Luego de algunas semanas en las que se percibía que los alumnos de educación básica aún no regresaban a las aulas, desde el lunes pasado, el movimiento matutino de la ciudad me hizo recordar que había que modificar la última rutina por la anterior: aquella en la que hay que levantarse más temprano, para salir un poco antes que de costumbre para evitar el tráfico en algunas zonas de la ciudad, y a uno que otro papá y alguna que otra mamá automovilistas que se transforman en energúmeno tras el volante con el único objetivo de llegar a tiempo a dejar al niño o a la niña a la escuela, y así también estar a tiempo en mis labores cotidianas.
Resulta hasta cierto punto comprensible que por mil y un factores, se altere el tráfico vehicular. De entrada podemos pensar que hay más vehículos circulando, y que en muchos de los casos, el lugar de destino es similar: las escuelas. Esto, como digo, me parece estupendo.
Me quiero referir a aquellas personas que en su escala de valores anteponen el interés particular sobre el colectivo. Y con dos ejemplos mínimos me dispongo a hacer conciencia sobre esa problemática detectada. Uno es el típico conductor que va como cafre moviéndose entre carriles, pasando cruceros al momento de ponerse el semáforo apenas empezando la luz roja y que poco respeta los límites de velocidad, o las líneas que delimitan los carriles unos de otros; ese que en cualquier momento puede provocar un accidente por creer que sus acciones sólo lo ponen en peligro a él. No a los suyos ni a los otros.
Otro espécimen es aquel que, una vez llegando a la escuela, es capaz de pararse en la puerta del plantel y, con toda la calma del mundo descender para, a continuación, bajar a los niños, preparar mochilas, repartir desayunos y en una de esas, tomar de la mano al niño o a la niña y acompañarla hasta la propia puerta del salón para que la maestra pueda ver qué tan buen papá o mamá tiene fulanito. Y mientras tanto el vehículo a las afueras de la escuela en doble o tercer fila, con las intermitentes prendidas o, en el peor de los casos, invadiendo una cochera vecina, un espacio para personas con discapacidad o la obstrucción total frente a la escuela.
En estos dos ejemplos cotidianos, al parecer inofensivos, está la viva imagen de un ciudadano que es, pero que no ejerce. Me explico: la categoría de ciudadano conlleva dos dimensiones: la de identidad y pertenencia (o sea, el ser ciudadano) y la que ejerce, es decir, el quehacer ciudadano.
Ser ciudadano hasta cierto punto es fácil, basta con haber nacido aquí, por lo menos hace 18 años y seguir estando vivo. Digamos que es una condición pasiva del ejercicio de la ciudadanía que se complementa con la participación, el marco de acción, la condición dinámica, el compromiso, la responsabilidad y la intención de ejercer los derechos otorgados.
¿Cuál es el vínculo entre las dos dimensiones, de tal manera que podamos llegar a ser buenos ciudadanos? Aunque suene muy trillado, la respuesta es única: la democracia. Ese sería el nexo que enlaza el ser ciudadano con el hacer ciudadano, para llegar a una verdadera ciudadanía.
La trascendencia de ejemplos como los que mencioné, es que de manera reduccionista vemos a la democracia como parte del sistema de gobierno, y a la participación ciudadana la asemejamos a la participación electoral el día de las votaciones. Tenemos que seguir trabajando en esa construcción de ciudadanía que habla de la democracia de manera cotidiana como una figura presente en las necesidades colectivas que se convierten en asuntos públicos.
La ciudadanía se ejerce constante en un tiempo y un espacio dentro de una sociedad. Su ejercicio es labor de quienes ya pasivamente somos ciudadanos, en beneficio propio y de los demás dentro de la comunidad, pero sobretodo, y perdón por la insistencia, en nuestro papel de educadores constantes de nuestros hijos. Ojalá estas reflexiones nos lleven a vislumbrar personas que respeten las normas por convicción y que a las futuras generaciones se les haga de lo más natural aquello que parece que implica un esfuerzo extraordinario para nosotros: frenarse ante una luz roja del semáforo, estacionarse en lugares correctos, ceder el paso, llegar a tiempo.
/LanderosIEE | @LanderosIEE