Por un momento dejamos de lado procesos electorales en el terruño y en el vecino país del norte, judicialización de la elección, nueva integración de los órganos jurisdiccionales en la materia electoral y hasta los juegos de la última olimpiada, para concentrarnos en lo que verdaderamente es importante estos últimos días: el regreso a clases.
En todo el país, millones de estudiantes, durante el mes de agosto tradicionalmente, van concluyendo su receso de descanso de verano para dar pie al inicio de un nuevo ciclo escolar. En la mayoría, dicho cambio no es más que el avance de grado, mientras que unos cuantos que se integran, cambiarán de nivel, en lo que debiera ser el transcurso normal de la vida académica de una persona.
Amén de las materias básicas dentro del ciclo escolar, existe una que, por trascendente, no ha desaparecido y es necesario que se fortalezca. Hablo de la educación cívica.
Para quienes son contemporáneos, la educación cívica, o la materia de civismo en la educación básica, era una reminiscencia de la educación que habían recibido nuestros padres, magníficamente representada en aquella patria que, enarbolando nuestra enseña tricolor, se posaba majestuosa en las portadas de los libros de texto. Por virtud del sistema educativo, a la gente de mi generación le fue negada esa instrucción individual de la historia, geografía y civismo, conjuntándolas en lo que se dio a llamar ciencias sociales. Al parecer esta conjunción no fue lo suficientemente exitosa, pues a mediados de los años noventa, se volvió al esquema anterior de las materias de historia, geografía y civismo.
De una u otra forma se hace necesaria la educación en valores, pues, como lo apunta Dewey, la democracia no debe entenderse como un legado de quienes nos antecedieron para vivir de la manera más cómoda posible. La democracia debemos considerarla como ente vivo, constante, a la que hay que encarar con ansia por conocer, y con espíritu por conquistar para que todos los que apreciamos vivir en sociedad (y cuando digo todos, precisamente me refiero a la totalidad de la sociedad y no solamente a unos privilegiados) posean las condiciones mínimas para una vida digna.
Comparando el antes y el ahora, en esta serie de reflexiones que comparto mientras forro libretas y separo lápices de colores, me pongo a pensar en lo importante que resultaba antes “ser”. Como los abuelos trataban con reverencia al Señor Doctor o al Profesor (ahora que recuerdo, nunca escuché a mi abuelo dirigirse a ellos como maestros), y cómo, por las calles, causaba respeto, y un dejo de admiración, aquella persona que iba pasando por la otra acera, a la que se le anteponía a su nombre o apellido, el reverencial “don”, aún y cuando fuera un plomero o agricultor.
En la misma tónica de la reflexión, veo con desgano como se ha impuesto en estos tiempos la importancia del “tener”. Ahora ya ni siquiera es importante si se ha elegido o no una buena forma de vida, profesión u oficio. Ya no es relevante el título que se antepone al nombre, sino que ahora lo más relevante es ¿Qué posees?
En estos tiempos parece más importante la marca del teléfono celular que uno porta, que la profesión a la que ha jurado poner su empeño toda la vida. Filosóficamente hablando, estamos en lo que Maquiavelo apuntaba como la energía que constituye al ser, en su naturaleza y actividad humanas, orientada a la búsqueda de bienestar y posesión de bienes, que provocará la consecución del poder y de la seguridad, que usufructuados daban origen al estado, estado que es concebido como agente educativo del nuevo orden político y social.
Lo importante, pues, no es si tenemos las mejores marcas en las libretas, sino lo que escribimos en ellas. No si el carro es de lujo, sino si tenemos las herramientas necesarias para vivir en sociedad acatando las disposiciones de tránsito y vialidad. No si el teléfono móvil es inteligente, sino si la comunicación para la que estamos utilizando dicho aparato es la verdaderamente inteligente.
De lo derivado en estas reflexiones, y demás temática, es materia la educación cívica. La educación con valores y para los valores.
Una reflexión final, si se me permite, apreciado lector, lectora: No desaprovechemos ninguna oportunidad, como es la del inicio del ciclo escolar, para recordar algo básico que puede ser que se nos olvide el resto del año: la educación comienza y termina en casa, y los mejores maestros son aquellos que con su ejemplo, guían las labores y actitudes de los menores. De nada servirá, madre y padre de familia, con mandar al chamaco a las mejores escuelas (por caras, por prestigio o yo que sé), si en casa no ponemos el debido cuidado y la atención necesaria para formar hombres y mujeres de bien, como los requiere este Estado. Sino entonces, será un nuevo ejemplo del “tener” antes que el “ser”.
/LanderosIEE | @LanderosIEE