- Para Mariana, José María y Josemaría, Adriana, Agustín, Cristina, Esteban, Magaly y todos aquellos que han vivido en Hogwarts una parte de sus vidas
‘“Only those who he loved could see the lightning scar”. Esa iba a ser la última frase de nuestro viaje común. Disculpe, pero hubiera sido un error. No es aquellos a los que Harry ama los que ven la cicatriz, vemos la cicatriz los que amamos a Harry. Usted al final la cambió y el epílogo cierra con “All was well”. Y sí, Señora Rowling, todo estuvo bien. Gracias y hasta siempre. Yours truly,’, así cerraba hace nueve años un artículo recapitulando los siete (hasta entonces) libros con Harry Potter de protagonista. Todo estaba bien. Se había cerrado el ciclo. O eso creíamos.
Harry Potter and The Cursed Child se ha convertido, en apenas unos días, en la segunda obra de teatro más leída de todos los tiempos. Aunque le duela, o le alegre, a Harold Bloom sólo por debajo de Shakespeare. La historia no estaba cerrada. La contraportada es clara en sus seis palabras. “The eighth story. Nineteen years later”. Harry Potter ha crecido hasta convertirse en un adulto. Y lo ha hecho como lo han hecho sus lectores.
El tamaño sí importa
La Young Adult Fiction, una etiqueta tan mercadológica como “boom” o “realismo sucio” o “poesía de la experiencia”, ha evolucionado a la par que sus lectores. De la romántica pureza de la saga de Crepúsculo a la explícita sexualidad de Hija de hueso y humo, de la ultramelosa Bajo la misma estrella a la desternillante Buscando a Alaska, de la pagerturnera Los Juegos del hambre a la aburridísima Maze Runner, de la oscura, a pesar de Tim Burton, Miss Peregrine al intento de oscuridad de Ghostgirl. Evoluciona conforme a sus lectores que son también clientes.
Harry Potter and The Cursed Child, que se convirtió en el libro más vendido del año el mismo día de su aparición en inglés, es, por supuesto, una obra literaria, pero, y también, un modelo mercadológico. En un mercado en la que el tamaño sí importa. Basta un vistazo rápido a la portada para descubrir en los tamaños de la letra cómo funciona todo. En la parte superior el nombre del niño mago en un tipo enorme. Bajando la vista, tras la imagen que sirve también de cartel para las dos obras de teatro el nombre de la ¿autora? (“based on an original new story by J. K. Rowling”) ocupando casi el ancho de la tapa. Y abajo del todo el nombre del verdadero autor, Jack Thorne. Resumiendo es un libro de la Rowling y, a la vez, no lo es. (“The story of #CursedChild should be considered canon, though. @jackthorne, John Tiffany (the director) and I developed it together”, escribió en Twitter Rowling). Pero a los lectores lo que realmente les importa es que sea un libro de Harry Potter.
Potter es, al mismo tiempo, muchas cosas diferentes: un referente generacional, un libro, una serie de libros, que acercó a muchos jóvenes a la lectura, una lectura obligatoria en la curricula de inglés en Inglaterra, un culto que implica clubes y cafeterías temáticas y reuniones periódicas en casi todos los países del mundo, la excusa para un parque temático. Todo eso y mucho más. Y ese algo más es la literatura, una literatura que reivindica un género al que el siglo veinte parecía tener olvidado: la aventura, una aventura donde lo importante son los conceptos de siempre: la verdad, la amistad, la justicia.
Hogwarts, nuestro hogar
Es un lugar común que los libros son un lugar donde habitar. Es menos lugar común que toda una generación, una generación que comprendía desde niños que apenas comenzaban a leer a adultos fascinados por una saga que les ofrecía una conexión con lo que habían leído ellos de niños y jóvenes. Y es un dato que fueron 7 libros, 3419 páginas, un millón cuatrocientas mil palabras, 65 traducciones (incluyendo una al latín clásico), 836 millones de copias (de ellas, 325 millones en inglés), ocho millones de ejemplares del (hasta entonces) último libro vendidos la misma noche en que salió a la venta son, sobre todo, datos fríos de mercado. El último, además, incapaz de transmitir la emoción de esos mismos millones de lectores. Las largas colas no eran producto del fenómeno de marketing sino la causa de él: las librerías no abrieron para vender, eran los pottermaniacos alrededor del mundo los que hacían que abriera.
“Señora Rowling, durante este tiempo hemos leído, además de la saga, cientos de libros, algunos, bastantes mejores que los que usted ha escrito, otros malos de solemnidad, pero ninguno ha logrado, como los suyos, la emoción primera de la lectura, esa que tiene el niño o el adolescente, el escalofrío de la aventura. Harry, para nosotros, ha logrado lo que muy pocos personajes habían logrado antes. Ahora el ya no tan joven Potter está junto a Long John Silver, que nos llevó al mar por primera vez, junto a Holden Caulfield, con quien visitamos ya hace tiempo a los patos del estanque en Central Park, junto a Ignatius Really que nos enseñó que lo que hace falta es teología y geometría, junto a Anastas Branica, que nos llevó a viajar entre libros para encontrar el amor. Eso, Joanne, no hay quien lo pague”.
