Éste es lo que comúnmente llamaríamos un lector cautivo. Poco importaría anotarlo si aquél de quien hablamos no hubiese llevado su condición al extremo, si su cautividad en las redes de cierta novela no rayase hoy en lo literal. Hiperbólico por naturaleza y solitario de oficio, el lector cautivo no puede ni quiere escapar de las páginas que va leyendo: en modo alguno desea desprenderse del pesado enamoramiento que le hace dedicar íntegros su tiempo y su atención a ese relato que, hay que aclararlo, aún no acaba de leer, antes por miedo que por negligencia.
Pero el lector cautivo no es enteramente culpable de su condición. Sucesos infortunados y pasiones otrora contenidas se han unido para atraparlo sin remedio: desde su primera lectura de los capítulos iniciales del libro, el lector ha quedado perdidamente enamorado de la protagonista, la mujer de azul. A partir de entonces ha leído y vuelto a leer las páginas que protagoniza su amada, y gasta sus horas buscando entre líneas la señal para conseguir que las puertas de esa ficción precisa le sean abiertas.
También hay que aclarar que esta lectura maniática es enteramente inútil. No porque el contacto entre la mujer de azul y el lector cautivo sea de plano imposible –sabemos que cosas tales han ocurrido en más de una ocasión–, sino porque ella no tiene interés alguno en que tal encuentro suceda. Aunque atractiva e inteligente, la mujer de azul cuida su espontánea vanidad y tolera muy pocas cosas: su pudor o su orgullo le hacen rechazar a ese lector que la importuna y la acosa. Ante él, la protagonista de la novela se siente desnuda, vulnerable; le molesta sobremodo que el fisgón se asome siempre a su ventana e invada sus rutinas como un duende lascivo que le sigue ansioso los pasos y le cela sin derecho sus conversaciones con los demás personajes de la novela.
Y es que, además, la mujer de azul aborrece al lector cautivo tanto como ama a su autor, y hará todo lo posible por escapar de aquél como por seducir a éste. Con el pretexto de protegerse de su perseguidor, ella busca constantemente la protección de su creador; intenta refugiarse en sus brazos y en su escritura de artista apasionado aunque insensible a sus súplicas.
Por lo que hace al autor, éste ciertamente compadece a su criatura, pero no la ama. En la medida de sus posibilidades y de la consistencia del relato, siempre ha tratado de ampararla y alejarla del acoso del lector cautivo: la ha reescrito en la sombra, la ha hecho desvestirse en habitaciones sin ventanas ni subtítulos, a oscuras y lejos del mundo. Incluso le ha permitido introducir en sus parlamentos veladas maldiciones de las que sin embargo el lector cautivo aún no acusa recibo.
La protección que el autor brinda a la mujer de azul será siempre insuficiente, no sólo por la avidez del lector cautivo sino porque el artista no estima tanto a la mujer como para traicionar su relato. Siente en realidad muy poco interés por las cuitas de la dama, como no sea un poco del natural cariño de un padre por su criatura más o menos distante, por un personaje que habría sido secundario si las exigencias estructurales de la novela no le hubiesen llevado a darle más importancia de la que él quisiera. No es que la ignore a propósito; ocurre sólo que él, a su vez, está enamorado de la mujer fatal. En su opinión, este personaje tiene más vida, y quizá sea su desprecio hacia él lo que la hace más atractiva a sus ojos. La mujer fatal se desviste frente a él, le permite gozarla sólo de lejos y odiarla luego, cuando hasta los personajes secundarios reciben el placer de su cuerpo ardiente bajo las sábanas del relato. En constantes ataques de rabia y celos, el autor escribe la muerte brutal de todos aquellos que han osado tocar el cuerpo de su amada, pero ese abuso de autoridad sólo sirve para incrementar el desprecio que la mujer fatal muestra por él.
Así las cosas, sólo resta volver al lector cautivo, encontrarlo cuando finalmente abandona su empeño, cuando enciende la lámpara de cama y decide concluir su lectura. Lee ahí que la mujer de azul, cegada por los celos, busca a la mujer fatal y la acuchilla en el interior de un taxi, pues cree que de esa manera el autor terminará por amarla a ella. Pero el artista no está dispuesto a olvidar a su villana y, llorándola, se pierde por los vericuetos de la novela, le busca un epílogo banal y la concluye.
La mujer de azul se resigna. Deja caer su vestido y abre la puerta de su habitación para dar paso al deseo del lector cautivo, que entra y la abraza. Ella se entrega y piensa que quien la posee es el autor, que sin embargo está muy lejos de este capítulo, esperando la detonación que estallará en su sien y en el aire, de modo que su sangre sirva al diseñador para teñir acaso la portada de la novela.
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Ignacio Padilla (1968-2016) fue miembro destacado de la Generación del Crack; publicó novela, novela corta, narrativa infantil y ensayo; era académico correspondiente de la Academia Mexicana de la Lengua en Querétaro. Por su amplia trayectoria literaria obtuvo diferentes premios literarios nacionales e internacionales, entre ellos los ensayos: La isla de las tribus perdidas (Premio de Ensayo Debate-Casa de América): La vida íntima de los encendedores (Premio Málaga de Ensayo) y Arte y olvido del terremoto (Premio Luis Cardoza y Aragón); El dorado esquivo: espejismo mexicano de Paul Bowles (1994, Premio de Ensayo Literario Malcolm Lowry); Los funerales del alcaraván: historia apócrifa del realismo mágico (1999, Premio de Ensayo José Revueltas); publicó el díptico de ensayos sobre el miedo: La industria del fin del mundo y El legado de los monstruos. Autor de los dos primeros volúmenes de una trilogía cervantina: El diablo y Cervantes (Premio Guillermo Rousset Banda) y Cervantes en los infiernos (Premio Manuel Alvar de Estudios Humanísticos); Si hace crack es boom (2007); Cervantes & compañía (Tusquets, 2016), entre otros. Novelas publicó: La catedral de los ahogados (Premio Juan Rulfo para Primera Novela 1994); Si volviesen sus majestades (1996); Amphitryon (Premio Primavera de Novela 2000); Espiral de artillería (2003); La gruta del toscano (2006, Premio Mazatlán de Literatura); El daño no es de ayer (2011, Premio La Otra Orilla). Novela corta: Subterráneos (1990), Trenes de humo bajoalfombra (1993); El año de los gatos amurallados (1994); Premio Kalpa de Ciencia Ficción); Imposibilidad de los cuervos (1994); Las antípodas y el siglo (2001, Premio de Cuento Gilberto Owen); El androide y las quimeras (2008); Los anacrónicos y otros cuentos (2010); Los reflejos y la escarcha (2012). Literatura infantil: Los papeles del dragón típico (1991); Las tormentas del mar embotellado (1997 Premio Juan de la Cabada 1994); Por un tornillo (2009); Todos los osos son zurdos (2010). Obtuvo la maestría en Letras Inglesas por la Universidad de Edimburgo y doctor en Filología Hispánica por la Universidad de Salamanca. Su obra narrativa y ensayística ha sido traducida a más de veinte idiomas.
“Catorce” es uno de los cuentos que integra el nuevo libro de Ignacio Padilla Inéditos y extraviados, que será publicado por Editorial Océano y saldrá a la venta en la primera quincena de septiembre. A mediados de 2016, Ignacio Padilla preparó una recopilación de relatos escritos durante toda su carrera. Fueron publicados originalmente en revistas o en alguna antología, pero nunca habían aparecido recopilados en libro.
Fragmento publicado con autorización de Editorial Océano de México