El otro día estaba sentado en la terraza de un bar con una amiga, ambos estábamos bastante desganados así que aproveché la oportunidad para escuchar las conversaciones ajenas de la chaviza; tras de mí estaban un par de universitarios platicando con una mujer que al parecer era española, ella les comentaba lo sorprendida que la tenía la vida nocturna de Aguascalientes, a lo que sus acompañantes se dijeron felices de vivir su juventud en esta época.
Lo que no saben estos chamacos es que si bien es cierto que estos son días geniales para ser un chavo, los que vivimos nuestra etapa universitaria, hace como cinco años, también nos la pasábamos bien.
Entonces los universitarios no teníamos la variedad de bares con los que contamos ahora, Carranza era una calle donde estos lugares se contaban con los dedos de la mano y no se formaban las filas infumables de carros como los que uno puede ver cada fin de semana.
Cuando yo iba en la universidad ir a un bar del centro significaba cuatro cosas: estar apretado en el Hasta Atrás, escuchar rock en tu idioma en el Rockocó, sentirte alternativo en el Yambak o ir al bar del Hostal que poco a poco se apoderó de todo el lugar.
Para la gente de mi edad, es decir, para quienes actualmente rondan los 27 años, lo de todo fin era ir a las fiestas masivas; como su nombre lo dice, uno de estos eventos tenía que promediar al menos 100 personas en sus listas de invitados, quienes con toda libertad podían invitar a sus amigos quienes, a su vez, hacían lo mismo.
Cuando escribí “todo fin” quise decir precisamente eso, y es que cada viernes y cada sábado había una de estas fiestas, no importaba que no fueras invitado siempre iba a haber algún amigo que te invitara, incluso si tus amigos se reducían a dos personas.
La primera vez que fui a uno de esos eventos la tengo bastante borrosa y no es que me haya puesto muy borracho, sino que sucedió hace nueve años, justo una semana después de mi cumpleaños.
Como siempre, tengo que contar el contexto que a veces más que necesario, es interesante: entré a la universidad justo el día de mi cumpleaños, una semana después que mis compañeros pues, quedé en segunda lista lo que significa que me perdí todo el proceso de aclimatación que el resto de mi salón sí vivió.
La semana siguiente me la pasé de verdad mal, odié a todos, sobre todo porque desde el primer día que me conocieron los desgraciados me pusieron un apodo que cargo como cruz hasta este día; pese a esto, aún sentía la necesidad humana de ser querido.
Descubrí que un compañero iba a festejar su cumpleaños el siguiente sábado, el tipo, que ahora es uno de mis mejores amigos, había repartido flyers a los demás. Como a mí no me había dado nada y quería socializar un día tomé la suficiente determinación y antes de que comenzara una clase en un aula isóptica le reclamé “¿por qué no me has invitado a tu cumple?”, a lo que respondió “¿Ah, no? Ten”, mientras estiraba su brazo para darme un papel impreso en blanco y negro que en la parte atrás tenía un croquis.
Como yo en esos días era muy pobre, tuve que salir de mi casa a las nueve de la noche, última hora para agarrar la 40 que tomé cerca de mi casa que en ese momento estaba en La España; viajé alrededor de 30 minutos hasta que por fin llegué al Costco, desde donde caminé en dirección a Zacatecas hasta llegar al motel El Quijote.
Cuando llegué al motel seguí las indicaciones del croquis; decía que tenía que tomar una calle que está a un lado del Quijote hasta topar con una pared, una vez que topase, debía caminar hacia la izquierda como 50 metros hasta encontrar un portón blanco.
Cuando atravesé el portón llegué a un oscuro estacionamiento cubierto de hierba seca con algunos carros viejos y un par de carros más recientes de quienes ya habían llegado a la fiesta; además del portón, había una pequeña puerta que daba hacia el verdadero lugar que con el tiempo tomó el nombre de Atrás del Quijote.
Crucé la puerta y me encontré con un predio de dimensiones grandes totalmente vacío, a mi izquierda había una construcción campestre en evidentes condiciones de abandono, frente a mí se encontraba una casa de campo con una arquitectura incomprensible parecida a la de las películas de ficheras de los años 70, con una alberca vacía al lado y a la derecha unos juegos infantiles donde se columpiaba un tipo de mi salón.
Me acerqué hacia mi compañero y le pregunté que por qué aún no había llegado nadie, él contestó que aún era temprano, que seguramente la gente (no pobre) llegaría como a las once, pero que los organizadores estaban dentro de la casa de campo por si quería saludarlos.
