Una vez más el presidente está envuelto en un escándalo. A resumidas cuentas, la primera dama ha sido vinculada nuevamente en una relación que podríamos calificar de posible conflicto de interés involucrando una propiedad de lujo. Ya no importa cual sea la verdad. El presidente podría decir lo que sea y sin importar lo que intente comunicar con su mensaje encontraremos como sociedad la forma de hacerle burla, que luzca torpe, pequeñito, sin autoridad. No importa lo que la oficina de la presidencia haga para salvar la imagen de un presidente que alguna vez fue el de las reformas, que según TIMES estaba salvando a México. Don Enrique pasará a la historia como un líder incapaz de sortear las crisis y uno especialmente corto de reflejos retóricos.
El asunto no es trivial. El presidente está contra las cuerdas en el ring de la opinión pública. Falta muy poco para encontrarlo con la guardia baja y le asesten un golpe que termine definitivamente con su imagen si es que este nuevo golpe no lo ha hecho. Dadas estas condiciones existe la oportunidad de discutir algunos de los temas más importantes en el marco de nuestra incipiente democracia. Entre ellos, la legitimidad de la figura presidencial, el estado de derecho, la autonomía del poder judicial, las capacidades técnicas del mismo entre otros tantos. No obstante, una vez más, existe el peligro de caricaturizar el problema. De quedarnos, por incompetencia, en las discusiones pedestres que tanto entretienen pero francamente sobran. La discusión de fondo, en mi opinión, debería centrarse en cómo terminar con el capitalismo de cuates tal como diría acertadamente el liderazgo moral de la buena onda.
Este capitalismo de cuates es el reflejo máximo de nuestra idiosincrasia. Una economía con una movilidad social nula, donde las relaciones informales, las filias, los tan espeluznantemente feudales apellidos compuestos y los compadrazgos juegan un papel, cuando no vital al menos significativo en la calidad de vida de los ciudadanos. De lado quedan algunas otras cuestiones por ser consideradas menores. Como los méritos o la dignidad del género humano.
Este discurso, clasista, es exhibido de formas que deberían resultar inverosímiles en una democracia. Cuando el grueso de los ciudadanos, molestos se digan en participar de la vida pública y le exigen a la clase política, no faltan los inadaptados que se esfuerzan en envilecer la condición de quienes protestan a fin de proteger medrosamente sus privilegios. Se pueden leer y escuchar algunos de los siguientes: son pobres porque quieren, así viven por conformistas y huevones, es la envidia la que no los deja crecer, se la pasan viendo las novelas, es porque no trabajan, en lugar de protestar deberían de trabajar, entre muchas otras consignas tan peculiares como estúpidas. Sobra decir, ninguna de estas consignas se sostiene ante el menor escrutinio, pero no importa, los menos afortunados no pueden pagar una costosa campaña de relaciones públicas a fin de defenderse. Después de todo en México somos congruentes, protegemos el privilegio a señalar a quienes no los tienen.
El asunto es aún más grave y va más allá del discurso. La retórica del privilegio que intento mostrar, sin duda es un componente importante de cómo entendemos los mexicanos la economía. Si se nace pobre, lo único digno es soportar la carga que representan las carencias y ponerle buena cara. Hay que ser trabajador, se dice. Por otra parte si se nace en una cuna de oro, basta estirar la mano. Acto seguido los favores recibidos se convierten, mediante una amnesia selectiva, en producto del sudor de la frente. A pesar de que esto ya resulta indignante, se pone aún peor al examinar las reglas que subyacen pues estas refuerzan con autoridad los resultados. Hay que ser cínico para creer que en este país la fortuna obtenida exclusivamente en estas condiciones tiene mérito alguno.
Hemos escuchado toda clase de pretextos y justificaciones de algunos maravillosos empresarios rentistas y otros acomodados de la rigidez de nuestra economía para avalar esta dinámica. Lo único que nos hace falta es que propongan que todos los mexicanos hereden, al igual que ellos, los apellidos, fortunas y las relaciones personales que les han permitido transformar su trabajo en bienestar. Problema solucionado.
En este sentido, el presidente ha mostrado una postura innovadora, adelantada a su época. Ha mostrado arrepentimiento, se siente avergonzado. Si comete un delito o no al recibir estos favores es otro asunto. Lo que encuentro relevante por el momento es que al parecer, como prócer de la legitimidad, este último ha entendido la necesidad de abandonar el cinismo. Si el presidente tiene alguna suerte y el debate comienza a refinarse en algunos aspectos, el siguiente paso, dejando de lado las fotografías de esta nueva casa o la narrativa de sus lujos, sería pensar ¿cómo perseguiremos el conflicto de interés en un país lleno de compadres? ¿qué hacer para mejorar la movilidad del pantano? ¿Cómo nos aseguramos un futuro en el que no sea la envidia la que nos haga hablar mal del presidente?
@JOSE_S1ERRA