La magia, nunca mejor usada la palabra, de Potter, de sus libros, es precisamente, lograr esa sensación indescriptible de las primeras lecturas, seguir al protagonista por el mero placer de saber qué le pasará, alegrarse con sus triunfos y sufrir cuando las cosas no van también. Y, por qué no, identificarse con él. Cuántos sueños de ganar el partido de quidditch o de der Hermione no habrán ocupado miles y miles, millones de almohadas en todo el mundo. Esa magia es la que, en parte, otorgaba, o devolvía, el mundo potteriano.
“Hemos visto al joven mago asombrarse por entrar a un mundo que no sabía que existía, lo hemos visto ir aprendiendo cosas del mundo mágico y crecer, sentirse solo y confiar en los amigos, no entender nada y aun así fiarse, lo he visto pensar y sentir, luchar y sufrir. Hay otra persona, nuestro hijo, a quien a sus seis años le hemos visto hacer lo mismo. Y él, aunque despacio, ya la está leyendo, emocionándose. La relectura para quienes esperábamos con ansia cada nuevo título, ya no nos dará la descarga del primer descubrimiento, pero volveremos a buscar a Harry”.
Y llegó es búsqueda, esa espera, en forma de tapa dura y de obra de teatro (estrenada antes del libro y cuyos espectadores respetaron el hashtag #keepthesecrets), en forma de guión con el que habían trabajado los actores (“special rehearsal edition script”), en forma un poco más de trescientas páginas en las que reencontrar a Harry, a Hermione, a Dumbledore, a Snape y a casi todos los personajes añorados y (spoiler alert) a Cedric Diggory.
The cursed child
Resumir el argumento sin estropeárselo a todos aquellos que tendrán que esperar al 28 de septiembre es una labor complicada. La cuarta de forros propone dos párrafos que son más una introducción, una llamada a la lectura, que un resumen.
“Ser Harry Potter nunca ha sido tarea fácil, menos aún desde que se ha convertido en un atareadísimo empleado del Ministerio de Magia, un hombre casado y padre de tres hijos. // Y si Harry planta cara a un pasado que se resiste a quedar atrás, su hijo menor, Albus Severus, ha de luchar contra el peso de una herencia familiar de la que él nunca ha querido saber nada. Cuando el destino conecte el pasado con el presente, padre e hijo deberán afrontar una verdad muy incómoda: a veces, la oscuridad surge de los lugares más insospechados”. [Tal vez faltó una línea, una sola, para explicar que Hermiones, la adorable Hermione, es, no podía ser de otro modo, la Ministra de Magia].
La primera escena es, canon obliga, la misma con que cerraba “Las Reliquias de la Muerte” con un Harry acompañando a su hijo Albus Severus al andén nueve tres cuartos. A partir de ahí se suceden los viajes en el tiempo, las discusiones padre-hijo, los cambios en el presente por algo que se hizo (o dejó de hacer) en el pasado, y aparecen dos personajes sorprendentes, centro en parte de la obra, Scorpius Malfoy y la “maldita” (entre comillas) Delphini Diggory.
¿Está a la altura de los otros? Esa es una pregunta que cada lector debe responder.
Quizá sí y hay miles de argumentos a favor de esa opinión. Son los mismos personajes con los que estábamos familiarizados, mantiene un ritmo aceleradísimo, explica cosas que no sabíamos (genial la escena en el techo del expreso), se lee, como los anteriores, sin poder dejarlo y sabemos que todo acabará bien (“HARRY: I think it’s going to be a nice day” // ALBUS (smiles): So do I”).
Quizá no.
No todo está bien
Hay entre los pottermaniacos (y hay miles, miles no, millones en el mundo) varios detalles que siguen siendo motivo de debate. Primero, el uso de los viajes en el tiempo (con ese detalle facilón de los cinco minutos) que sí, al contrario que en los otros libros del canon, afectan los acontecimientos del futuro-presente. Segundo, el acto de fe (esa “suspensión voluntaria del descreimiento”) que implica aceptar sin más la aparición de ese “cursed child” que no es ni Harry ni Albus. Tercero, la polémica, a pesar de la palabras de la autora de si este libro es o no es parte del canon (aunque sí lo sea del universo) llegando a extremos como la comparación con una fan-fiction de este volumen.
Y qué importa…
… si, por unas horas, por unos días, por siempre volvimos a Hogwarts, nuestro hogar.