Después de columpiarme un rato mientras me tomaba unas cervezas y de platicar de nada con uno de los tipos más cortos que he conocido en mi vida, me fui con el cumpleañero para felicitarlo, cuando lo arribé me dijo “no, no es mi cumpleaños, fue hace dos semanas, pero igual muchas gracias por venir”.
Ya estando dentro de la casa, que por cierto tenía una forma hexagonal, me puse a indagar, vi un espacio enorme rodeado de grandes ventanales con una barra en el medio, al fondo estaba el baño y más allá un cuarto al que entré sin permiso, una vez ahí adentro me di cuenta de que me encontraba en el VIP, donde no había nadie de mi salón y donde todo el que estuviera presente me miraba con disgusto.
La incomodidad fue tal que no sólo me salí del VIP, sino que me salí por completo de la casa y regresé con el tipo del columpio quien, por suerte, estaba acompañado por un compañero mío de la preparatoria.
Con el tiempo fueron llegando personas por decenas, de pronto en el lugar se podían escuchar los éxitos más novedosos de Britney Spears y el resto de mis compañeros de salón ya estaban ahí, la fiesta había empezado y mis cervezas se habían acabado -no hay nada más patético que no ser amigo de nadie y llegar con un seis de cervezas para uno sólo-.
El resto de la noche, sin embargo, me la pasé bien, de hecho hice amigos entre mis compañeros de salón que hasta el momento continúan siendo mis mejores amigos como la Jirafona Insípida de la que había hablado anteriormente o el remilgado Juan que no quiso entrar al Éxodo; aproveché que alguien se fue como a las 2 de la mañana y le pedí ride; no puedo recordar el rostro de aquel buen samaritano.
Poco a poco la relación con la gente de mi salón fue mejorando, y las fiestas masivas se iban intensificando, Atrás del Quijote empezó a cobrar vida propia y las fiestas que albergaban como máximo a 200 personas, de repente ya rozaban los 600 invitados.
El negocio estaba ahí, ¿quién iba a desaprovechar a ese público? Un día cualquiera corrió entre los pasillos de la universidad el flyer de una fiesta Atrás del Quijote donde, a cambio de 10 pesos, podías acceder al lugar que visité unas cuatro veces desde la fiesta de mi amigo.
Obviamente mi amigos y yo no nos podíamos perder tan genial evento, ahora la alberca estaba llena de agua y el lugar, en general, estaba mejor iluminado; los deejays ya no eran una laptop pegada a una bocina, ahora tocaban verdaderos artistas conocidos entre el gremio de Aguascalientes, además de bandas de rockabilly, reggae o ska; incluso habían contratado a un hombre encargado de la seguridad, cuya historia es bastante sórdida.
Yo y mis amigos veníamos bien cargados con una botella de Gorloska y dos botellas de Rivas, así como sus respectivos refrescos para convertirlas en whisky, ron o brandy. Empezamos brindando y de repente ya estábamos como suele pasar “cada quien en su pedo”, dos de mis amigos se habían perdido atrás de la casa hexagonal, el rumor dice que se fueron a besuquear con el hombre de seguridad cuya presencia era más que necesaria en la fiesta.
Mientras el guardia estaba distraído otro de nuestros acompañantes, quien merece el apunte -¡es cholo!-, había iniciado una riña infame con otros sujetos, hecho que derivó en que varios de los ventanales terminaran destrozados regando vidrios por todo el lugar.
La Jirafona, mientras tanto, estaba bailando cumbia en la pista de baile, uno de los lugares más afectados por la lluvia de vidrios; la euforia y la falta de equilibrio ocasionada por el vodka barato habían hecho que se desplomara sobre los objetos que ahora tenían cualidades punzocortantes, lo que terminó por lastimar sus manos que chorreaban sangre.
Yo por mi parte aún no saciaba mi reciente hambre de socialización, así que me dirigí hacía un grupo de chavos que, según uno de mis amigos que estuvieron con el guardia, terminaron por tirarme al suelo, patearme y dejarme ahí para ser rescatado por mi cholo amigo que los golpeó heroicamente.
La conclusión era obvia: era hora de irnos; yo estaba golpeado, súper borracho y lleno de tierra, mi amiga la Jirafona estaba cubierta de sangre, llorando y también súper borracha, el cholo no podía con su furia ni con su súper borrachera y mis amigos habían tenido cosas nunca esclarecidas con un guardia de seguridad que describen como una persona totalmente fea.
siii ahuevo yo estuve ahí, una de las mejores épocas y de las mas violentas