el hombre de izquierda, es el que entiende, por encima de cualquier cosa, liberar a sus semejantes de las cadenas que les han sido impuestas por los privilegios de raza, de casta, de clase…
Norberto Bobbio
La llamada izquierda, conglomerado de individuos, grupos y organizaciones que comparten ideas generales, valoraciones éticas y propósitos orientados a socializar el bienestar, ampliar la base de las decisiones políticas y ensanchar las libertades democráticas, se ha fortalecido y crecido durante las últimas décadas en nuestro país, y aun en nuestro estado. Su avance es notorio en los aspectos políticos y la vida social. La etapa finisecular y el siglo XXI mexicano están marcados por esa izquierda, que con toda su carga de problemas, errores y divisiones, es una opción política real para lograr el gobierno del país, como lo ha demostrado al menos en cuatro elecciones generales.
No es un accidente histórico el crecimiento de la izquierda mexicana. La crisis del estado autoritario mexicano y su modelo económico del “desarrollo estabilizador” a fines del siglo XX, permitió que la izquierda política y la oposición anti-priista empujaran las reformas electorales hasta abrir cauces democráticos a la voluntad ciudadana y producir, si no una transición democrática, al menos la alternancia partidista. La democracia mexicana y la ampliación de libertades serían impensables sin los socialistas y comunistas que ingresaron a la competencia electoral a partir de la Reforma Política de 1977, sin el Frente Democrático Nacional de 1988 o sin el PRD que consolidó un sistema electoral creíble en 1996, luego logró en la capital del país el gobierno local más democrático y libertario y en 2006 pudo haber logrado la Presidencia de la República. De una izquierda política electoral que no llegaba a los 10 puntos en 1985 en el país y un papel testimonial, pasamos a una izquierda competitiva que rebasa los 30 puntos en las elecciones de este siglo.
Incluso el colapso del campo socialista en los noventa, la confusión teórica y el presunto “fin de las ideologías” no impactó mayormente a la izquierda mexicana. Al contrario, fueron diluyéndose los sectarismos derivados de postulados doctrinarios; diferentes grupos, partidos y organizaciones aprendieron a conciliar sus proyectos políticos particulares con las necesidades de la coyuntura del país. Así fue posible la “Alianza por México” en el 2000, la coalición Por el Bien de Todos en 2006, y el Frente Amplio Progresista en 2012.
Un saldo de la experiencia electoral de la izquierda es el abandono del dogmatismo en materia de alianzas, incluso llegando a marcados niveles de pragmatismo según se lo permita la coyuntura a los diferentes partidos. Así se han visto, en estados y municipios, las más diversas coaliciones formales inimaginables y alianzas fácticas inconfesables. Como todo en la política, los límites del espectro de alianzas están en la necesidad y la posibilidad para subsistir y avanzar. Las alianzas pragmáticas sólo son soslayadas por los liderazgos y organizaciones que por sí solos tienen un amplio respaldo ciudadano y, aun así, requieren eventualmente de las organizaciones pequeñas o medianas.
Otro saldo indiscutible se ha dado en materia de propuesta política. Las organizaciones de izquierda han aprendido que los ciudadanos no votan por consignas estrechas y maximalistas, y eso ha mejorado sustancialmente el programa que ofrecen a los electores. Debiéramos destacar el gran consenso social que han logrado las banderas de la izquierda: disminuir la brecha de desigualdad, combatir la pobreza, atacar la corrupción, garantizar los derechos sociales y abolir fueros y privilegios. Más aún, la izquierda es la única fuerza que está en condiciones de proponer las medidas para revertir las nocivas consecuencias de las políticas públicas neoliberales que desde hace treinta años se impusieron en todo el mundo prometiendo prosperidad y solo han incrementado la desigualdad y la pobreza.
Mientras otras fuerzas políticas han avalado y profundizado las políticas neoliberales, los destacamentos más lúcidos de la izquierda mexicana están perfeccionando, como bien señala el Maestro Noé García en su artículo, una moderada propuesta alternativa para el país desde las posiciones de López Obrador, avalada por especialistas y, agrego yo, la iniciativa de Cuauhtémoc Cárdenas denominada “Por México hoy” sin menospreciar el programa de Miguel Mancera y que aún tiene tiempo para corregir y relanzar. El Pacto por México no desarticuló el espectro de las fuerzas progresistas, pues la mayor parte de sus componentes asumió una postura crítica. De la crisis que propició la cúpula perredista cuando lo suscribió ha derivado el actual debate político que culminará en el marco de la próxima coyuntura electoral.
Un déficit de la izquierda mexicana actual, que debe ser corregido por los grupos más consecuentes, ha sido su desapego de los movimientos sociales. Muchos dirigentes políticos de la izquierda se han abocado principalmente a la gestión de espacios políticos olvidando la atención a los grandes problemas sociales. Mientras la pobreza y la marginación se ha venido profundizando, dirigencias partidistas montan estructuras clientelares para asegurar apoyos mínimos e incluso recurren a la demagogia de presentarse como “políticos serviciales” en tiempos electorales. Movimientos como el magisterial y, recientemente, el de los trabajadores de la salud se han desenvuelto básicamente sin respaldo político. Los sindicatos y los trabajadores asalariados han sido abandonados a su suerte, con la sola y vaga oferta electoral de elevar sustancialmente el salario.
La izquierda mexicana ha demostrado ser una opción política real. El debate interno, las divergencias y hasta las divisiones han sido parte de su desarrollo histórico, en buena medida porque sus agrupamientos gravitan principalmente en torno a ideas y concepciones diferentes. La experiencia nos muestra que sus procesos competitivos resultan a partir de las propuestas que demuestran su viabilidad y fortaleza; quienes se excluyen pueden llegar hasta la extinción. Los resultados electorales de 2015 y 2016 indican una tendencia sólida y tal vez se ratifique en las tres elecciones locales de 2017. Los grupos de la izquierda tienen una amplia experiencia y marcha en toda forma un proceso para concretar una gran opción del cambio progresista en el país. Con toda seguridad, la izquierda será un factor determinante en el cambio de 2018. Mientras tanto, que no cunda el pánico.
@gilbertocarloso