de inflexión –game changer, en inglés- en la campaña presidencial de 1960.
La siguiente ocasión en que un debate televisivo fue decisivo acaeció en 1976: el presidente Gerald Ford cometió el error de afirmar que: “No hay dominio soviético de Europa oriental y nunca lo habrá bajo una administración Ford”. Después de este infortunado comentario, la campaña de Ford perdió fuerza y el candidato demócrata, Jimmy Carter, ganó una elección cerrada.
En un cambio de fortuna, Carter se enfrentó al ex gobernador de California y antiguo actor de películas B de Hollywood: Ronald Reagan. El histrión transpiraba optimismo y, gracias a su entrenamiento como locutor de radio, poseía una voz meliflua. Reagan, aprovechó los años y años de estar enfrente de una cámara, aplastó a Carter y triunfó en la contienda electoral.
Cuatro años más tarde, Ronald Reagan ganó la elección, pues en uno de los debates televisados usó el humor como arma en contra de su rival demócrata, Walter Mondale: “No voy a usar la edad como tema de campaña. No voy a explotar, para propósitos políticos, la inexperiencia y juventud de mi oponente”. Antes de la confrontación verbal, Reagan había sido criticado por su edad.
El debate del día de ayer fue presenciado por más de 80 millones de personas, pero ¿Quién ganó entre Hillary Clinton y Donald Trump? Las opiniones se dividen: para CNN/ORC, Clinton es la vencedora, pues desempeñó el papel que mejor le queda: la abogada disciplinada y minuciosa que utiliza las palabras con precisión quirúrgica para aplastar a sus rivales.
Sin embargo, Clinton no ha podido sacudirse la imagen de que su pasión equivale al beso proveniente de un la boca fría de un galgo.
Por su parte, NBC opina que Trump se llevó el debate pues mantuvo su estilo de vendedor neoyorquino de los años ochenta: agresivo, atropellado en el uso de las palabras y uso excesivo de clichés y slogans.
Sin embargo, el escribano cree que ninguno de los dos contendientes en esta amarga lucha política logró el golpe decisivo. Esto deja abierta, cuando faltan seis semanas para el 8 de noviembre, a qué cualesquiera de los candidatos que cometa un error, o sea afectado por alguna revelación de última momento sea el perdedor de este drama político.
Como decía el primer ministro británico, Harold Wilson: “una semana es mucho tiempo en la política”.
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